El Verbo por T. Lawrie

Juan 1:18; 1 Juan 1:1-3; Apocalipsis 19:11-21
 
        Muchos son los nombres y títulos que lleva nuestro Señor. Cada uno de ellos es una expresión que revela algo de su persona, de su carácter o de su obra. Cuanto más estudia el creyente los distintos nombres y títulos, más se maravilla de las excelencias del Señor reveladas en ellos. Pero, a pesar de que se descubran por los nombres y títulos tantas perfecciones, nunca podrán los salvos entender cabalmente la sublimidad perfecta del Señor. Pues, en las Escrituras, Dios hace notar que el Señor tiene un nombre reservado que nadie entiende: “Tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo» Apocalipsis 19:12. Quiere decir que, aún durante la eternidad, no podrán comprenderse todas las glorias del Señor expresadas en su «nombre».
 
        «EL VERBO» es uno de los numerosos nombres del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento, se halla únicamente en los escritos del apóstol Juan. Es la traducción del vocablo griego «LOGOS», que aparece en el Nuevo Testamento (según la Concordancia Greco-Española) trescientas treinta y una veces. Se traduce en muy diferentes maneras, pero en general, por la voz “palabra», que ocurre doscientas setenta y seis veces. Mientras, la traducción “Verbo» aparece únicamente seis veces, e invariablemente como un nombre del Señor Jesús.
 
        La «palabra» es aquella por la cual se expresan las ideas y pensamientos que se formulen en el intelecto. Dios utiliza no solamente la palabra escrita sino la «PALABRA», o el “VERBO» que fue hecho carne, para hacer a los hombres entender sus pensamientos acerca de ellos. Luego, se debe tener en memoria que en la gramática el verbo es la parte indispensable de la oración. Sin el verbo, lo dicho es incomprensible. Por consiguiente, por la «PALABRA» encarnada expresa Dios sus pensamientos, y por el «VERBO» los hace comprensibles. Más aún, los pensamientos de Dios son anunciados por el «VERBO». Pues se lee: «A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» Juan 1:18. En el Verbo hay el anuncio del Padre -aún la revelación de él- y por el Verbo el creyente traba parentesco con Dios: «Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” Gálatas 3:26.
        Son de suma importancia las porciones bíblicas que  hablan del “VERBO”. Su contenido incluye verdades profundas que la mente finita nunca sondeará. Pero son verdades que se creen, a pesar de que no se expliquen. Son declaraciones:
1.    De la Deidad del «VERBO».
2.    De su obra en la creación.
3.    De su obra en gracia.
4.    De su obra en juicio.
Bajo estos cuatro epígrafes consideremos al «VERBO».
1) La Deidad del VERBO.
«En el principio era el Verbo”. Así se lee en el primer versículo del  Evangelio según el Apóstol Juan. «Era» expresa la existencia del Verbo antes que hubiera «principio», en la misma manera que declara la preexistencia de Dios el dicho en Génesis 1:1 «En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. De este modo, se anuncia que el Verbo es eterno. Luego, el término «con Dios», en el dicho: «el Verbo era con Dios», indica mucho más que sólo una determinada posición; proclama una íntima comunión con el Ser eterno. Por fin, terminantemente, se declara: «el Verbo era Dios». Los dichos indican una pluralidad de personas, y a la vez una singularidad. Y esto se explica mediante otras porciones de las Escrituras que proclaman los nombres de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas en un solo Ser -Dios- y cada una de esos personas el mismo Dios.
2) Su Obra en la Creación.
Léanse juntamente con los primeros versículos del Evangelio según el Apóstol Juan y los versículos en la Epístola del Apóstol Pablo a los Colosenses 1:12-17. Tanto en una parte como en otra, se declara que el Verbo -el Hijo- creó todas las cosas. Pero bien es que se note que no solamente es una creación material, sino que «en él estaba la vida» Juan 1:4.  Él es el “Autor de la vida» Hechos 3:15; de Él mana la vida, y «Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida». 1 Juan 5:11-12.
“Y la vida era la luz de los hombres» Juan 1:4. Él, “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo» Juan 1:9. Los hombres están en las tinieblas, a pesar de que no lo creen; andan a tientas, y precisan quien les alumbre. Entre las grandes inteligencias del mundo, ¡cuántos han buscado, afanosamente, los fundamentos seguros de cómo vinieron en existencia todas las cosas! ¡Cuántas teorías han adelantado sobre la materia! Esas teorías satisfacen a muchísimos de la raza humana, pero las repudian otros, tantos. Pero en medio de las tinieblas, resplandece la luz, que “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» Juan 1:3. El Verbo es el Creador de todas las cosas.
3) Su Obra en la Gracia.
Los hombres son inmerecedores de lo más mínimo de los beneficios que de Dios proceden. Porque se han apartarlo de él, y de él se han constituido «extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras»  Colosenses 1:21. Sin embargo, él  se mantiene  inmutable, y ha manifestado la inmensidad de su gracia. Pues, “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» Juan 1:14. No es que se manifestara en forma atrayente, placentera y deleitable, sino que ha aparecido como “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto» Isaías 53:3. Así fue que manifestó:“la gracia de Dios se  ha manifestado para salvación a todos los hombres» Tito 2:11. De este modo, aquel Verbo introdujo en el mundo el beneficio más grande que jamás ha habido: la salvación fundamentada sobre el seguro cimiento de su sacrificio ofrecido una vez para siempre en la cruz en el Calvario. Y «a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” Juan 1:12. ¡Qué obra inconmensurable de gracia! 
 
 
T. Lawrie.  
Publicado en la Revista Mentor Nº 41. Octubre-Noviembre 1956.

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