Tales insinuaciones, provenientes de Satanás, no lograrían, claro está, frustrar los designios celestiales de salvación. Pero podrían hacer de nosotros, si las tomáramos como el diablo quiere, cobardes siervos y desobedientes hijos de Dios; privarnos de privilegios acá y de grandes satisfacciones allá.
El Señor ha dicho que su Palabra efectuará lo que Él quiere y prosperará en aquello “Para que la envié”. Lo leemos en Isaías 55:11. Es imposible que suceda lo contrario. Una frase dicha para glorificar a Dios; una estrofa inspirada en la cruz de Cristo, al final de una carta que se dirige a parientes o amigos inconversos; una hoja de propaganda evangélica entregada a cualquier transeúnte en la vía pública, etc., condensan un poder al que nunca podrán sustraerse ni el ateo, ni el idólatra ni el indiferente. Dios ha hablado –y sigue hablando- para que los humildes de corazón se salven y para que los rebeldes no tengan excusas Juan 15:22. El individuo que rompe un folleto evangélico que acaba de serle entregado, sin dignarse siquiera leer el primer párrafo –porque intuye que ese folleto le hablará de Dios, y en Dios no quiere pensar-, desde ese momento, es más responsable de su condición. Al entregárselo, el creyente ha cumplido su deber y, pese a lo triste del caso, debe tener la seguridad de que el Señor ha hablado otra vez, y por su intermedio.
No todos podemos ocupar el púlpito ni organizar reuniones, y es bueno que lo tengamos presente para no equivocar nuestra vocación, pero todos podemos contribuir en alguna manera, (¡que el Señor nos señale la que nos corresponde!), a que la gente se acuerde de su Creador. ¡Y ojalá que surja también de nuestros corazones la oración del rey David: “Y Espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” Salmos 51:12-13.
Marcos.
Revista “Campo Misionero” nº 11. Mayo 1945.