El pastoreo de la Grey por Ernesto Trenchard

        El tema que nos ocupa hoy se relaciona estrechamente con el de D. Federico Gray que versaba sobre “El Gobierno de la iglesia”, pues, como él nos lo ha hecho ver claramente, los conceptos del “gobierno” y del “pastoreo” son casi idénticos en las Escrituras. Es un tema tan abundante, sin embargo, que me atrevo a añadir las siguientes consideraciones que serán principalmente de carácter práctico.

          A todos habrá llamado la atención que tantos de los grandes siervos del Señor en el régimen antiguo eran pastores, lo que se debe en parte al tipo de vida de aquel entonces en el Oriente, pero también obedece al hecho de que el pastoreo “es una escuela” magnífica para quienes habían de cuidar luego del rebaño del Señor. Dejando aparte los motivos poéticos que rodean el tema del “pastor”, comprendamos que es un oficio arduo, difícil, ingrato y a veces hasta repugnante. Es una vida de sacrificio, y para los pastores del Oriente entrañaba hasta el peligro de muerte. Oigamos el resumen que Jacob hace de sus trabajos: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” Génesis 31:40, y veamos al joven David enfrentándose con el oso y el león al ponerse entre sus ovejas y las fieras rapaces, y entonces comprenderemos el significado del pastoreo.

        El tema se elevó a un plano sublime en las profecías del Mesías de quien se dice: “Como PASTOR apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a  las recién paridas” (Isaías 40:11).

        En cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, el Señor aparece como el PRÍNCIPE DE LOS PASTORES en el Nuevo Testamento, particularmente en las epístolas del apóstol Pedro, en cuya memoria perduraba aún el eco del discurso del Señor sobre EL BUEN PASTOR (1 Pedro 5:4 con 1 Pedro 2:25). Si los “pastores” subordinados en todo al Príncipe de los Pastores, quieren aprender la verdadera naturaleza de su cometido, no pueden hacer nada mejor que estudiar el hermoso cuadro del Juan 10 donde el Señor se presenta a sí mismo bajo esta figura.

        Antes de hacer un parangón entre el “Príncipe” y sus subordinados, hagamos un alto para considerar la cuestión de quiénes son los “pastores” dentro de las iglesias de los santos. La importante declaración de Pablo en Efesios 4:11 nos enseña que el Señor resucitado dio varios dones fundamentales a su Iglesia con el fin de proveer para su crecimiento y su desarrollo, y entre ellos se  halla el de “pastores”. Por Hechos 14:23 (entre otras porciones) sabemos que los apóstoles constituían “ancianos” para que cuidasen del rebaño en las iglesias que habían fundado, mientras que por Hechos 20:17  y Hechos 20:28 aprendemos que estos “ancianos” eran idénticos con los “obispos” (sobreveedores), y que su obra era la de “apacentar la iglesia del Señor”. La coincidencia de la labor de los “ancianos” y la de los “pastores” resalta aún más claramente en 1 Pedro 5:1-4. El único que se llama EL PASTOR en singular en el N.T. es nuestro bendito Salvador, y los subordinados ejercen su función solamente en el poder y en el espíritu que derivan de su “Príncipe”. Gracias a Dios que el “espíritu de pastoreo” puede estar muy difundido en una congregación –cuanto más, mejor–, pues todos los hermanos espirituales (e incluimos a las hermanas) deberían sentir un cuidado tierno por los demás miembros de la “Familia”, con referencia especial a los débiles y a los afligidos.

        Pero Hechos 20, juntamente con las instrucciones de 1 Timoteo 3:1-7, ponen bien a las claras que la labor de los  hermanos destacados por su cuidado del rebaño y por sus dotes espirituales se reconocía para que pudieran guiar los asuntos de la iglesia local con eficacia, manteniendo el buen orden que es tan necesario. Nuestras exhortaciones se dirigen especialmente a los tales, sin excluir a nadie que refleje en algo el carácter del Señor en este sentido.

Volvamos al “retrato” del “Buen Pastor” en Juan 10.

        a)    El “portero” (Juan el Bautista) había abierto la puerta al “Buen Pastor”, porque éste, en contraste con los falsos “mesías”, cumplía en su Persona las profecías del A.T., y manifestaba que él sólo tenía derecho de ponerse al frente del Rebaño. De su autoridad única y especial se deriva la nuestra, pero la legitimidad de nuestra posición se ha de probar por nuestro carácter y por nuestra obra. El “pastor” no se prepara “profesionalmente” por ciertos estudios por buenos que sean en su debido lugar, ni por la ordenación de los hombres, sino que se manifiesta por su cuidado de las ovejas y por reflejar el espíritu del Maestro.

        b)    El “Buen Pastor su vida da por las ovejas”, pues muy lejos de buscar algo “suyo” como recompensa de su obra, estaba dispuesto a poner su vida de infinito valor por las ovejas. El apóstol Juan, quien fue inspirado para reproducir las bellas palabras del Señor, hace la aplicación del principio a nosotros con la sencillez y la claridad que le son características: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16). Me pregunto a mí mismo como también a vosotros queridos co-pastores: ¿cuánto sabemos de este amoroso cuidado por las ovejas que daría TODO –hasta la misma vida– para su bien?

         a)    El Buen Pastor guía a sus ovejas con un conocimiento íntimo del carácter y de las necesidades de cada una de ellas: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen… A sus ovejas llama por su nombre, y las saca… Va delante de ellas”. ¡Cuántas lecciones para el pastor! Hay un reconocimiento mutuo entre la oveja y un verdadero pastor, y tal confianza que, cuando éste “va delante” con su ejemplo y su buena labor, ellas le siguen. No podemos echarlas delante con la ayuda de perros, según la costumbre de hoy en día, sino, como el pastor oriental, debe realizar su obra de “guía” por el ejemplo y por la autoridad espiritual de quien anda en comunión íntima con su Señor.

        b)    El Buen Pastor saca a sus ovejas a los buenos pastos (Juan 10:9; Salmos 23:1-2), pues no puede haber oveja sana si no se le alimenta bien. De igual forma, los “ancianos-pastores” han de cuidar que el rebaño reciba el “alimento” de la Palabra por medio de las exhortaciones y las enseñanzas de los siervos del Señor capacitados para ello, animando a todos, y, además, a que no dejen la meditación privada  de las Escrituras. Es un deber elemental, pero, ¡cuántas veces hallamos rebaños raquíticos y enfermos por falta de sano alimento de la Palabra! ¿Hemos cumplido con este deber, hermanos “ancianos”, en las iglesias donde el Señor nos ha colocado? 

