El Señor Jesús dijo: Mateo 13:37 “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre”; el Señor Jesús que fue el primer misionero evangélico, el enviado del Padre, y ahora, como delegado suyo y enviados por Él, son todos los creyentes salvados por su preciosa sangre.
y …”.
La Iglesia, podemos decir, es el mesón, a donde condujo el “buen samaritano”, al hombre que cayó en manos de los ladrones, después de curarlo, vendarlo y pagando al mesonero los dos denarios para que le cuidara hasta su vuelta (Lucas 10:30-35). Este pasaje nos habla del hombre, de la raza o estirpe humana caída, robada, herida y abandonada de sus enemigos, el Diablo y demonios, por el pecado, pero rescatada por la fe en el Hijo de Dios, mediante el Evangelio de su gracia, llevado a la Iglesia, después del bautismo (Hechos 2:41-44), para ser cuidada, restablecida y fortificada en justicia y santidad.
En la Iglesia hay toda clase de dones para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio, y edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-13). La Iglesia, pues, es la depositaria de los dones de Dios; tiene en su seno, la semilla y los sembradores de la preciosa simiente. La Iglesia Universal Apostólica, Cristiana, en cada una de sus asambleas, tiene un plantel de obreros, unos más sabios, experimentados, más en armonía con los lugares donde se ha de esparcir la semilla.
El Señor dijo: (Juan 4:35) “alzad vuestros ojos y mirad los campos” (Mateo 9:36-38) “rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. Parece llegado el tiempo después de un lapso de frialdad e indiferencia, en que se están mirando esas regiones, y pidiendo al Señor obreros. Nos acercamos quizás a Isaías 6:6-7, donde el serafín ha tocado con el carbón encendido la boca de muchos, y se escuchará la voz del Señor que dice: (Isaías 6:8) ¿a quién enviaré, y quién irá por nosotros? Aquí tenemos tres puntos importantísimos, y poco estudiados, según mi modo de ver y experiencia:
1. ¿A quién enviaré? Esto corresponde, sin duda alguna, al Señor, pero esta misión la dejó encomendada a su Iglesia, regida y gobernada por el Espíritu Santo, hasta que sea arrebatada y unida a Él (Mateo 28:18-20). La Iglesia, en cada Asamblea, goza de estos privilegios, de enviar misioneros idóneos para este trabajo.
2. ¿Y quién irá por nosotros? Hay entre las Asambleas varios hermanos que, cual Isaías, han contestado; “heme aquí, envíame a mí”. ¿Quiénes deben ir? Aquellos a quienes el Espíritu Santo señale después de hacer toda la Asamblea oración; los de mejor testimonio. Los ancianos deben proponerlos, dando aviso de su elección a todas las demás asambleas para que los reconozcan como tales misioneros.
3. Sostén del misionero. (Mateo 10:5-10 y Lucas. 10:1-9). Tanto en uno como en otro pasaje, envía el Señor a sus apóstoles y discípulos a predicar, y los envía con una sola preocupación: evangelizar. Nada de pensar en comida, ropa o familia. El misionero, el enviado por el Señor, sólo tiene que ocuparse de las almas perdidas, para llevarlas al Pastor; de él se ocupa el que lo envió: el Señor. Así dijo a sus discípulos en Lc. 22:35: “cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿os faltó algo? Y ellos dijeron “nada”.
El Señor y sus discípulos eran socorridos por los creyentes (Lucas 8:1-3). Las asambleas deben ocuparse de los misioneros o enviados.
Obreros: son todos los que tienen actividad en las asambleas, sea ésta de la clase que sea, según los diferentes dones que Dios les da tanto en los trabajos internos, -entre los mismos creyentes-, o en el trabajo externo predicando o ayudando en los cultos en sus múltiples formas. Estos obreros, dedican su tiempo a trabajos materiales para su diario sustento y al mismo tiempo, dedican parte del trabajo a la Obra del Señor.
Misioneros: son obreros que han sentido un llamado especial, para dedicarse sola y exclusivamente al servicio de Dios, como enviados especiales a lugares donde no hay obra. Estos obreros, no deben tener otros trabajos ni otras preocupaciones sino las de buscar almas para llevarlas al Señor. En Lucas 10:4, el Señor dijo: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino”.
Esto indica claramente, que el misionero no tiene que detenerse en nada que afecte a su persona, en nada que pueda impedir el pronto y necesario trabajo para el que fue llamado y elegido. A este número, pertenecen todos los que trabajan en lugares apartados de las asambleas, los que esparcen la preciosa semilla, con toda clase de literatura evangélica, los llamados colportores.
¿Son éstos los misioneros que tenemos? ¿Es así como han sentido el llamado de Dios? ¿Es así cómo sienten su responsabilidad las asambleas? Si así es, que el Señor siga llamando, hermanos, contestando, y las asambleas enviando al CAMPO, al mundo. Juan 17:18 “como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo”.
Antonio Murillo Arcos
Revista “Campo Misionero”. Junio 1945.