Sábado, 02 Diciembre

          La fidelidad es una de las cualidades más notables en el hombre, base de sus acciones más nobles y de todo buen trato social. Es algo que queda de su condición primitiva, reflejo de lo que observa del carácter de Cristo, su creador. Los escritores bíblicos se gozan en declararlo, (Salmos 36:5; Salmos 40:10; Salmos 92:2; etc.). Dios es fiel en toda su actuación: las leyes fijas de la naturaleza le dan estabilidad a la esfera material donde el hombre desarrolla su vida. “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Genesis 8:22). De esto, y de la historia, se deduce que en lo moral también hay cimientos firmes sobre los cuales se puede edificar con confianza. Dios cumplirá sus promesas – y sus amenazas– y llevará a cabo sus propósitos a pesar de toda fuerza opuesta. No es hombre que se arrepienta, ni tampoco le falta el poder para efectuar sus proyectos. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24). Era de esperar, pues, que el Hijo de Dios, “la misma imagen (Gr. —caracter) de su sustancia, manifestase en grado superlativo esta virtud.

         Tres veces en el Apocalipsis se le llama: “El Testigo fiel” (Apocalipsis 1:5; 3:14 y Apocalipsis 19:11).

          Lo era en su revelación del Padre, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9): “El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” - su exégete — Juan 1:18. Tanto sus palabras como sus obras testifican exactamente lo que Dios demandaba de los hombres, y lo que estaba dispuesto a hacer para su bienestar (Juan 5:19; Juan 12:49-50).

        Era fiel en el cumplimiento de su misión. En sus labios se hallaba repetidamente una frase que expresa la obligación moral propia de un hijo modelo: “En los negocios de mi Padre me es necesario estar”... “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el Evangelio”… “Me es necesario hacer las obras del que me envió , entre tanto que el día dura”… “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer”… “Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”… “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas... y  que sea muerto”… A cada paso de su vida aquí, Él tenía delante la Palabra de su Padre, el plan divino para su camino y obra; meditaba constantemente en ella, y la citaba en justificación y apoyo de sus hechos. “¿Qué dice la Escritura?”… “Para que la Escritura se cumpliese”… “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí”… En su agonía en la cruz, esperaba cumplir primeramente una profecía que faltaba antes de declarar a gran voz: “Consumado es”. La ley que tenía guardada en su corazón  tuvo su expresión perfecta en una vida enteramente fiel. El “testigo” se hizo “mártir” (forma griega de la palabra). Fue fiel hasta la muerte y ganó la corona de vida que ofrece a sus discípulos leales.

        En su ministerio actual en el cielo, es “fiel sumo sacerdote” (Hebreos 2:17). Probado en todo según nuestra semejanza, aparte del pecado, puede a la vez compadecerse de nosotros en nuestras flaquezas, y aplicar a nuestro favor, “en lo que a Dios se refiere”, los méritos de su expiación, por medio de su intercesión constante por nosotros. Al estilo de los sacerdotes antiguos, aunque incomparablemente mayor que Aarón, enjuicia fielmente las faltas, no disimulando el pecado; pero aboga eficazmente nuestra causa, porque es, en sí, “la propiciación de nuestros pecados; y no por los nuestros solamente, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Así mantiene nuestra comunión con el Padre, nos limpia por su sangre, y nos santifica por su Palabra de verdad.

        Mayor que Moisés, aunque semejante a él como profeta, era “fiel al que le constituyó, Hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros” (Hebreos 3:1-6). Él es quien edifica la casa, y la administra. Es decir, es el que añade a la iglesia los que se salvan, colocándolos como piedras vivas sobre el fundamento que Él mismo constituye; y, en la casa, Él es quien ordena el servicio del sacerdocio real y santo, que anuncia sus virtudes delante de Dios y de los hombres (1 Pedro 2). Como fondo para el estudio de esta administración, es necesario conocer y tener en cuenta la tipología del servicio levítico, de lo cual se pueden aprender lecciones muy provechosas en cuanto al comportamiento y la obra de los que constituyen ahora la casa de Dios. En su fidelidad no deja de disciplinar a su pueblo: es fiel en revelarnos los pecados y defectos que impiden nuestra comunión y hacen infructuoso nuestro servicio. “Fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27:6): si no nos castigara, sería infiel tanto a su Palabra como a nosotros.

        En todos estos diversos aspectos de su carácter, podemos contar con el cumplimiento de todas sus promesas, de las cuales nuestra fe se alimenta. “Te apacentarás de la verdad” (Salmos 37:3). Se relata del misionero Hudson Taylor que, cuando una vez le faltaban víveres y dinero, halló esta versión del versículo, como el que descubre un nuevo tesoro, y se sostuvo gozoso en las promesas de Dios mientras no llegasen los recursos materiales.

        Sus palabras son “fieles y verdaderas” (Salmos 119:86, 138; Apocalipsis 21:5; Apocalipsis 22:6), y son en Cristo “Sí y en Él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20). La “fe” y la “fidelidad” proceden del mismo verbo persuadir, y de la misma palabra en el griego, constituyendo sus sentidos activo y pasivo. La fidelidad de Dios inspira fe en el corazón del creyente, y ésta, a su vez, reproduce la misma virtud divina en el que la ejerce, siendo fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22).

Se denota esta condición imprescindible:

• Al testigo (Proverbios 14:5).
• Al mensajero (Proverbios 13:17 y 25:13).
• Al mayordomo (Lucas 12:42 y 1 Co. 4:2).
• Al soldado (2 Timoteo 2:3).

        Se dan en la Biblia los siguientes ejemplos de creyentes caracterizados por su fidelidad: Abraham, Moisés, Samuel, David, Daniel, Pablo, Silas, Timoteo, Tíquico, Epafrodito, Onésimo y Eunice. Se ve, pues, cuanto apreciaba el apóstol Pablo  esta cualidad en sus colaboradores. Al pensar en el porvenir de la obra, escribió a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos  testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”.

        En cuanto a sus parábolas, el Señor Jesucristo subrayó la fidelidad de los siervos que serán aprobados en su venida (Mateo 24:45; 25:21; Lucas 16:10 y Lucas 19:17).

        Ante su Tribunal, el que lo ha demostrado aquí conseguirá alabanzas y galardón.

        “Fieles” y “creyentes” dimanan de la misma palabra, y es inconcebible que un verdadero cristiano no sea fiel en su vida y en su trato con los demás, como igualmente en su lealtad al Señor, aunque le cueste sacrificios “hasta la muerte”. Los que aparecen con Él en su gloria son “llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14).

        Tenemos, pues, ahora la obligación y el privilegio de ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de  una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).

 

Edmundo Woodford (Adaptado). Revista “El Camino”, Julio 1954