En este hermoso Salmo mesiánico, se le da a Cristo un título que indica su victoria sobre las fuerzas del mal, el triunfo del Rey Divino, y su manifestación en gloria. Es “Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” Salmos 24:8-9 que asciende al monte de su santidad, llevando cautiva la cautividad.
Desde el principio de la historia humana, y la caída del hombre en poder de Satanás, Dios se ha manifestado de varias maneras a favor de las víctimas del diablo, los débiles que han clamado pidiéndole auxilio. Hay Salmos enteros dedicados a contar “las valentías de Jehová”. Su mano fuerte y su brazo extendido libraron a Israel de la esclavitud, y protegieron a su pueblo en su marcha por el desierto y su conquista de Canaán. Dios pudiera haber aplastado a los enemigos por una palabra, pero se valió del “ejército del cielo”, y los “salvadores”, cuando no por la intervención directa de los ángeles “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” (Hebreos 1:14). ¿Hubo lucha? ¿Era necesario valor para combatir al maligno? En muchos casos, sí (véase Daniel 10:12-13; Judas 9 y Apocalipsis 12:7). En la esfera humana, los campeones necesitaban ser valientes para vencer a los enemigos inspirados por el diablo: tuvieron que esforzarse (por ejemplo, Josué y David), y cobraban ánimo por su concepto de Jehová como el poderoso y terrible defensor suyo. “Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra” (Salmos 89:6 Salmos 89:13). “Generación a generación celebrará tus obras, y anunciará tus poderosos hechos… Para hacer saber a los hijos de los hombres sus poderosos hechos, y la gloria de la magnificencia de su reino” (Salmos 145:4, Salmos 145:6, Salmos 145:12).
Al venir al mundo el Hijo de Dios, y sujetarse a las condiciones humanas “en forma de siervo”, manifestaba a la vez la potencia propia de su ser divino, y el valor que requería para “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14), y librar a los cautivos. El “Admirable Consejero” era a la vez el “DIOS-HÉROE” (traducción literal) para quitar la presa al valiente (Isaias 9:6; Isaias 49:24). En una de sus parábolas se describe la lucha y la victoria bajo la ilustración de un “fuerte armado” que guarda sus bienes en paz hasta que sobreviene “otro más fuerte” y le vence, repartiendo el botín (Lucas 11:21-22). Jesús, como su célebre antepasado David, bajó solo al valle de la decisión “en el nombre de Jehová”, y arrancó al campeón infernal su espada, y a la muerte su aguijón, librando al pueblo de su poder.
Es notable, pues, el valor con que el Señor Jesucristo emprendió y llevó a cabo en todas sus etapas la campaña de liberación. Semejante en todo a sus hermanos, necesitaba ser valeroso en extremo para acometerla: y sólo, por seguir sus pasos, puede el creyente ser vencedor en su propia lucha y obra. “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan” (Mateo 11:12).
“El que quisiere ser fuerte en la lucha
Sepa vencer por fe, fe que no duda.
Las huestes de Satán de todo se valdrán;
(Juan Bunyan, versión de Enrique Turrall).
Los héroes de la fe en todos los siglos han puesto sus ojos en el Autor y Consumador, Jesús; han embebido valor en su mirada y sus proezas; imbuidos por el mismo Espíritu, han vencido “por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11). Otro camino no hay. Sólo los vencedores serán premiados (Apocalipsis 2 y Apocalipsis 3).