        El pastoreo espiritual es la labor que más nos acerca al espíritu del Maestro, y en su ejercicio tenemos la oportunidad de “serles agradables”, de forma que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiremos la corona incorruptible de gloria (1 Pedro 1:4. Se ruega que todos mediten bien todo el pasaje: 1-4).

        Para terminar, señalaré algunos de los peligros que siempre nos acechan. En primer término, existe el peligro del profesionalismo de los que dedicamos todo nuestro tiempo a la obra, especialmente cuando tardan mucho en manifestarse los “dones” que el Señor ha dado a su iglesia, de forma que, aún cuando reconozcamos plenamente la posición bíblica ya señalada, en la práctica es el misterio de “un hombre”. No nos cansemos de buscar los dones, y en prepararlos a fin de que el Señor pueda obrar abundantemente y de formas muy variadas para la bendición de los suyos.

        En las grandes congregaciones –cabe la pregunta si éstas deberían existir, o si no sería mejor siempre que una iglesia “madre” diera a luz más “hijas”- el gran número de los miembros dificulta mucho la labor del pastoreo, pues es muy difícil “conocer las ovejas” con aquella intimidad que es necesaria si hemos de reflejar el espíritu del Maestro. Más que nunca, la labor de todos es necesaria para evitar que el “rebaño” degenere en una mera multitud de ovejas, sin verdadera unidad ni sentido de la disciplina.

        Las pequeñas iglesias peligran por males de otro orden, pues la estrecha convivencia coloca a los hermanos en contacto tan íntimo los unos con los otros que cualquier diferencia personal puede afectar al bienestar de toda la congregación: un mal que empeora por la falta de dones en la congregación pequeña. ¡Y cuán difícil es que se guarde el respeto debido a los “ancianos” tan conocidos! Por último, volvamos al ejemplo de Jacob: “De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos” (Genesis 31:40). ¿Estamos dispuestos a esto en el orden espiritual?

 

Ernesto Trenchard.  (Ligeramente adaptado).
Reuniones Anuales en Madrid, Octubre 1951. Publicado en  “El Camino”, nº 86. Febrero 1952

El pastor herido por J. T. Stanley

Zacarías 11:12-13; Zacarías 12:10; Zacarías 13:1, Zacarías 13:7
 
        Como Pastor el Señor Jesús es el buen Juan 10:11 y Juan 14, el gran Hebreos 13:20 y el Príncipe de los pastores (1 Pedro 5:4). En el A. T. nos es presentado proféticamente como el Pastor herido. Isaías 53:5 y Isaías 53:10; Zacarías 13:7. Fue herido por Dios y por los hombres: «Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.» «Mas él herido fue por nuestras rebeliones», «Por la rebelión de mi pueblo fue herido». Isaías 53:4 Isaías 53:5 Isaías 53:8 . «Hiere al Pastor, y serán dispersadas las ovejas” Zacarías 13:7
 
          En los cuatro relatos de los acontecimientos inmediatos a la salida del Señor del huerto de Getsemaní hasta su muerte sobre la cruz, hay siete profecías acerca de las cuales se dice que fueron cumplidas, y son:

.    La traición de Judas Mateo 26:56 ; Marcos 14:19; Zacarías. 11:12.
.    La devolución de las treinta piezas de plata Mateo. 27:9-10; Zacarías 11:13.
.    La crucifixión de Cristo entre dos ladrones Marcos 15:28; Isaías. 53:12.
.    El reparto de sus vestidos Mateo 27:35; Juan 19:23-24; Salmos 22:18.
.    La exclamación del Señor «Tengo sed» Juan 19:28; Salmos 69:21.
.    El no quebrantamiento de sus huesos Juan 19:33, Salmos 34:20.
.    La mirada de los que le traspasaron. Juan 19:37; Zacarías 12:10.

        De Jesucristo, las Escrituras dicen con toda razón «El pastor de las ovejas es» Juan 10:2. Luce el «título» y” hace el trabajo». Dios siempre pone el énfasis sobre la actividad sugerida por el título. En Juan cap. 10, hallamos las siete características del Buen Pastor:

.    Entra por la puerta (v. 2).
.    Llama a sus ovejas por nombre (v. 3).
.    Va delante de ellas (v. 4).
.    Da su vida por las ovejas (vs. 11 y 15, dos veces). Es la característica céntrica.
.    Las conoce (v. 14).
.    Les da vida eterna (v. 28).
.    Las guarda seguras en sus manos (v. 28).

         Para Cristo fueron los sufrimientos indescriptibles, la cruz y la muerte. Para las ovejas es la vida, el cuidado y la gloria.

«¿Qué heridas son éstas en tus manos?» «Con ellas fui herido en casa de mis amigos» (Zac. 13:6).  “¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor». Lamentaciones 1:12.

        Sí, Cristo nos es presentado proféticamente como el Pastor herido y a este conmovedor hecho son llevados nuestros pensamientos frente a la tremenda afirmación de que «el Buen Pastor su vida da por las ovejas»  Juan 10:11.

