TÍTULOS DOBLES DE NUESTRO SEÑOR
Al leer el Nuevo Testamento no podemos sino observar el cuidado usado en los nombres de nuestro Salvador: el nombre humano, Jesús, figurando narrativamente unas 600 veces en los evangelios, unas 100 veces en las epístolas y ocho veces en Hebreos. La palabra Señor, denotando dignidad, aparece también muy frecuentemente; y Cristo, dando a entender su oficio, como ungido de Dios, con mucha frecuencia. Pero hay también una serie de títulos dobles que se emplean en una manera muy significativa, y en estos artículos esperamos examinar algunos.
En Juan 13:13 leemos: "Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy". Como Maestro es nuestro Enseñador; y como Señor es nuestro Poseedor: es Instructor y Dueño.
Pensemos, pues, en él como MAESTRO. ¡Cuán importante, poderosa y autorizada su enseñanza! "Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mateo 7:29). Nuestro Señor no da sus discursos de su propia voluntad; dice: "Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar" (Juan 12:49). “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras" (Juan 14:10). Y no comunica ninguna verdad que no le fuera dada por el Padre para la instrucción de los suyos (Marcos 13:32). Nos hace bien meditar en el carácter de las palabras de Cristo:
Son "palabras de gracia" (Lucas 4:22), dadas por aquel que es el cumplimiento de las antiguas profecías de bendición, el que trae alegría a este mundo de tristeza y aflicción, sanando a los quebrantados de corazón, dando descanso a los cansados por el pecado (Mateo 11:28).
Son palabras de autoridad (Lucas 6:46-49). Él espera que su enseñanza sea llevada a la práctica. Es inútil hacer profesión de creer en él si en nuestras vidas no damos pruebas de la realidad de nuestra fe.
Son palabras de poder: puede obligar a los demonios a salir del hombre, y puede sosegar los vientos y las olas (Marcos 1:27; 4:41).
Son palabras incomparables. (Juan 7:46). Los alguaciles mandados para llevar preso al Señor, vuelven con las manos vacías: han oído hablar a Jesús, demostrando el abismo de diferencia entre él y los judíos, en su pecado; de la venida del Espíritu Santo, satisfaciendo al hombre y utilizándole para la gloria de Dios. No hay como él.
Son palabras de sabiduría. En Mateo 22, podemos verle contestando todos los problemas del hombre y haciendo preguntas que los más eruditos no pueden contestar.
Son palabras de espíritu y vida, que no se entienden por el hombre carnal (1 Corintios 2:14).
Son "palabras de vida eterna" (Juan 6:68). La recepción de su revelación resulta de la posesión de la vida eterna (Juan 17:3). Véase Juan 11:25-26.
Sí, de veras, es MAESTRO sublime, sin igual.
Publicado en la Revista “El Sendero del Creyente”. Febrero 1960