El pastoreo de la Grey por Ernesto Trenchard
El tema que nos ocupa hoy se relaciona estrechamente con el de D. Federico Gray que versaba sobre “El Gobierno de la iglesia”, pues, como él nos lo ha hecho ver claramente, los conceptos del “gobierno” y del “pastoreo” son casi idénticos en las Escrituras. Es un tema tan abundante, sin embargo, que me atrevo a añadir las siguientes consideraciones que serán principalmente de carácter práctico.
A todos habrá llamado la atención que tantos de los grandes siervos del Señor en el régimen antiguo eran pastores, lo que se debe en parte al tipo de vida de aquel entonces en el Oriente, pero también obedece al hecho de que el pastoreo “es una escuela” magnífica para quienes habían de cuidar luego del rebaño del Señor. Dejando aparte los motivos poéticos que rodean el tema del “pastor”, comprendamos que es un oficio arduo, difícil, ingrato y a veces hasta repugnante. Es una vida de sacrificio, y para los pastores del Oriente entrañaba hasta el peligro de muerte. Oigamos el resumen que Jacob hace de sus trabajos: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” Génesis 31:40, y veamos al joven David enfrentándose con el oso y el león al ponerse entre sus ovejas y las fieras rapaces, y entonces comprenderemos el significado del pastoreo.
El tema se elevó a un plano sublime en las profecías del Mesías de quien se dice: “Como PASTOR apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas” (Isaías 40:11).
En cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, el Señor aparece como el PRÍNCIPE DE LOS PASTORES en el Nuevo Testamento, particularmente en las epístolas del apóstol Pedro, en cuya memoria perduraba aún el eco del discurso del Señor sobre EL BUEN PASTOR (1 Pedro 5:4 con 1 Pedro 2:25). Si los “pastores” subordinados en todo al Príncipe de los Pastores, quieren aprender la verdadera naturaleza de su cometido, no pueden hacer nada mejor que estudiar el hermoso cuadro del Juan 10 donde el Señor se presenta a sí mismo bajo esta figura.
Antes de hacer un parangón entre el “Príncipe” y sus subordinados, hagamos un alto para considerar la cuestión de quiénes son los “pastores” dentro de las iglesias de los santos. La importante declaración de Pablo en Efesios 4:11 nos enseña que el Señor resucitado dio varios dones fundamentales a su Iglesia con el fin de proveer para su crecimiento y su desarrollo, y entre ellos se halla el de “pastores”. Por Hechos 14:23 (entre otras porciones) sabemos que los apóstoles constituían “ancianos” para que cuidasen del rebaño en las iglesias que habían fundado, mientras que por Hechos 20:17 y Hechos 20:28 aprendemos que estos “ancianos” eran idénticos con los “obispos” (sobreveedores), y que su obra era la de “apacentar la iglesia del Señor”. La coincidencia de la labor de los “ancianos” y la de los “pastores” resalta aún más claramente en 1 Pedro 5:1-4. El único que se llama EL PASTOR en singular en el N.T. es nuestro bendito Salvador, y los subordinados ejercen su función solamente en el poder y en el espíritu que derivan de su “Príncipe”. Gracias a Dios que el “espíritu de pastoreo” puede estar muy difundido en una congregación –cuanto más, mejor–, pues todos los hermanos espirituales (e incluimos a las hermanas) deberían sentir un cuidado tierno por los demás miembros de la “Familia”, con referencia especial a los débiles y a los afligidos.
Pero Hechos 20, juntamente con las instrucciones de 1 Timoteo 3:1-7, ponen bien a las claras que la labor de los hermanos destacados por su cuidado del rebaño y por sus dotes espirituales se reconocía para que pudieran guiar los asuntos de la iglesia local con eficacia, manteniendo el buen orden que es tan necesario. Nuestras exhortaciones se dirigen especialmente a los tales, sin excluir a nadie que refleje en algo el carácter del Señor en este sentido.