Todos los que nacen en este mundo necesitan el mayor cuidado y un trato cariñoso. Similarmente, todos los que nacen de nuevo del agua y del Espíritu Juan 3:5 necesitan, en sentido espiritual claro está, cuidado constante y comprensión cariñosa. De esto, se deduce la necesidad de pastores, es decir, de aquellos que cuidan al pueblo de Dios. Él se vale de instrumentos humanos para este trabajo tan importante, esencialmente un trabajo de amor. Éstos, precisamente por ser humanos, adolecen de defectos, por lo que contemplamos a Uno que no sólo es el Salvador sino también el Pastor perfecto.

Aquellos que Dios le ha dado, Jesús los llama metafóricamente «mis ovejas» Juan 10:14, Juan 10:27, todas ellas objeto de su gracia, amor, simpatía y constante cuidado. ¿Cómo puede ser de otra manera? Él es el Pastor herido cuyos sufrimientos indescriptibles el ser humano jamás podrá comprender en toda su magnitud. Antes de mirar a sus redimidos y llamarlos «mis ovejas», él tuvo que soportar los sufrimientos más crueles: la soledad, las tinieblas y la maldición de la cruz, el desamparo del Padre, el ultraje de la humanidad y la deserción de sus seguidores. Por tanto, no es extraño que el Señor Jesús ama a todas sus ovejas, y su especial cuidado va particularmente hacia aquellos que son más débiles, más susceptibles a caer y más expuestos a los peligros de la vida diaria.

        Tres veces el Pastor perfecto encomendó a Pedro la tarea de apacentar a sus ovejas, pero, antes de hacerlo, permitió que Pedro tuviese una «visión de cómo trabaja, obra y procede el verdadero pastor”. En una noche oscura, Pedro cayó miserablemente y, luego, sale de la presencia de Cristo llorando con amargura. Mateo 26:75. En una mañana gloriosa, la de la Resurrección, el ángel encomienda a las mujeres la misión de informar a sus discípulos, y a Pedro, que el Señor ha resucitado. «Y a Pedro» Marcos 16:7, tres palabras tan significativas, tan sugestivas y que reflejan tan elocuentemente los sentimientos y el amor de un pastor. Detengámonos un instante y aprendamos una lección: muchos que han caído en el camino serían restaurados y habilitados para ocupar dignamente el lugar que Dios en gracia tiene reservado para ellos. ¡Cuánto padeció nuestro Señor en el intervalo entre la negación de Pedro y su completa restauración! (Decimos «completa» porque la idea de restauración progresiva no tiene fundamento alguno en las Escrituras).

        La palabra profética se cumplió al pie de la letra. Dios hirió al Pastor, al hombre compañero suyo, y permitió que los hombres también lo hicieran. Una de las profecías de Zacarías 12:10 señala la muerte de Cristo Juan 19:37 y, al mismo tiempo, Su venida otra vez Apocalipsis 1:7. En otras palabras, tenemos allí claramente señalada su muerte expiatoria sobre la cruz, su resurrección triunfal y su venida en majestad y gloria siglos después  Isaías 53:11–12; Hebreos 12:2.

El Señor habló de otras ovejas que no son de este redil J. T. Stanley y dijo: «Aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor». Conversando con sus discípulos, también habló de muchas moradas en la casa de su Padre y agregó: «Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” Juan 14:2-3.

        Cualquiera que sea el verdadero significado y alcance de estas palabras del Señor Jesús, fácil es advertir que las heridas del Pastor no han sido en vano. Hay bendición eterna para las ovejas y satisfacción eterna para el Pastor.
En los Salmos 22, Salmos 23 y Salmos 24 vemos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo actuando a la perfección en su carácter de Pastor .

.    En el Salmos 22, es el Buen Pastor  herido por Dios y por los hombres, bebiendo la copa amarga que le ha sido dada para beber.
.    En el Salmos 23, es el Gran Pastor  proveyendo para sus ovejas todo lo que es necesario para su mayor bien y bendición, tanto para la peregrinación presente y pasajera como para la eternidad futura.
.    En el Salmos 24, es el Principal Pastor  conduciendo en triunfo a todas sus ovejas -sin perder de vista Juan 10:16 – al lugar preparado para ellos. En otras palabras: en el Salmos 22, vemos al Señor Jesús llevando Su Cruz; en el Salmos 23, Su cayado; y en el Salmos 24, Su corona.

 

 

J. T. Stanley

Publicado en la Revista Mentor nº 40. Julio – Septiembre 1956

El Mesías sufriente

Isaías 53 –
 
Se ha dicho, y con mucha razón, que «si el Salmo 23 es la Perla de los Salmos, Isaías 53 es la Perla de las Profecías». Mientras otros profetas se ocupan de sucesos, y dan algunas menciones del Mesías, este profeta, Isaías, y en particular este capítulo 53, se ocupa única y solamente de la Persona del Mesías, en su venida al mundo, la recepción que recibió, sus sufrimientos a manos de los hombres y a manos de Dios mismo, y la continuación de su obra en resurrección. El Mesías Sufriente es el Centro, es el tema de esta profecía; se hace mención de Él por lo menos treinta y tres veces sin nombrarle, pero no hay otro de quien el Espíritu de Dios podía hablar en esta forma sino de nuestro Señor Jesús. Israel nunca esperaba que su Mesías fuera un Mesías Sufriente, sino uno que vendría en poder, majestad y gloria, y estas ideas equivocadas ayudaron a cegar sus ojos e impidieron que reconocieran en el Señor Jesús, «manso y humilde de corazón», a su Mesías.

Notemos ahora,

I. El Mesías Anunciado a la Nación  (v. 1)

En los últimos versículos del capítulo 52 de este libro, el profeta predice la recepción calurosa que el Mesías, o el evangelio acerca de Él, recibiría de los gentiles, haciendo referencia el versículo 10 al brazo desnudado de su Santidad ante los ojos de todas las naciones -«verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído» (v. 15). En contraste con esta actitud predice la incredulidad y la oposición de los judíos, profecía ésta que tuvo su cumplimiento según Juan 12:38. Qué maravillosa expresión, «el brazo de Jehová». Este versículo nos habla del Verbo y del Brazo, de la sabla del Verbo y del Brazo, de la Palabra y del Poder, poder Omnipotente. Este brazo, o salva o ejecuta juicio sobre los rechazadores. Ese brazo fue extendido continuamente en bendición sobre las gentes durante el ministerio del Señor Jesús, pero en manera especial desde la Cruz, cuando la invitación de la salvación sobrepasó las fronteras de Israel para alcanzar al mundo entero; «Todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro»  (52:10).

