El Gobierno de la casa por Federico Gray

        Como para el estudio de cualquier tema es preciso tener conceptos claros y concisos de los términos empleados, empecemos buscando definiciones exactas de los vocablos “Casa” y “Gobierno”, y consultemos como libros de texto las Sagradas Escrituras, la Concordancia Greco-Española del Nuevo Testamento y el Diccionario de la Real Academia Española. Esta consulta da por resultado lo siguiente: “Casa” significa no sólo la vivienda en donde habita una familia, sino también la misma familia con su servidumbre; y “Gobierno”, en su primera acepción, quiere decir: “mandar con autoridad” y en su segunda: “guiar” o “dirigir”, como en el caso de “gobernar” una nave.

         Consta, pues, que al hablar de la “Casa” queremos decir la “Casa de Dios”, que es su Iglesia, o sea, la casa espiritual compuesta de piedras vivas, de la cual nos habla Pedro en su primera epístola. Además, en la epístola a los Hebreos, el escritor inspirado  hace referencia a la nación de Israel, denominándola: “la casa de Moisés”, y del mismo modo llama a todos los hijos de Dios, “la casa de Cristo”, y más tarde añade que Cristo es el gran Sacerdote puesto sobre la casa de Dios. De estas citas, fácilmente se deduce que la palabra “Casa” comprende la familia o toda la parentela del Padre celestial y no se limita simplemente a la morada.

        “Gobierno”. Como este vocablo tiene dos significados, consideremos primeramente aquel que implica la autoridad absoluta ejercida únicamente por Cristo, siendo Él la Cabeza Única y Suprema de su Casa, la Iglesia. Nuestro Señor, en lenguaje parabólico, se apropió los nombres, “El Padre de la Familia” y “El Señor de la Casa”, pero conviene notar que ambos son traducciones de la misma palabra griega, “oikodespotes”; como se ve por su etimología, ésta sólo puede aplicarse a una persona en quien está investida toda potestad y tiene dominio completo sobre toda la casa o familia. En este sentido, el gobierno corresponde sola y exclusivamente al Hijo Amado, a quien el Padre ensalzó a lo sumo, entregándole el Primado y la Supremacía, así como la Preeminencia en todo y sobre todo. Así Cristo es Cabeza de la Iglesia y la Iglesia está sujeta a Él.

        Ahora bien, si Cristo tiene este predominio y toda autoridad le pertenece, ¿qué parte tienen sus siervos en el gobierno de la casa? Ya que el Señor les prohibió enseñorearse o tener dominio –gr. Kurieuo- o ejercer potestad –gr. Exousiazo-, los unos sobre los otros, y con esto concuerdan hermosamente las enseñanzas del apóstol Pedro quien, dirigiéndose a otros ancianos, les exhortó que nunca se comportasen como si tuvieran señorío –gr. Katakurieuo- sobre las heredades del Señor, sino que fuesen dechados de la grey.

        Habiendo en algo despejado el terreno con estas consideraciones, podemos entrar de lleno en el campo de operaciones en donde los siervos del Señor ejercen sus sagradas obligaciones, que les son impuestas por el Espíritu Santo, en el gobierno de la Casa. Notemos de paso que Pablo, en la lista de dones repartidos entre los miembros de la iglesia, menciona, “Gobernaciones” -gr. Kubernesis-, que significa: “pilotear o gobernar una nave”, y que corresponde a la segunda acepción de “Gobierno” a que anteriormente nos hemos referido. De otras epístolas del mismo apóstol hemos entresacado las siguientes frases: “El que preside (hágalo) con solicitud”, y “Los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor”, o bien “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor; además, con respecto al deber de los obispos y diáconos de gobernar bien sus casas y sus hijos se halla esta sentencia: “Porque el que no saber gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” Ahora tengamos en cuenta que “presidir” y “gobernar” son traducciones de la misma palabra griega, “proistemi”, que encierra la idea más bien de ir o estar delante con el objeto de dirigir o cuidar, como el padre o el presidente a la cabecera de la mesa, o el pastor que va delante cuidando su rebaño; de modo que ¡cuánta responsabilidad asumen los ancianos de la iglesia y cuán intachables deben ser su carácter y conducta, ya que todos los miembros de la congregación se fijarán en su ejemplo y éste vendrá a ser la norma de vida para ellos! En la primera carta que escribió Pablo  a su querido hijo Timoteo, ¡cuántos consejos sanos y santos nos encontramos sobre la manera de conducirnos en la casa de Dios!

        Oímos decir muchas veces en nuestros días que se nota una gran falta en nuestras iglesias: la de “Guías espirituales”, y al comparar y cotejar varios pasajes de la Biblia, buscando luz sobre este asunto, descubrimos que el nombre tan precioso dado al Salvador en la profecía de Miqueas, citada por el evangelista Mateo 2:6, “De ti saldrá un Guiador (gr. Egoúmenos), que apacentará a mi pueblo Israel”, es el mismo nombre que se traduce en Hebreos 13:7 por la palabra pastores; así que a los que aspiran a ser guías espirituales se les pone delante el glorioso ejemplo del Jefe de los guiadores y el Príncipe de los pastores, para que, guiados y pastoreados por Él, puedan, a su vez, guiar y pastorear al rebaño del Señor, que Él redimió con su sangre.

