“Yo soy… humilde de corazón” (Mateo 11:29). En los labios de otro, estas palabras llevarían un contrasentido, porque el que es verdaderamente humilde no lo pregona. Sin embargo, en los labios de Cristo, la declaración no extraña a nadie: toda su vida la confirma, y el contexto es como “canastillo de plata” para las “manzanas de oro” (Proverbios 25:11). El que sólo conocía al Padre, y disponía de todas las cosas suyas, se acomodaba a los humildes (Romanos 12:16) y les prometía descanso y bendición.
Esta virtud, elevada por el ejemplo y las enseñanzas del Maestro a ser el verdadero “engaste de todas las gracias” (Basilio), era tan desconocida entre los filósofos griegos que ninguno empleó la palabra en sus escritos, ni antes ni después de Jesucristo. Ellos buscaban siempre lo contrario, como los fariseos la gloria los unos de los otros, y menospreciaban a los humildes como serviles y villanos.
El vocablo procede del verbo allanar (Lucas 3:5), y significa la mente llana, no altiva, sino ajustada a los de “baja suerte”. ¡Cuán admirable fue el paso dado por el Hijo de Dios, descrito en Filipenses 2:5-8 Siempre se había inclinado con compasión y amor hacia los hombres, pero en su encarnación, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo (esclavo), hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Satanás, queriendo hacerse igual a Dios, (y por ello cayó), por la misma ambición llevó consigo a la ruina a la raza humana. El Señor Jesucristo, siendo igual a Dios y sin dejar de serlo, fue hecho “por un poco de tiempo” menor que los ángeles, por su propia voluntad: por lo cual Dios le ensalzó a los sumo – ejemplo supremo de su propio dicho: “El que se humillare, será ensalzado”. Su propia madre, también, escogida de entre todas las mujeres, era moza humilde. Dos veces en su cántico se refiere a su bajeza, a la cual el Señor ha mirado benignamente (Lucas 1:48 y 52). El vaso correspondía al tesoro que se iba a depositar en él: bajo la sombra del Espíritu Santo, se formó la mente perfecta del Salvador. No pudo ser más humilde su cuna, ni más ordinaria su casa en Nazaret donde se sujetó a sus “padres”, y se dignó crecer en sabiduría y edad, y en gracia para con Dios y los hombres. Los años ocultos de su juventud pasaron sin otro relato que el de su visita a Jerusalén. El que, más adelante, puso un niñito (Mateo 18:1-5) en medio de sus discípulos como ejemplo de humildad, se quedó en el Templo en medio de los doctores, no como un niño precoz, sino como discípulo aplicado, ansioso de oír más de la Palabra de Dios y ocuparse en los negocios de su Padre.
¡Cuán hermosa sería su vida en el hogar y entre sus compañeros de aldea, en la escuela y en el taller! Bien dijo su Padre, al final de la etapa de preparación y prueba: “Este es mi Hijo amado en el cual tengo contentamiento”. Aún en su niñez y juventud, era el “santo siervo-Hijo” (gr. país). Se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo; y eso no tan sólo en la condición externa, sino en el carácter -era humilde de corazón. En Juan 13:4, dio a sus discípulos una lección gráfica (ver 15 –”ejemplo” o muestra) de su condescendencia, y materialmente tomó “forma de siervo” para lavar los pies de aquellos que no querían humillarse para hacerlo los unos a los otros. Se acordó Pedro de la enseñanza, como de muchas otras cosas en el aposento alto, cuando en su primera epístola (5:5) exhortó a todos: “Revestíos de humildad” - el verbo usado aquí solamente en el N. T. indica el delantal del esclavo.
En su ministerio, el Hijo de Dios no vino a ser servido sino a servir, y dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (ministro). En toda su vida manifestaba admirablemente el significado de las tres palabras referidas, humillándose a estar siempre a las órdenes de su Padre. Hecho semejante a sus hermanos, escogió como compañeros a los humildes pescadores de Galilea, llevándoles consigo durante los tres años de misiones, soportando su ignorancia y falta de comprensión y fe. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11), pero alabó a su Padre, y se gozó en espíritu, porque los misterios ocultados a los sabios y entendidos habían sido revelados a los niños: “Sí, Padre, porque así te agradó”. El Creador de todo no tenía donde recostar la cabeza: adorado por los ángeles, fue despreciado y desechado por los hombres. Nunca buscó nada para sí, ni recibía gloria de otros. Era amigo de publicanos y pecadores: a ninguno echaba fuera. Atribuía a su Padre sus palabras y obras. Fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. En el huerto, sometió su voluntad enteramente a la de su Padre, aunque le costara lágrimas, y sudor como gotas de sangre: “En su humillación no se le hizo justicia” (Hechos 8:33).
“En su terrible humillación
¡Cuán manso el juicio soportó y la corona cruel!
“El cual (Jesús) por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del Trono de Dios” (Hechos 12:2).
Nos dejó ejemplo para que sigamos sus pisadas. ¡Cuán difícil es hacerlo! Por naturaleza, el hombre es orgulloso y ambicioso: y, aún en el mejor sentido de la palabra, procura conseguir la grandeza del alma que los filósofos tenían por el sumo bien. Todas las virtudes de Cristo se consiguen solamente por el Espíritu Santo en nosotros, y son fruto de sus presencia y presidencia en el corazón del creyente.
Siguiendo el ejemplo del Maestro, Pablo (que tenía de qué jactarse) procuraba siempre humillarse entre los creyentes, sirviendo al Señor con “toda humildad y con muchas lágrimas” (Hech. 20:19). Así debe hacerlo todo creyente, “bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pedro 5:6), para que todo ensalzamiento venga de Él, y no de los esfuerzos propios. A veces, seremos humillados para nuestro propio bien (Filpenses 4:12), y la disciplina consiguiente dejará su impresión indeleble en el carácter de aquel que se ejercita en ello. Pedro y Santiago, recogiendo las enseñanzas del Señor, insisten igualmente en el cultivo de esta virtud suya, y sin duda alguna la manifestaban en sus propias vidas.
Resta mirar las exhortaciones de Pablo en Efesios 4:2, Filpenses 2:3 y Colosenses 3:13, en cuyo contexto se hallarán aclaraciones del significado de la palabra -”soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”… “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”… “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros”. Desde luego, habrá que ceder y perder “los derechos”, si ponemos por obra estos consejos, pero “Dios consuela a los humildes” y les da gracia (2 Corintios 7:6 y 1 Pedro 5:5), y “bástale al discípulo ser como su Maestro” (Mateo 10:25).
La humildad tiene muchas ventajas, como canta el zagal en “La Peregrina”:
Jesús en el humilde se complace, y, como guía, a su mansión le lleva.
Con lo que Dios me da vivo contento en estrechez lo mismo que en holgura;
Por seguirte, Señor, feliz me siento bajo tu santa protección segura.
Es peso la abundancia al peregrino, que le impide marchar con ligereza;
Será mejor con poco en el camino; luego, tendrá la celestial riqueza”.
“Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu” (Isaias 66:2).