II. El Mesías Venido (v. 2-6)

(1) En el versículo dos tenemos la descripción de los años escondidos del Señor Jesús. Desde el viejo tronco de la Casa de David subió un renuevo, cuando parecía que se había marchitado totalmente. Nunca había estado el Pueblo de Dios en una condición espiritual más pobre; era en verdad una tierra seca que ninguna sustancia espiritual podía dar al renuevo que subió en su medio. Notemos, no obstante, la frase «delante de Él». Sí, allí en una pequeña e insignificante aldea, escondida entre las serranías de Galilea, el Mesías se desarrolló delante de Aquel que en el día de su bautismo por Juan Bautista en el Jordán, dijo «Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”. (Mr. 1:11). El Padre que se había deleitado en Su Hijo desde toda la Eternidad halló en Él durante cada momento y cada día de aquellos años escondidos completa satisfacción. Qué diferente la actitud de los de Su Pueblo entre los cuales creció; ellos decían: «No hay parecer en Él ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos». Esos treinta años de vida humana, vivida a los ojos de ellos, y sin una sola mancha del pecado, no había hecho ningún impacto en sus conciencias. Le conocían en la calle, en el taller, en el hogar, pero tan ciegos eran, tan torcidos hacia el mal, que en Él no vieron atractivo.

(2) Los años de su ministerio público son descritos en los versículos 3 y 4. La actitud hacia el Mesías que comenzó en Nazaret se prolongó hasta la misma Cruz; el corazón humano perverso y malo no halló en Él hermosura ni atractivo. Los corazones no han cambiado, y oímos aún de muchos, de la mayoría, que no hay en Cristo atractivo para ellos. «En el mundo estaba, pero el mundo no le conoció» (Juan 1:10). Pero esa actitud negativa de indiferencia pronto se desarrolló en abierto desprecio de Él (v. 3). El Mesías desde ahora es el «Varón de dolores», frase que describe, no sus sufrimientos en la Cruz, sino morales, durante los años de su ministerio. El dolor era su constante compañero. Él compartía con la humanidad sus dolores, y los hacía suyos. Otros han sufrido dolor y quebranto en las amargas experiencias de la vida, propias de la naturaleza caída del ser humano, pero Aquél, “Nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca» y, sin embargo, experimentó el dolor como ningún otro. Alguno ha dicho, «Nunca leemos que el Señor Jesús haya reído, pero muchas veces lloró». Fue despreciado en cuanto a su Persona y menospreciado con respecto a sus pretensiones de ser el Mesías: «A lo suyo vino y los suyos no le recibieron» (Jn. 1:11). Solamente unos cuantos corazones se abrieron para recibirle, unos cuantos hallaron en Él atractivo para sus almas; ellos sí podían decir, «bajo la sombra del Deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar» (Cant. 2:3). La frase «Llevó Él nuestras enfermedades» está explicada en Mateo 8:17, como cumplida en sus milagros de sanidad. La última parte del versículo 4 nos declara que esa actitud de incomprensión y de abierto desprecio de Él continuó aún hasta la crucifixión, pues ellos consideraban que esa muerte de vergüenza era prueba de que era víctima del juicio Divino, «azotado, herido de Dios y abatido» (v. 4b). Compárese Mateo 27:42-43.

(3) El verdadero significado de su muerte está revelado en los versículos 5 y 6. Si nos enseñan algo, es que sus sufrimientos eran vicarios; eran por otros, no por sus propios delitos, “por nuestras rebeliones”, “por nuestros pecados”, “nuestra paz”. El versículo 5 se refiere en manera especial al trato que le dieron los hombres, y el verso 6 a la participación del Dios Santo en la crucifixión de su Hijo. Después de todo lo que hombres malvados le hicieron, «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros». Gloriosa y solemne verdad.

III. El Mesías y la Nación de Israel. (v. 7-9)

Tenemos aquí al Mesías ante el tribunal de la nación, juzgado, y rechazado, y aún condenado. Esta profecía detallada tenía su cumplimiento en Mateo 27:11-14. El verso 9 es de particular interés, pues predice, cientos de años antes, que el Mesías había de ser crucificado entre impíos (los ladrones) y sepultado con los ricos (José de Arimatea). Estos detalles minuciosos son una prueba más del origen divino de las Escrituras y de su inspiración verbal.

IV. El Mesías y Su Dios. (v. 10-12)

Una sola vez antes de estos versículos hallamos mención del Nombre de Jehová (exceptuando el anuncio del verso 1), y es en relación a la obra que el Mesías vino a cumplir. El verso 6 dice, «Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros”. Ahora, el profeta nos revela el misterio de aquel hecho, «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento”, con la maravillosa y bendita frase que explica todo el misterio del Mesías Sufriente, «puesto su vida en expiación, por el pecado”. Ah, sí, ésta fue la causa, “Él fue hecho pecado por nosotros” (2 Corintios 5:21).

La verdadera obra del Mesías no fue hecha en su vida sino por su muerte y continuada después de ella. Los grandes del mundo acaban su obra a la puerta de la muerte, Él la efectuó por medio de la muerte y continúa haciéndola en una vida de intercesión «orando por los transgresores” (v. 12).  
Guillermo Cook.

 

 

Publicado en la Revista Mentor nº 40. Julio-Septiembre 1956

EL Hijo Unigénito y Primogénito

          ¡Cuántos títulos maravillosos posee nuestro Señor Jesucristo! Y Él es digno de cada uno de ellos. De todos los que lleva no hay más sublimes que los dos que nos ocupan en esta meditación.