Volvamos al “retrato” del “Buen Pastor” en Juan 10.
a) El “portero” (Juan el Bautista) había abierto la puerta al “Buen Pastor”, porque éste, en contraste con los falsos “mesías”, cumplía en su Persona las profecías del A.T., y manifestaba que él sólo tenía derecho de ponerse al frente del Rebaño. De su autoridad única y especial se deriva la nuestra, pero la legitimidad de nuestra posición se ha de probar por nuestro carácter y por nuestra obra. El “pastor” no se prepara “profesionalmente” por ciertos estudios por buenos que sean en su debido lugar, ni por la ordenación de los hombres, sino que se manifiesta por su cuidado de las ovejas y por reflejar el espíritu del Maestro.
b) El “Buen Pastor su vida da por las ovejas”, pues muy lejos de buscar algo “suyo” como recompensa de su obra, estaba dispuesto a poner su vida de infinito valor por las ovejas. El apóstol Juan, quien fue inspirado para reproducir las bellas palabras del Señor, hace la aplicación del principio a nosotros con la sencillez y la claridad que le son características: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16). Me pregunto a mí mismo como también a vosotros queridos co-pastores: ¿cuánto sabemos de este amoroso cuidado por las ovejas que daría TODO –hasta la misma vida– para su bien?
a) El Buen Pastor guía a sus ovejas con un conocimiento íntimo del carácter y de las necesidades de cada una de ellas: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen… A sus ovejas llama por su nombre, y las saca… Va delante de ellas”. ¡Cuántas lecciones para el pastor! Hay un reconocimiento mutuo entre la oveja y un verdadero pastor, y tal confianza que, cuando éste “va delante” con su ejemplo y su buena labor, ellas le siguen. No podemos echarlas delante con la ayuda de perros, según la costumbre de hoy en día, sino, como el pastor oriental, debe realizar su obra de “guía” por el ejemplo y por la autoridad espiritual de quien anda en comunión íntima con su Señor.
b) El Buen Pastor saca a sus ovejas a los buenos pastos (Juan 10:9; Salmos 23:1-2), pues no puede haber oveja sana si no se le alimenta bien. De igual forma, los “ancianos-pastores” han de cuidar que el rebaño reciba el “alimento” de la Palabra por medio de las exhortaciones y las enseñanzas de los siervos del Señor capacitados para ello, animando a todos, y, además, a que no dejen la meditación privada de las Escrituras. Es un deber elemental, pero, ¡cuántas veces hallamos rebaños raquíticos y enfermos por falta de sano alimento de la Palabra! ¿Hemos cumplido con este deber, hermanos “ancianos”, en las iglesias donde el Señor nos ha colocado?
El pastoreo espiritual es la labor que más nos acerca al espíritu del Maestro, y en su ejercicio tenemos la oportunidad de “serles agradables”, de forma que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiremos la corona incorruptible de gloria (1 Pedro 1:4. Se ruega que todos mediten bien todo el pasaje: 1-4).
Para terminar, señalaré algunos de los peligros que siempre nos acechan. En primer término, existe el peligro del profesionalismo de los que dedicamos todo nuestro tiempo a la obra, especialmente cuando tardan mucho en manifestarse los “dones” que el Señor ha dado a su iglesia, de forma que, aún cuando reconozcamos plenamente la posición bíblica ya señalada, en la práctica es el misterio de “un hombre”. No nos cansemos de buscar los dones, y en prepararlos a fin de que el Señor pueda obrar abundantemente y de formas muy variadas para la bendición de los suyos.
En las grandes congregaciones –cabe la pregunta si éstas deberían existir, o si no sería mejor siempre que una iglesia “madre” diera a luz más “hijas”- el gran número de los miembros dificulta mucho la labor del pastoreo, pues es muy difícil “conocer las ovejas” con aquella intimidad que es necesaria si hemos de reflejar el espíritu del Maestro. Más que nunca, la labor de todos es necesaria para evitar que el “rebaño” degenere en una mera multitud de ovejas, sin verdadera unidad ni sentido de la disciplina.
Las pequeñas iglesias peligran por males de otro orden, pues la estrecha convivencia coloca a los hermanos en contacto tan íntimo los unos con los otros que cualquier diferencia personal puede afectar al bienestar de toda la congregación: un mal que empeora por la falta de dones en la congregación pequeña. ¡Y cuán difícil es que se guarde el respeto debido a los “ancianos” tan conocidos! Por último, volvamos al ejemplo de Jacob: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” (Genesis 31:40). ¿Estamos dispuestos a esto en el orden espiritual?
Reuniones Anuales en Madrid, Octubre 1951. Publicado en “El Camino”, nº 86. Febrero 1952