La fidelidad es una de las cualidades más notables en el hombre, base de sus acciones más nobles y de todo buen trato social. Es algo que queda de su condición primitiva, reflejo de lo que observa del carácter de Cristo, su creador. Los escritores bíblicos se gozan en declararlo, (Salmos 36:5; Salmos 40:10; Salmos 92:2; etc.). Dios es fiel en toda su actuación: las leyes fijas de la naturaleza le dan estabilidad a la esfera material donde el hombre desarrolla su vida. “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Genesis 8:22). De esto, y de la historia, se deduce que en lo moral también hay cimientos firmes sobre los cuales se puede edificar con confianza. Dios cumplirá sus promesas – y sus amenazas– y llevará a cabo sus propósitos a pesar de toda fuerza opuesta. No es hombre que se arrepienta, ni tampoco le falta el poder para efectuar sus proyectos. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24). Era de esperar, pues, que el Hijo de Dios, “la misma imagen (Gr. —caracter) de su sustancia, manifestase en grado superlativo esta virtud. [Seguir leyendo…]