         En nuestra consideración, tengamos presente que su título de Unigénito Hijo habla de su igualdad con el Padre; no tiene la idea de generación sino de semejanza. Y en el de Primogénito, tenemos la idea de superioridad. Como Unigénito, el Señor Jesús es único en su parentesco con el Padre, como Primogénito es superior en su relación a toda la creación.  

        Cristo es el Unigénito Hijo porque posee la misma vida, la misma naturaleza, es igual en todo sentido al Padre -el Cristo es Dios Mismo.

        Es el Primogénito Hijo porque ha vencido la muerte y ha establecido su superioridad en esa esfera por su resurrección de entre los muertos.

         En su título de Unigénito, no existe ni el factor ni el pensamiento del “tiempo”, pues pertenece a la Eternidad: era, es, y será siempre el Unigénito Hijo que “está en el seno del Padre” (Juan 1:18). Este título nada tiene que ver con su venida al mundo; aunque éste nunca hubiese sido creado, Él sería lo que siempre ha sido: el Unigénito Hijo de Dios.
El título de Primogénito le es dado como resultado o fruto de sus experiencias y conquistas en el tiempo, y estas últimas serán conservadas en la Eternidad, porque es suyo por la Obra hecha: la Victoria ganada, y la Posición ocupada.

        Hay cinco referencias en el Nuevo Testamento que traen delante de nosotros este glorioso título del Unigénito Hijo del Padre y de Dios; todas ellas se encuentran en los escritos de Juan el Apóstol, y son las siguientes: Juan 1:14; Juan 1:18; Juan 3:16; Juan 3:18; 1 Juan 4:9. Vamos a meditarlas en este mismo orden.

1. Como el Hijo Unigénito, Cristo es la Perfecta Expresión del Padre (Juan 1:14). El es el único y solo representante de la Personalidad y Carácter del Padre. Dios había hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos por los profetas, pero “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, … el cual, siendo el resplandor de su gloria» … (Heb. 1:1-3). Dice Juan, “Vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”. Esta gloria era personal, sin duda, gloria propia de la Deidad. “Vimos su gloria”,  gloria oficial que emanaba de su persona como en el monte de la Transfiguración (Mateo 17:5), y a la cual Pedro hoce referencia en su segunda carta (2 Pedro 1:16-17), «pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria”. Pero, sin duda, la gloria a la cual hace referencia Juan en su declaración sería su gloria moral revelada en aquella frase, “lleno de gracia y de verdad”. Moisés había orado, “Te ruego que me muestres tu gloria” (Ex. 33:18), pero Dios le escondió en la hendidura de la peña, cubriéndole con su mano mientras pasara su gloria, una visión imperfecta y en parte, pero aquí Juan declara, “Vimos su gloria” como el sol en su fulgor. “Vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”, gloria que es igual a la del Padre, gloria que es la del Padre.

2. Ahora contemplamos al Hijo Unigénito en el seno del Padre (Jn. 1:18), y nos trae delante la intimidad, es decir, el amor que existe entre el Padre y el Hijo. El Hijo está en el mismo seno, cerca del corazón del Padre, escuchando sus latidos, compartiendo sus afectos. Esto sí es algo maravilloso: el Hijo en el seno del Padre. Aún cuando yacía en el seno de la virgen María seguía ocupando su lugar cerca del corazón del Padre, y sigue ocupando el mismo lugar, aún hoy. El Hijo nunca abandonó ese lugar aún cuando vino a este mundo a morir. Desde ese lugar de intimidad, el Hijo revela al Padre a nuestros corazones. Aquel Dios a quien nadie vio jamás es visto y revelado ampliamente en el Unigénito Hijo que mora en el seno del Padre. Desde ese lugar, el Hijo declara no la sabiduría, no la omnipotencia, sino el amor de aquel Padre, y esto nos lleva a la tercera referencia.

3. El Unigénito Hijo es el don del amor de Dios (Juan 3:16). El amor es medido por el valor del sacrificio, y Dios dio nada menos que el Unigénito Hijo por el mundo perdido. ¿Necesitamos mayor prueba de la grandeza y extensión de aquel amor? Solamente el sacrificio del Unigénito podía valer para la redención del mundo entero. La obra fue hecha por Dios, y el precio fue pagado por el Unigénito Hijo, y ahora,

4. A fin de que los pecadores se salven, es necesario que depositen su fe en aquel que está en el seno del Padre, en el nombre del Unigénito Hijo de Dios (Jn. 3:18). La fe le vincula con el Hijo, el Hijo está en el seno del Padre, y le une con Él eternamente.

5. (1 Jn. 4:9). En su epístola, el anciano apóstol Juan continúa su ocupación con el Unigénito Hijo, y nos declara que Él es la fuente de vida.
El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn. 5:12), y nosotros vivimos por Él.

Hay también cinco referencias a Cristo como el Primogénito Hijo. Notemos en primer lugar:

1. El Hijo. Primogénito en su eterna relación al Padre y su precedencia de la creación (Colosenses 1:15). Esta porción revela lo que Cristo es a Dios, su imagen; y lo que llegó a ser a la creación, el primogénito. Este último no en el sentido de ser el primero en nacer, el Hijo no es un ser creado, sino que es el Creador y Sustentador de todo (v. 16-17). Él está por encima de toda la creación. Él es el Creador.

2. Cristo es el Primogénito también en relación a su iglesia (Col. 1:18).  Él es la “cabeza del cuerpo que es la iglesia”, habiendo Él conquistado este lugar por su resurrección, venciendo aquel enemigo suyo y de su iglesia. La iglesia, pues, está vinculada al Primogénito como el cuerpo a la cabeza. Su primogenitura en relación a la iglesia está establecida por la victoria de su resurrección.

3. El gran enemigo ha sido vencido, el Hijo Primogénito resucitó y su victoria es la garantía de la resurrección de los demás hijos: por este motivo, los redimidos adoran a Él y dicen «gloria e imperio” (Apocalipsis 1:5-6 ).

