El Rey de Reyes por Arture W. Hotton

1 Timoteo 6:15-Apocalipsis 17:14-Apocalipsis 19:16
        Las múltiples facetas de la personalidad de nuestro Señor Jesucristo se ponen de manifiesto en los nombres y títulos que le confieren las Sagradas Escrituras. Entre estos se destaca el de REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Tres veces aparece este título en el Nuevo Testamento con referencia al Señor, en los pasajes señalados en el epígrafe.
        Claro está que hay otros títulos que se aplican al Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que se refieren a su carácter real. Señalaremos algunos de ellos:

-Rey de gloria. Salmos 24:7.
-Rey para siempre. Salmos 29:10.
-Rey desde tiempo antiguo. Salmos 74:12.
-Rey de Israel. Juan 1:49.
-Rey de los Judíos. Juan 19:19.
-Rey de los siglos, inmortal, invisible. 1 Timoteo 1:17.
-Rey de los santos. Apocalipsis 15:3.

        A estos pasajes, podemos agregar las palabras de Deuteronomio 10:17: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande y poderoso…», y las de Daniel 2:47: «Ciertamente que el Dios vuestro es Dios de dioses y el Señor de los Reyes…”.

Hay otras expresiones que nos dan a entender algunas de las características de su glorioso reinado. Registremos algunas de ellas:

-«Su reino domina sobre todos…» Salmos 103:19.
-«Tu reino es reino de todos los siglos». Salmos 145:13.
-«La gloria de la magnificencia de su reino”. Salmos 145:12.
-«Un reino que no será jamás destruido». Daniel 2:44.
-“Su reino, reino sempiterno”. Daniel 4:3.
-«El reino de los cielos». Mateo 3:2.
-«El reino de Dios». Mateo 12:28.
-«El reino de su Padre». Mateo 13:43.
-«Su reino por todas las edades». Daniel 4:34.
-“Mi reino no es de este mundo», Juan 18:36.
-«Su reino celestial». 2 Timoteo 4:18.
-“El reino de su amado Hijo».  Colosenses 1:13.

         De estos y de otros pasajes que podrían traerse a colación, llegamos a la maravillosa conclusión de que «hay otro Rey, Jesús”, para usar las palabras de Hechos 17:7. Su reinado es por ahora espiritual e invisible, pero real y verdadero. Pero llegará el día en que todo el universo le reconocerá como el único y divino Soberano, Rey de reyes y Señor de señores.
Es interesante notar que en el advenimiento del Señor Jesús, los magos del oriente que llegaron a Jerusalén guiados, no sólo por la estrella sino por revelación divina, lo hacen en busca del “REY  …que ha nacido». Su posterior adoración y el ofrecimiento de los hermosos y valiosos regalos, son los que corresponden en verdad a un soberano. De allí, la conturbación de Herodes. Pasan los años y el Señor está prácticamente a la sombra de la cruz. Se encuentra frente a Pilato, el Juez, acusado de decir que era: «Cristo, el Rey». “¿Eres tú el Rey de los judíos?», es la pregunta, y ante la explicación del Señor sobre el alcance y sentido espiritual de su reinado, surge nuevamente la pregunta: «¿Luego, eres tú rey?», Es evidente por las manifestaciones de Pilato, que él se daba cuenta que estaba frente a un personaje real, y lo corrobora al colocar sobre la cabecera de la cruz el conocido título: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”.

         Durante su estancia aquí en la tierra, el Señor fue un Rey de incógnito. En su nacimiento, en muchos de los hechos de su ministerio, en la misma cruz del Calvario, se pone en evidencia este hecho.

        Ocupándonos ahora específicamente de los tres pasajes del encabezamiento, diremos que se refieren a una época aún no llegada, a hechos aún por cumplirse. Se trata de la manifestación del Señor en toda la magnificencia de su carácter Real.
Es interesante notar la diferencia entre las dos escenas en el Apocalipsis. En Apocalipsis 17, la figura principal es el CORDERO. No entraremos a hacer conjeturas sobre la exacta ubicación escatológica de lo que allí sucede. Pero, en esencia, son dos fuerzas que se enfrentan: las del mal, reunidas por la «bestia», y las del bien, conducidas por el Cordero. Esta culminación profética es, sin duda alguna, un símbolo de la gran lucha moral de todos los tiempos:

        Es el Cordero que sale a luchar, y, sin embargo, es el Rey de Reyes… ¿Cómo es esto? Por varias razones:

        Por derecho propio. El Señor aunque es “Hijo del Hombre», nunca deja de ser “Hijo de Dios».

         En virtud de su sacrificio. La importancia y el valor de su sacrificio se exaltan en toda la visión. Es el “cordero que fue inmolado” lo que se destaca. Es el cumplimiento de Filipenses 2:6-11.

       En virtud de su humillación. Cuando los pastores buscaron a “Cristo el Señor», encontraron a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. La humildad es poder, el sacrificio es soberanía, perder la vida es ganarla, la cruz origina la corona. La más grande soberanía es la del Cordero y no la del león.

        Y así “el Cordero los vencerá». Jesucristo es el Rey de Reyes, pero, ligado  íntimamente a su excelsa majestad y deslumbrante gloria, está la Cruz. La corona de espinas estará para siempre entretejida con la corona de gloria..

        En el capítulo 19, si bien comienza la visión con “las bodas del Cordero» y «la cena del Cordero», el Señor se presenta como “EL VERBO DE DIOS”. Sus ropas están tintas, pues es el que ha salido a pisar el lagar y a hollar con su furor. Sobre sus vestiduras y sobre su muslo lleva el título: “Rey de Reyes y Señor de Señores”.

        La bestia con los reyes de la tierra luchan contra el Señor, quien los derrota completa y definitivamente. Y es entonces cuando se cumple en todo su significado aquello de «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” Apocalipsis 11:15.

        ¿Cuándo llegará ese venturoso día? No lo sabemos. El apóstol Pablo acota: “A su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Poderoso, Rey de Reyes y Señor de Señores…» 1 Timoteo 6:15.

     En un mundo en donde la mayoría dice “no queremos que ÉSTE reine sobre nosotros», procuremos “hacer firme nuestra vocación y elección…” porque de esta manera nos será abundantemente administrada la “entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo». 2 Pedro 1:10-11.

         ¡Que Aquel que reinará de mar a mar y bajo cuya autoridad estarán todos los reinos del Universo, reine efectiva y permanentemente en nuestras vidas! Que sea Él, en realidad, el REY de los Santos. Cristo Rey fue el slogan interesado de cierta política religiosa. Que sea una gloriosa realidad en nuestras vidas. Que nuestra ferviente oración sea: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. VENGA TU REINO… Amén”.

Arture W. Hotton
Publicado en la Revista Mentor nº 41. Oct.-Dic. 1956