El Mesías sufriente

Isaías 53 –
 
Se ha dicho, y con mucha razón, que «si el Salmo 23 es la Perla de los Salmos, Isaías 53 es la Perla de las Profecías». Mientras otros profetas se ocupan de sucesos, y dan algunas menciones del Mesías, este profeta, Isaías, y en particular este capítulo 53, se ocupa única y solamente de la Persona del Mesías, en su venida al mundo, la recepción que recibió, sus sufrimientos a manos de los hombres y a manos de Dios mismo, y la continuación de su obra en resurrección. El Mesías Sufriente es el Centro, es el tema de esta profecía; se hace mención de Él por lo menos treinta y tres veces sin nombrarle, pero no hay otro de quien el Espíritu de Dios podía hablar en esta forma sino de nuestro Señor Jesús. Israel nunca esperaba que su Mesías fuera un Mesías Sufriente, sino uno que vendría en poder, majestad y gloria, y estas ideas equivocadas ayudaron a cegar sus ojos e impidieron que reconocieran en el Señor Jesús, «manso y humilde de corazón», a su Mesías.

Notemos ahora,

I. El Mesías Anunciado a la Nación  (v. 1)

En los últimos versículos del capítulo 52 de este libro, el profeta predice la recepción calurosa que el Mesías, o el evangelio acerca de Él, recibiría de los gentiles, haciendo referencia el versículo 10 al brazo desnudado de su Santidad ante los ojos de todas las naciones -«verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído» (v. 15). En contraste con esta actitud predice la incredulidad y la oposición de los judíos, profecía ésta que tuvo su cumplimiento según Juan 12:38. Qué maravillosa expresión, «el brazo de Jehová». Este versículo nos habla del Verbo y del Brazo, de la sabla del Verbo y del Brazo, de la Palabra y del Poder, poder Omnipotente. Este brazo, o salva o ejecuta juicio sobre los rechazadores. Ese brazo fue extendido continuamente en bendición sobre las gentes durante el ministerio del Señor Jesús, pero en manera especial desde la Cruz, cuando la invitación de la salvación sobrepasó las fronteras de Israel para alcanzar al mundo entero; «Todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro»  (52:10).

II. El Mesías Venido (v. 2-6)

(1) En el versículo dos tenemos la descripción de los años escondidos del Señor Jesús. Desde el viejo tronco de la Casa de David subió un renuevo, cuando parecía que se había marchitado totalmente. Nunca había estado el Pueblo de Dios en una condición espiritual más pobre; era en verdad una tierra seca que ninguna sustancia espiritual podía dar al renuevo que subió en su medio. Notemos, no obstante, la frase «delante de Él». Sí, allí en una pequeña e insignificante aldea, escondida entre las serranías de Galilea, el Mesías se desarrolló delante de Aquel que en el día de su bautismo por Juan Bautista en el Jordán, dijo «Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”. (Mr. 1:11). El Padre que se había deleitado en Su Hijo desde toda la Eternidad halló en Él durante cada momento y cada día de aquellos años escondidos completa satisfacción. Qué diferente la actitud de los de Su Pueblo entre los cuales creció; ellos decían: «No hay parecer en Él ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos». Esos treinta años de vida humana, vivida a los ojos de ellos, y sin una sola mancha del pecado, no había hecho ningún impacto en sus conciencias. Le conocían en la calle, en el taller, en el hogar, pero tan ciegos eran, tan torcidos hacia el mal, que en Él no vieron atractivo.

(2) Los años de su ministerio público son descritos en los versículos 3 y 4. La actitud hacia el Mesías que comenzó en Nazaret se prolongó hasta la misma Cruz; el corazón humano perverso y malo no halló en Él hermosura ni atractivo. Los corazones no han cambiado, y oímos aún de muchos, de la mayoría, que no hay en Cristo atractivo para ellos. «En el mundo estaba, pero el mundo no le conoció» (Juan 1:10). Pero esa actitud negativa de indiferencia pronto se desarrolló en abierto desprecio de Él (v. 3). El Mesías desde ahora es el «Varón de dolores», frase que describe, no sus sufrimientos en la Cruz, sino morales, durante los años de su ministerio. El dolor era su constante compañero. Él compartía con la humanidad sus dolores, y los hacía suyos. Otros han sufrido dolor y quebranto en las amargas experiencias de la vida, propias de la naturaleza caída del ser humano, pero Aquél, “Nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca» y, sin embargo, experimentó el dolor como ningún otro. Alguno ha dicho, «Nunca leemos que el Señor Jesús haya reído, pero muchas veces lloró». Fue despreciado en cuanto a su Persona y menospreciado con respecto a sus pretensiones de ser el Mesías: «A lo suyo vino y los suyos no le recibieron» (Jn. 1:11). Solamente unos cuantos corazones se abrieron para recibirle, unos cuantos hallaron en Él atractivo para sus almas; ellos sí podían decir, «bajo la sombra del Deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar» (Cant. 2:3). La frase «Llevó Él nuestras enfermedades» está explicada en Mateo 8:17, como cumplida en sus milagros de sanidad. La última parte del versículo 4 nos declara que esa actitud de incomprensión y de abierto desprecio de Él continuó aún hasta la crucifixión, pues ellos consideraban que esa muerte de vergüenza era prueba de que era víctima del juicio Divino, «azotado, herido de Dios y abatido» (v. 4b). Compárese Mateo 27:42-43.

(3) El verdadero significado de su muerte está revelado en los versículos 5 y 6. Si nos enseñan algo, es que sus sufrimientos eran vicarios; eran por otros, no por sus propios delitos, “por nuestras rebeliones”, “por nuestros pecados”, “nuestra paz”. El versículo 5 se refiere en manera especial al trato que le dieron los hombres, y el verso 6 a la participación del Dios Santo en la crucifixión de su Hijo. Después de todo lo que hombres malvados le hicieron, «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros». Gloriosa y solemne verdad.

III. El Mesías y la Nación de Israel. (v. 7-9)

Tenemos aquí al Mesías ante el tribunal de la nación, juzgado, y rechazado, y aún condenado. Esta profecía detallada tenía su cumplimiento en Mateo 27:11-14. El verso 9 es de particular interés, pues predice, cientos de años antes, que el Mesías había de ser crucificado entre impíos (los ladrones) y sepultado con los ricos (José de Arimatea). Estos detalles minuciosos son una prueba más del origen divino de las Escrituras y de su inspiración verbal.

IV. El Mesías y Su Dios. (v. 10-12)

Una sola vez antes de estos versículos hallamos mención del Nombre de Jehová (exceptuando el anuncio del verso 1), y es en relación a la obra que el Mesías vino a cumplir. El verso 6 dice, «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros”. Ahora, el profeta nos revela el misterio de aquel hecho, «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento”, con la maravillosa y bendita frase que explica todo el misterio del Mesías Sufriente, «puesto su vida en expiación, por el pecado”. Ah, sí, ésta fue la causa, “Él fue hecho pecado por nosotros” (2 Corintios 5:21).

La verdadera obra del Mesías no fue hecha en su vida sino por su muerte y continuada después de ella. Los grandes del mundo acaban su obra a la puerta de la muerte, Él la efectuó por medio de la muerte y continúa haciéndola en una vida de intercesión «orando por los transgresores” (v. 12).  
Guillermo Cook.

 

 

Publicado en la Revista Mentor nº 40. Julio-Septiembre 1956

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