4. Romanos 8:29 contempla a la familia del Padre. El Primogénito está  a su diestra, y el Padre está amoldando las vidas y caracteres de sus otros hijos a la semejanza del Primogénito Hijo, allí, a su diestra.

5. El Cristo será manifestado en su segunda venida a la tierra con el derecho de su primogenitura: «Cuando introduce al Primogénito en el mundo» (Heb. 1:6). Cristo ha asegurado para sí mismo la Primogenitura en la creación, la iglesia, la familia y el reino, fruto todo ello de su victoria sobre la muerte y el pecado, por su resurrección.

 

 

Contenedor por la fe. Nº. 41 Octubre – Diciembre 1956

El Gobierno de la casa por Federico Gray

        Como para el estudio de cualquier tema es preciso tener conceptos claros y concisos de los términos empleados, empecemos buscando definiciones exactas de los vocablos “Casa” y “Gobierno”, y consultemos como libros de texto las Sagradas Escrituras, la Concordancia Greco-Española del Nuevo Testamento y el Diccionario de la Real Academia Española. Esta consulta da por resultado lo siguiente: “Casa” significa no sólo la vivienda en donde habita una familia, sino también la misma familia con su servidumbre; y “Gobierno”, en su primera acepción, quiere decir: “mandar con autoridad” y en su segunda: “guiar” o “dirigir”, como en el caso de “gobernar” una nave.

         Consta, pues, que al hablar de la “Casa” queremos decir la “Casa de Dios”, que es su Iglesia, o sea, la casa espiritual compuesta de piedras vivas, de la cual nos habla Pedro en su primera epístola. Además, en la epístola a los Hebreos, el escritor inspirado  hace referencia a la nación de Israel, denominándola: “la casa de Moisés”, y del mismo modo llama a todos los hijos de Dios, “la casa de Cristo”, y más tarde añade que Cristo es el gran Sacerdote puesto sobre la casa de Dios. De estas citas, fácilmente se deduce que la palabra “Casa” comprende la familia o toda la parentela del Padre celestial y no se limita simplemente a la morada.

        “Gobierno”. Como este vocablo tiene dos significados, consideremos primeramente aquel que implica la autoridad absoluta ejercida únicamente por Cristo, siendo Él la Cabeza Única y Suprema de su Casa, la Iglesia. Nuestro Señor, en lenguaje parabólico, se apropió los nombres, “El Padre de la Familia” y “El Señor de la Casa”, pero conviene notar que ambos son traducciones de la misma palabra griega, “oikodespotes”; como se ve por su etimología, ésta sólo puede aplicarse a una persona en quien está investida toda potestad y tiene dominio completo sobre toda la casa o familia. En este sentido, el gobierno corresponde sola y exclusivamente al Hijo Amado, a quien el Padre ensalzó a lo sumo, entregándole el Primado y la Supremacía, así como la Preeminencia en todo y sobre todo. Así Cristo es Cabeza de la Iglesia y la Iglesia está sujeta a Él.

        Ahora bien, si Cristo tiene este predominio y toda autoridad le pertenece, ¿qué parte tienen sus siervos en el gobierno de la casa? Ya que el Señor les prohibió enseñorearse o tener dominio –gr. Kurieuo- o ejercer potestad –gr. Exousiazo-, los unos sobre los otros, y con esto concuerdan hermosamente las enseñanzas del apóstol Pedro quien, dirigiéndose a otros ancianos, les exhortó que nunca se comportasen como si tuvieran señorío –gr. Katakurieuo- sobre las heredades del Señor, sino que fuesen dechados de la grey.

        Habiendo en algo despejado el terreno con estas consideraciones, podemos entrar de lleno en el campo de operaciones en donde los siervos del Señor ejercen sus sagradas obligaciones, que les son impuestas por el Espíritu Santo, en el gobierno de la Casa. Notemos de paso que Pablo, en la lista de dones repartidos entre los miembros de la iglesia, menciona, “Gobernaciones” -gr. Kubernesis-, que significa: “pilotear o gobernar una nave”, y que corresponde a la segunda acepción de “Gobierno” a que anteriormente nos hemos referido. De otras epístolas del mismo apóstol hemos entresacado las siguientes frases: “El que preside (hágalo) con solicitud”, y “Los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor”, o bien “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor; además, con respecto al deber de los obispos y diáconos de gobernar bien sus casas y sus hijos se halla esta sentencia: “Porque el que no saber gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” Ahora tengamos en cuenta que “presidir” y “gobernar” son traducciones de la misma palabra griega, “proistemi”, que encierra la idea más bien de ir o estar delante con el objeto de dirigir o cuidar, como el padre o el presidente a la cabecera de la mesa, o el pastor que va delante cuidando su rebaño; de modo que ¡cuánta responsabilidad asumen los ancianos de la iglesia y cuán intachables deben ser su carácter y conducta, ya que todos los miembros de la congregación se fijarán en su ejemplo y éste vendrá a ser la norma de vida para ellos! En la primera carta que escribió Pablo  a su querido hijo Timoteo, ¡cuántos consejos sanos y santos nos encontramos sobre la manera de conducirnos en la casa de Dios!

        Oímos decir muchas veces en nuestros días que se nota una gran falta en nuestras iglesias: la de “Guías espirituales”, y al comparar y cotejar varios pasajes de la Biblia, buscando luz sobre este asunto, descubrimos que el nombre tan precioso dado al Salvador en la profecía de Miqueas, citada por el evangelista Mateo 2:6, “De ti saldrá un Guiador (gr. Egoúmenos), que apacentará a mi pueblo Israel”, es el mismo nombre que se traduce en Hebreos 13:7 por la palabra pastores; así que a los que aspiran a ser guías espirituales se les pone delante el glorioso ejemplo del Jefe de los guiadores y el Príncipe de los pastores, para que, guiados y pastoreados por Él, puedan, a su vez, guiar y pastorear al rebaño del Señor, que Él redimió con su sangre.

