Isaías 6
 
        Este capítulo tiene que ver con el llamamiento de Isaías. Fue llamado al oficio de profeta en medio de los presentimientos que la muerte del rey Uzías creó. Había sido un rey capaz, un gran estadista, había reinado por unos cincuenta y dos años y por fin murió; no fue una muerte común, sino algo muy trágico, el resultado del juicio divino sobre su orgullo y presunción. El tiempo que recibió la visión, pues, es algo más que una mera fecha; sin duda, tiene también un contraste espiritual. No ha habido rey como él, desde Salomón, pero murió, y murió leproso, y en esto es también figura de la gloria nacional de Israel, teniendo que transcurrir muchos siglos antes de poder desaparecer todas las consecuencias de sus hechos, es decir, el “ICABOD" de las páginas de su historia. Pero cuando el trono terrenal quedó vacío, Isaías vio al ETERNO, cuyo trono nunca queda vacío, de cuyas manos nunca caerá el cetro; el verdadero REY de Israel, cuya gloria nunca menguará, y así el profeta podía afrontar. todo con confianza, esperanza y un sentir de la presencia y poder permanente del Señor. "Han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (v. 5); (véanse otras visiones de la gloria:  Josué 5:13-14, Job. 42:5-6, Ezequiel 1:28,  Daniel. 10:5-11,  Apocalipsis. 1:12-19
 
         En este capítulo, vemos La Visión del Señor ("vi yo al Señor") y oímos La Voz del Señor ("oí la voz del Señor"). Es una visión de la gloria y de la gracia del Señor; y la voz es la que comisiona para el servicio. También, vemos la voz del siervo que contesta al llamado y, luego, clama "¿hasta cuándo?", y le es revelado que habrá unas reliquias según la elección de la divina gracia, pero solamente después de grandes asolamientos.
 
      Aquí entraremos en el santuario y lo haremos a fin de contemplar la gloria del Señor Jesucristo, porque es una visión que confirma las verdades del Nuevo Testamento donde leemos de Dios exaltando a Cristo, coronándole de gloria y honra y dándole todo poder en el cielo y en la tierra.
 
      Contemplamos su Majestad. Juan, en su evangelio, nos dice que lo que vio Isaías fue la gloria del Mesías. Isaías dijo que fue Jehová, y Juan dijo que Jehová a quien Isaías vio, era Jesús; esto en sí es una prueba conclusiva de que Cristo es co-igual con el eterno Padre (Juan 12:36-41). El Hijo es el REY ADONAI, y el Espíritu es el ministro del Hijo, quien revela el Hijo al corazón del creyente y quien habló por Isaías de la gloria de Cristo (Juan 12:41). La divina revelación al hombre siempre es por la persona del Señor Jesucristo, el Hijo del Padre (Juan 1:18). Podemos ver aquí, pues, aquella gloria que el Hijo tenía con el Padre, antes de su encarnación, “siendo en forma de Dios" (Filipenses. 2:6). Isaías vio al Señor, el Supremo Señor de todo y, a la vez, Cristo “el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos" (Romanos. 9:5), sentado sobre su trono con toda gloria y esplendor majestuoso. La presencia real henchió todo el templo; no hay descripción alguna de un rostro ; aun en revelarse así, el Señor se cubre; la falda de su vestido llena todo; sin embargo, no es aun el momento de verle a él, pero no debemos olvidarlo jamás, él es EL ETERNO, y tenemos una visión aquí de ÉL sobre el trono del universo, rodeado de sus siervos, ministros de él que cantan sus alabanzas.
 
      Contemplemos su Santidad. Hay potestades y poderes en los lugares celestiales acerca de los cuales es poco lo que conocemos; aquí leemos de serafines (su derivación es del verbo “saraph", arder, consumir; compárese con Hebreos. 12:29. “Nuestro Dios es fuego consumidor"). Vemos reverencia y actividad: tenían seis alas, pero con cuatro de ellas se cubrían en la divina presencia y con dos se apresuraban a cumplir la divina voluntad. ¿Servimos nosotros con el mismo reverencial temor? Luego, el mensaje de su himno es de la santidad y de la gloria del Señor; daba voces, el uno al otro; un corazón respondía a otro; no hay desacuerdo, ni discusión, todos en el cielo son de un solo pensar, nadie se ocupa de su propia hermosura, sino con la hermosura de la Santidad; con su adorable Señor. Creemos que la repetición no es meramente para dar énfasis, sino es un reconocimiento de la divina Trinidad; cada una de las divinas Personas, es SANTO, Dios es tres veces santo, porque en la Deidad hay tres personas. Las vibraciones del canto hicieron estremecerse hasta los fundamentos de las puertas; todo se estremece y responde a la gloria del Señor cuya alabanza se extiende hasta llenar la tierra, y ¡pensar que ésta también es la gloria y honra que se atribuye a nuestro amado Salvador! "Oí a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están diciendo: al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás" (Apocalipsis. 5:13).
 
      Lo que sigue en el capítulo trata del efecto de la visión sobre el profeta. Una visión del Señor de la gloria humilla al hombre y le hace clamar: "Ay de mí" (Job. 39:37. Apocalipsis. 1:17); nadie que está lleno de sus propias justicias podrá servir al Señor y es porque nuestra visión del Señor, no es como debe ser, que no tenemos el tremendo sentir de pecado y de la santidad de Dios. Gracias a Dios porque el valor de la muerte de Cristo, apropiado por el alma, quita la culpa, y es necesario apreciar el valor de la ofrenda que fue consumida sobre el altar; la evidencia de tal cosa fue llevada por el serafín, y tocó los labios de aquel que tendría que hablar en el nombre de Dios. El gozo de saber que los pecados son perdonados, lleva a un sincero deseo de llevar las noticias a otros. Después de una visión de la gloria, y otra de la gracia, viene otra del ministerio. Los serafines no son enviados a predicar a los hombres el mensaje de Dios, sino a hombres de "labios inmundos", pero que ya conocen lo que es ser limpios por la obra de Cristo. El verdadero siervo de Dios tiene que ser enviado por Dios mismo; sin embargo, su propio corazón tiene que responder, "Heme aquí, envíame a mí". La tarea no ha de ser fácil; nunca será. Cristo, la manifestación de la gloria del Padre, aún es rechazado y su luz aún ciega y endurece a muchos (Juan 9:39).
 
      ¿Hasta cuándo ? Tenía que seguir con fe, porque Dios tenía sus reliquias entre la nación, y después de los asolamientos, vendrá la gloria; y nosotros también tenemos la promesa del Señor, que vendrá otra vez y hasta entonces hay que seguir en su nombre, y vendrá el día cuando toda la tierra será llena de su gloria, sí, la gloria que Isaías vio, y que Juan vio; la gloria de Dios y de su Cristo.
 
     
 
 
W.T. Bevan
- Publicado en la Revista Mentor nº 41. Octubre-Diciembre 1956 -