Sábado, 02 Diciembre
        Hay cristianos que se desaniman y hasta se avergüenzan cuando sus palabras de evangelización –en su ministerio particular– no son favorablemente acogidas por parte de los inconversos.
 
        Ante la mofa, la incomprensión o la indiferencia de éstos, llegan a considerarse fracasados en sus propósitos. Y no es extraño que, a raíz de tales circunstancias, vienen a sus mentes pensamientos como los que siguen: “¿No decía yo que no poseo aptitudes para esta labor?; mi predicación no cambia ni en lo más mínimo la actitud de las pocas personas que tienen la gentileza de escucharme; ¿he sabido alguna vez que alguien se convirtiera al Señor mediante mi testimonio verbal o por algún folleto que yo haya dado?” Debo, me parece, dejar esta ocupación para otros. 

        Tales insinuaciones, provenientes de Satanás, no lograrían, claro está, frustrar los designios celestiales de salvación. Pero podrían hacer de nosotros, si las tomáramos como el diablo quiere, cobardes siervos y desobedientes hijos de Dios; privarnos de privilegios acá y de grandes satisfacciones allá.

        El Señor ha dicho que su Palabra efectuará lo que Él quiere y prosperará en aquello “Para que la envié”. Lo leemos en Isaías 55:11. Es imposible que suceda lo contrario. Una frase dicha para glorificar a Dios; una estrofa inspirada en la cruz de Cristo, al final de una carta que se dirige a parientes o amigos inconversos; una hoja de propaganda evangélica entregada a cualquier transeúnte en la vía pública, etc., condensan un poder al que nunca podrán sustraerse ni el ateo, ni el idólatra ni el indiferente. Dios ha hablado –y sigue hablando-  para que los humildes de corazón se salven y para que los rebeldes no tengan excusas Juan 15:22. El individuo que rompe un folleto evangélico que acaba de serle entregado, sin dignarse siquiera leer el primer párrafo –porque intuye que ese folleto le  hablará de Dios, y en Dios no quiere pensar-, desde ese momento, es más responsable de su condición. Al entregárselo, el creyente ha cumplido su deber y, pese a lo triste del caso, debe tener la seguridad de que el Señor ha hablado otra vez, y por su intermedio.

        No todos podemos ocupar el púlpito ni organizar reuniones, y es bueno que lo tengamos presente para no equivocar nuestra vocación, pero todos podemos contribuir en alguna manera, (¡que el Señor nos señale la que nos corresponde!), a que la gente se acuerde de su Creador. ¡Y ojalá que surja también de nuestros corazones la oración del rey David: “Y Espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” Salmos 51:12-13.

 

 

Marcos.

Revista “Campo Misionero” nº 11.  Mayo 1945.