        Las Escrituras declaran que la Iglesia es la casa de Dios; luego, es de esperar que Él tendrá todo ordenado y colocado de tal forma que no falte nada para su buena administración, siempre que nos sometamos a sus mandatos y órdenes. Si nuestros traductores no hubieran vivido en una edad en la cual predominaba una jerarquía eclesiástica muy alejada del orden observado en la Iglesia primitiva y hubieran traducido los términos empleados para indicar los diferentes ministerios que incumbían a los siervos de Dios con más uniformidad, nuestro estudio en esta parte sería mucho menos complicado.

Por ejemplo, veamos estas tres palabras griegas:

– “Oikonomos”-mayordomo, administrador y dispensador.
– “Diákonos” diácono, sólo tres veces ministro, generalmente, y unas veces servidor.
– “Uperetes”, propiamente significó remero subordinado, en las galeras de aquellos tiempos,  vino luego a emplearse para indicar cualquier puesto subordinado a un superior. Se traduce por ministro, criado, ayudante, servidor o ministril.

        De estos tres vocablos griegos, el último y el primero se hallan estrechamente relacionados en un versículo; Pablo, en 1 Corintios 4:1 , escribió: “Téngannos los hombres por servidores (uperetes) de Cristo, y administradores (oikonomos) de los misterios de Dios”. El Salvador mismo empleó el último (uperetes), en dos ocasiones; cuando fue interrogado por Poncio Pilato, contestó: “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” Juan. 18:36, y al dirigirse a Pablo desde el cielo, en el momento de su conversión, le dijo: “Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro” Hechos 26:16. Así se ve claramente por este vocablo que el servidor debe estar en todo sujeto al Señor y completamente dependiente de Él, es decir, un subordinado a su Jefe supremo, Cristo.

        De la mayordomía el Señor trató con mucha claridad y dio lecciones muy instructivas, que ilustró con ejemplos gráficos, y si en su gracia nos ha confiado dones o talentos, o cierto conocimiento de su Palabra, Él espera que utilicemos todo lo que nos ha entregado con fidelidad y para su gloria, y que dispensemos entre los de su casa los bienes suyos, de que nos ha hecho responsables, de modo que puedan beneficiar a todos los hombres de la familia, quienes Él ha puesto bajo nuestro cuidado. Este concepto de nuestro servicio debe impresionarnos hondamente y estimularnos a la fidelidad en todo.

        Hemos dejado por último el vocablo griego “diakono”, porque quizás sea el más comprensivo de los tres, pues incluye tantas diferentes formas y clases de servicio, ora espiritual, ora material, dentro de la Iglesia y en la propagación del Evangelio. En su carta a los Colosenses 1:23-25, el apóstol Pablo afirma que ha sido hecho ministro del Evangelio y ministro de la Iglesia, pero, en ambos casos, la palabra que emplea es “diakonos”, y sucede lo mismo al hablar también de ministros de Dios y ministros de Cristo.

        De modo que las doctrinas apostólicas demuestran explícitamente que los responsables del cuidado de las iglesias o el gobierno de la casa de Dios, llámense ancianos, pastores u obispos, han de ser dechados en santidad, rectitud, humildad y abnegación, apartados por el Espíritu Santo y consagrados enteramente a servir o ministrar al pueblo de Dios, como subordinados a la autoridad y a las órdenes de Cristo: que administren con fidelidad y diligencia, ocupándose de los cargos que el Señor les haya designado, velando por el bien de las almas, guiando y encaminando a los fieles por el ministerio de la Palabra y por el buen ejemplo, exhortando a todos a una vida santificada y esforzándose por apartarles de todos los males y errores, sean espirituales o morales.

        He aquí algunas de las amonestaciones que puedan servirnos para la prosperidad y el crecimiento de las iglesias y la conservación de pureza de doctrina y conducta:

–    Al que ha caído en una falta, procuremos su restauración, pero con mansedumbre, y, además, debemos ordenar y corregir lo que falta. En el caso de ciertas faltas graves, conviene reprenderlas duramente, y hasta al anciano que pecare es aconsejable reprenderle delante de todos para que otros teman.

–    Cuando haya necesidad de radargüir, reprender o exhortar, que se haga con toda paciencia y doctrina, pues toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia 2 Timoteo 3:16. A los que andan desordenadamente, se ha de amonestar; a los de poco ánimo, alentar; a los débiles, sostener; y para con todos, ser sufrido.

–    A los culpables de graves pecados morales o de enseñar errores de cierta índole, derogatorios a la Persona divina de Cristo, es preciso tratar con disciplina y ponerles fuera de la comunión de la Iglesia, así procurando llevarles al arrepentimiento del delito cometido.
Finalmente, tomemos a pecho las palabras de aquel siervo de Dios y de su Iglesia, que fueron dirigidas a los ancianos de la iglesia en  Éfeso al despedirse de ellos, aquel que dijo “sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” 2 Corintios 11:28, el apóstol Pablo: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual Él ganó por su propia sangre” Hechos 20:28.

 

 

Federico Gray
Tema expuesto en las Conferencias Anuales en c/Trafalgar (Madrid) 
y  Publicado en la revista “El Camino”, Enero 1952. 

El campo misionero es el lugar donde desarrolla sus actividades el Predicador del Evangelio por Antonio Murillo Arcos

        El Señor Jesús dijo: Mateo 13:37 “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre”; el Señor Jesús que fue el primer misionero evangélico, el enviado del Padre, y ahora, como delegado suyo y enviados por Él, son todos los creyentes salvados por su preciosa sangre.

y …”.