        Las Escrituras declaran que la Iglesia es la casa de Dios; luego, es de esperar que Él tendrá todo ordenado y colocado de tal forma que no falte nada para su buena administración, siempre que nos sometamos a sus mandatos y órdenes. Si nuestros traductores no hubieran vivido en una edad en la cual predominaba una jerarquía eclesiástica muy alejada del orden observado en la Iglesia primitiva y hubieran traducido los términos empleados para indicar los diferentes ministerios que incumbían a los siervos de Dios con más uniformidad, nuestro estudio en esta parte sería mucho menos complicado.

Por ejemplo, veamos estas tres palabras griegas:

– “Oikonomos”-mayordomo, administrador y dispensador.
– “Diákonos” diácono, sólo tres veces ministro, generalmente, y unas veces servidor.
– “Uperetes”, propiamente significó remero subordinado, en las galeras de aquellos tiempos,  vino luego a emplearse para indicar cualquier puesto subordinado a un superior. Se traduce por ministro, criado, ayudante, servidor o ministril.

        De estos tres vocablos griegos, el último y el primero se hallan estrechamente relacionados en un versículo; Pablo, en 1 Corintios 4:1 , escribió: “Téngannos los hombres por servidores (uperetes) de Cristo, y administradores (oikonomos) de los misterios de Dios”. El Salvador mismo empleó el último (uperetes), en dos ocasiones; cuando fue interrogado por Poncio Pilato, contestó: “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” Juan. 18:36, y al dirigirse a Pablo desde el cielo, en el momento de su conversión, le dijo: “Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro” Hechos 26:16. Así se ve claramente por este vocablo que el servidor debe estar en todo sujeto al Señor y completamente dependiente de Él, es decir, un subordinado a su Jefe supremo, Cristo.

        De la mayordomía el Señor trató con mucha claridad y dio lecciones muy instructivas, que ilustró con ejemplos gráficos, y si en su gracia nos ha confiado dones o talentos, o cierto conocimiento de su Palabra, Él espera que utilicemos todo lo que nos ha entregado con fidelidad y para su gloria, y que dispensemos entre los de su casa los bienes suyos, de que nos ha hecho responsables, de modo que puedan beneficiar a todos los hombres de la familia, quienes Él ha puesto bajo nuestro cuidado. Este concepto de nuestro servicio debe impresionarnos hondamente y estimularnos a la fidelidad en todo.

        Hemos dejado por último el vocablo griego “diakono”, porque quizás sea el más comprensivo de los tres, pues incluye tantas diferentes formas y clases de servicio, ora espiritual, ora material, dentro de la Iglesia y en la propagación del Evangelio. En su carta a los Colosenses 1:23-25, el apóstol Pablo afirma que ha sido hecho ministro del Evangelio y ministro de la Iglesia, pero, en ambos casos, la palabra que emplea es “diakonos”, y sucede lo mismo al hablar también de ministros de Dios y ministros de Cristo.

        De modo que las doctrinas apostólicas demuestran explícitamente que los responsables del cuidado de las iglesias o el gobierno de la casa de Dios, llámense ancianos, pastores u obispos, han de ser dechados en santidad, rectitud, humildad y abnegación, apartados por el Espíritu Santo y consagrados enteramente a servir o ministrar al pueblo de Dios, como subordinados a la autoridad y a las órdenes de Cristo: que administren con fidelidad y diligencia, ocupándose de los cargos que el Señor les haya designado, velando por el bien de las almas, guiando y encaminando a los fieles por el ministerio de la Palabra y por el buen ejemplo, exhortando a todos a una vida santificada y esforzándose por apartarles de todos los males y errores, sean espirituales o morales.

        He aquí algunas de las amonestaciones que puedan servirnos para la prosperidad y el crecimiento de las iglesias y la conservación de pureza de doctrina y conducta:

–    Al que ha caído en una falta, procuremos su restauración, pero con mansedumbre, y, además, debemos ordenar y corregir lo que falta. En el caso de ciertas faltas graves, conviene reprenderlas duramente, y hasta al anciano que pecare es aconsejable reprenderle delante de todos para que otros teman.

–    Cuando haya necesidad de radargüir, reprender o exhortar, que se haga con toda paciencia y doctrina, pues toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia 2 Timoteo 3:16. A los que andan desordenadamente, se ha de amonestar; a los de poco ánimo, alentar; a los débiles, sostener; y para con todos, ser sufrido.

–    A los culpables de graves pecados morales o de enseñar errores de cierta índole, derogatorios a la Persona divina de Cristo, es preciso tratar con disciplina y ponerles fuera de la comunión de la Iglesia, así procurando llevarles al arrepentimiento del delito cometido.
Finalmente, tomemos a pecho las palabras de aquel siervo de Dios y de su Iglesia, que fueron dirigidas a los ancianos de la iglesia en  Éfeso al despedirse de ellos, aquel que dijo “sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” 2 Corintios 11:28, el apóstol Pablo: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual Él ganó por su propia sangre” Hechos 20:28.

 

 

Federico Gray
Tema expuesto en las Conferencias Anuales en c/Trafalgar (Madrid) 
y  Publicado en la revista “El Camino”, Enero 1952. 

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