El campo de labor por Arcángel Faienza

El Señor dijo: “El campo es el mundo” (Mateo 13:38)

         El mundo, como sabemos, se compone de seres humanos, muchos de los cuales son conscientes de una ineludible necesidad; deseo que anhelan ver cumplido, aunque por sus propios medios; otros, quizás, buscando ayuda ajena; pero todos convienen, más temprano o más tarde, que el mundo nada tiene para satisfacer esa necesidad.

         Pues bien, es aquí y ahora, en este mundo terrestre, en donde con frecuencia se oyen “malas” nuevas, a donde el Señor nos envía a anunciar las “buenas nuevas”. Dice su palabra que el deseo de Dios es “que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9).

        Ahora, al leer aquellas palabras de Juan 4:35 “Alzad vuestros ojos, y mirad los campos, porque ya están blancas para la siega”, nos preguntamos: ¿podremos nosotros, podré yo, alcanzar el vasto mundo con las buenas nuevas? Hay un medio, entre otros, que es más bien un privilegio; nos referimos a la oración, como encontramos en el muchas veces citado pasaje de 1 Timoteo 2:1-4.

        Otro medio lo constituye “el mundo en miniatura”, en el que cada uno de nosotros actúa; vale decir: “Cada casa es un mundo”. Y, al decir hogar, podemos añadir el taller, la oficina, la calle, etc. ¿Y cómo podemos ser allí misioneros? Una breve frase podría abarcar todo nuestro trabajo: con nuestro testimonio.

         Veamos a algunos que fueron llamados por el Señor. No importa tanto de dónde nos llama, sino a dónde nos manda, para que su voluntad y propósitos sean cumplidos:

1.    Simón Pedro. El Señor le dijo: “desde ahora serás pescador de hombres” (Lucas 5:10). Podríamos decir, a individuos. En Hechos 2:38, hallamos las palabras “cada uno”.

2.    El endemoniado gadareno (Marcos 5:1-20). Una vez sanado, el Señor le manda predicar a los suyos, es decir, a su casa.

3.    La mujer samaritana (Juan 4). Convencida de que había hallado al Mesías deja todo y, cual verdadera misionera, lleva el mensaje a su ciudad.

4.    El apóstol Pablo (Hechos 9:15; Romanos 15:23-33). Ganado para Cristo, su espera no conoce límites: Europa, Asia… todo lo llena del Evangelio de Cristo.

        Es que el Señor había dicho: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Que Él nos enseñe cómo y dónde debemos servirle para bendición de otros, para gozo nuestro y para la gloria de Dios.

 

Arcángel Faienza
Revista “Campo Misionero”. Diciembre 1944

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