El Señorío de Cristo por Miguel Estrada

Su Señorío es sempiterno, y su reino por todas las edades. Daniel 4:34

         Contrasta con la mansedumbre y humildad de la persona del Señor Jesucristo, su condición de Señor de Señores y Rey de Reyes, en que el mundo entero le tendrá que contemplar un día y rendirle acatamiento, delante del cual, los grandes y los fuertes que le rechazaron, tendrán que lamentarse y rendirse bajo sus pies. Apocalipsis 1:7; 1 Corintios 15:25

Su Señorío Sobre el Universo.

        Él es el creador del Universo, a quien Dios constituyó heredero de todo. Hebreos 1:2

Su Señorío sobre las Cosas del Cielo y de la Tierra.

        Por él y para él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Colosenses 1:16-17; Efesios 1:20-21

Su Señorío en el Reino Terrenal.

        Le dará el Señor el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob para siempre; y de su reino no habrá fin. Lucas 1:32-33. El señorío de su reino será hasta el cabo de la tierra; y las naciones traerán su adoración a Jerusalén. Apocalipsis 15:4

Su Señorío Sobre la Iglesia.

        Él es la cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo. Efesios 1:22; Efesios 4:15 y Efesios 5:23. Cristo amó a la Iglesia, y dio su sangre en la cruz para lavarla y limpiarla, purificándola y santificándola. Él ejerce su señorío sobre la Iglesia. Los creyentes ligados a Él y ligados entre sí por medio del Espíritu Santo, dependemos directamente de Él sin ningún intermediario. Nadie puede ejercer ninguna autoridad en la iglesia de Cristo sino Él mismo, ni nadie puede agregar ni excomulgar a ninguno de la iglesia de Cristo, porque Él nunca transfirió su poder o señorío a ninguno, por lo que ningún hombre, ni ninguna comisión o entidad se puede atribuir la representación exclusiva de Cristo en la tierra.

         Dios se agrada de todos los que le temen y le aman; y se vale de ellos para cumplir sus propósitos, en la medida de fe y sujeción a Dios de cada uno, dispensándonos los defectos que tenemos cada uno de nosotros. Los creyentes hemos sido llamados a colaborar con el Señor. A Pedro le dio las llaves del reino de los cielos, para que ligara o desatara en la tierra o en el cielo. Las llaves del cielo son el mensaje del evangelio. Todos los creyentes hemos sido comisionados por el Señor para dar dicho mensaje; y, por medio de este mensaje, desligamos de las ligaduras del pecado y de la condenación a los perdidos que aceptan el mensaje. Podemos anunciar con toda certeza a los hombres que el que cree es salvo, desligándolo de la condenación en la tierra y en el cielo; y el que rechaza el mensaje queda ligado a la condenación, lo mismo en la tierra que en el cielo. Sin embargo, Dios encarece su amor a los hombres extendiéndoles la oferta de salvación hasta la muerte.

         Nosotros damos el mensaje, pero la operación de unión del pecador arrepentido, la hace el Señor por medio del Espíritu Santo.

         A veces, se tiene que aplicar disciplina en la iglesia local, para lo cual Dios ha levantado hombres fieles que le sirvan en sus ministerios, los cuales son responsables ante la iglesia local y ante Dios de su actuación. Sin embargo, nadie puede, ni agregar, ni separar de la Iglesia de Cristo a ninguno. Nosotros hemos sido llamados a ser coadjutores de Dios, pero no señores, ni autoridades de la Iglesia de Dios y de Cristo. Los ancianos de la iglesia local, son autoridad de la iglesia local, pero esta autoridad no pasa más allá de la esfera de dicha iglesia local. Sólo Cristo ejerce el señorío sobre su Iglesia.

Su Señorío Sobre el Creyente.

         En los aspectos anteriores, hemos tratado la magnificencia del poder y de la gloria divina del señorío de Cristo, pero el aspecto más importante de dicho señorío es el que trata de las relaciones individuales del creyente con Cristo.

A) En el testimonio público. En Antioquía, los discípulos del Señor se conocían por su conducta justa, recta y apartada de los vicios y pecados en que vivían los mundanos, y, por esto, los apodaron con el nombre de “cristianos”, nombre que los creyentes llevamos sobre nosotros como signo noble de la gracia de Dios. El cristiano muestra públicamente el señorío de Cristo cuando rechaza toda insinuación al pecado y a la injusticia, diciendo: “No puedo hacer esto porque soy cristiano, y esto es contrario a Cristo».

B) En el testimonio ante la iglesia local. En la iglesia local, no debe haber egoísmos personales ni locales. Todo cristiano debe amar la obra del Señor en cualquier lugar, como en la iglesia local propia -la obra es del Señor-; por lo cual sólo debe reconocerse el señorío de Cristo en su obra: los ministros del Señor somos mayordomos que tenemos que dar cuenta a nuestro amo o Señor. Cristo no tendrá por inocente al que quiere adueñarse de su Iglesia o de sus cosas de aquí, por lo cual todo lo que hagamos debemos hacerlo como al Señor. Colosenses 3:23

C) En la oración. Dios es Dios de todos los creyentes. Algunos, a veces, oran como si Dios fuese solamente Dios de ellos; y se permiten pedir al Señor cosas que puedan perjudicar a los demás. Dios no atenderá estas peticiones porque él es Dios de todos. La oración no será contestada si no se siente el señorío de Cristo, y, por consiguiente, si no nos sentimos bien hermanados los unos con los otros, practicando la comunión y buscando el bien y la armonía entre todos.

D) En la relación personal con Dios. Aquí enfrentamos el punto principal del señorío de Cristo. Si él no domina y si él no rige en nuestros corazones, en las relaciones personales con él, tampoco nos someteremos a su señorío en los otros aspectos expuestos. Es menester que sea de verdad nuestro Señor y dueño, pero esto no significa un doblegamiento nuestro por imperio de la fuerza. Aunque Cristo quiere ser nuestro Señor y dueño, él es nuestro protector y guardador, es nuestro amigo y consejero; él quiere hombres y mujeres que se rindan a sus pies por amor, para poderlos utilizar según su propósito aquí, y para ser para su gloria en el futuro venturoso. Debemos colocarnos confiadamente en sus manos y pedir que él nos guíe, convencidos que cuando él señoree en todas nuestras cosas, todo será mejor. 

 

 

Miguel Estrada
Revista Mentor nº 42. Enero – Marzo 1957

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