         La Iglesia, podemos decir, es el mesón, a donde condujo el “buen samaritano”, al hombre que cayó en manos de los ladrones, después de curarlo, vendarlo y pagando al mesonero los dos denarios para que le cuidara hasta su vuelta (Lucas 10:30-35). Este pasaje nos habla del hombre, de la raza o estirpe humana caída, robada, herida y abandonada de sus enemigos, el Diablo y demonios, por el pecado, pero rescatada por la fe en el Hijo de Dios, mediante el Evangelio de su gracia, llevado a la Iglesia, después del bautismo (Hechos 2:41-44), para ser cuidada, restablecida y fortificada en justicia y santidad.

         En la Iglesia hay toda clase de dones para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio, y edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-13). La Iglesia, pues, es la depositaria de los dones de Dios; tiene en su seno, la semilla y los sembradores de la preciosa simiente. La Iglesia Universal Apostólica, Cristiana, en cada una de sus asambleas, tiene un plantel de obreros, unos más sabios, experimentados, más en armonía con los lugares donde se ha de esparcir la semilla.

        El Señor dijo: (Juan 4:35) “alzad vuestros ojos y mirad los campos” (Mateo 9:36-38) “rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. Parece llegado el tiempo después de un lapso de frialdad e indiferencia, en que se están mirando esas regiones, y pidiendo al Señor obreros. Nos acercamos quizás a Isaías 6:6-7, donde el serafín ha tocado con el carbón encendido la boca de muchos, y se escuchará la voz del Señor que dice: (Isaías 6:8) ¿a quién enviaré, y quién irá por nosotros? Aquí tenemos tres puntos importantísimos, y poco estudiados, según mi modo de ver y experiencia:

1. ¿A quién enviaré? Esto corresponde, sin duda alguna, al Señor, pero esta misión la dejó encomendada a su Iglesia, regida y gobernada por el Espíritu Santo, hasta que sea arrebatada y unida a Él (Mateo 28:18-20). La Iglesia, en cada Asamblea, goza de estos privilegios, de enviar misioneros idóneos para este trabajo.

2. ¿Y quién irá por nosotros? Hay entre las Asambleas varios hermanos que, cual Isaías, han contestado; “heme aquí, envíame a mí”. ¿Quiénes deben ir? Aquellos a quienes el Espíritu Santo señale después de hacer toda la Asamblea oración; los de mejor testimonio. Los ancianos deben proponerlos, dando aviso de su elección a todas las demás asambleas para que los reconozcan como tales misioneros.

3. Sostén del misionero. (Mateo 10:5-10 y Lucas. 10:1-9). Tanto en uno como en otro pasaje, envía el Señor a sus apóstoles y discípulos a predicar, y los envía con una sola preocupación: evangelizar. Nada de pensar en comida, ropa o familia. El misionero, el enviado por el Señor, sólo tiene que ocuparse de las almas perdidas, para llevarlas al Pastor; de él se ocupa el que lo envió: el Señor. Así dijo a sus discípulos en Lc. 22:35: “cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿os faltó algo? Y ellos dijeron “nada”.

        El Señor y sus discípulos eran socorridos por los creyentes (Lucas 8:1-3). Las asambleas deben ocuparse de los misioneros o enviados.
Obreros: son todos los que tienen actividad en las asambleas, sea ésta de la clase que sea, según los diferentes dones que Dios les da tanto en los trabajos internos, -entre los mismos creyentes-, o en el trabajo externo predicando o ayudando en los cultos en sus múltiples formas. Estos obreros, dedican su tiempo a trabajos materiales para su diario sustento y al mismo tiempo, dedican parte del trabajo a la Obra del Señor.

         Misioneros: son obreros que han sentido un llamado especial, para dedicarse sola y exclusivamente al servicio de Dios, como enviados especiales a lugares donde no hay obra. Estos obreros, no deben tener otros trabajos ni otras preocupaciones sino las de buscar almas para llevarlas al Señor. En Lucas 10:4, el Señor dijo: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino”.

         Esto indica claramente, que el misionero no tiene que detenerse en nada que afecte a su persona, en nada que pueda impedir el pronto y necesario trabajo para el que fue llamado y elegido. A este número, pertenecen todos los que trabajan en lugares apartados de las asambleas, los que esparcen la preciosa semilla, con toda clase de literatura evangélica, los llamados colportores.

        ¿Son éstos los misioneros que tenemos? ¿Es así como han sentido el llamado de Dios? ¿Es así cómo sienten su responsabilidad las asambleas? Si así es, que el Señor siga llamando, hermanos, contestando, y las asambleas enviando al CAMPO, al mundo.  Juan 17:18 “como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo”.

 

 

 Antonio Murillo Arcos
Revista “Campo Misionero”. Junio 1945.

El campo de labor por Arcángel Faienza

El Señor dijo: “El campo es el mundo” (Mateo 13:38)

         El mundo, como sabemos, se compone de seres humanos, muchos de los cuales son conscientes de una ineludible necesidad; deseo que anhelan ver cumplido, aunque por sus propios medios; otros, quizás, buscando ayuda ajena; pero todos convienen, más temprano o más tarde, que el mundo nada tiene para satisfacer esa necesidad.

         Pues bien, es aquí y ahora, en este mundo terrestre, en donde con frecuencia se oyen “malas” nuevas, a donde el Señor nos envía a anunciar las “buenas nuevas”. Dice su palabra que el deseo de Dios es “que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9).

        Ahora, al leer aquellas palabras de Juan 4:35 “Alzad vuestros ojos, y mirad los campos, porque ya están blancas para la siega”, nos preguntamos: ¿podremos nosotros, podré yo, alcanzar el vasto mundo con las buenas nuevas? Hay un medio, entre otros, que es más bien un privilegio; nos referimos a la oración, como encontramos en el muchas veces citado pasaje de 1 Timoteo 2:1-4.

        Otro medio lo constituye “el mundo en miniatura”, en el que cada uno de nosotros actúa; vale decir: “Cada casa es un mundo”. Y, al decir hogar, podemos añadir el taller, la oficina, la calle, etc. ¿Y cómo podemos ser allí misioneros? Una breve frase podría abarcar todo nuestro trabajo: con nuestro testimonio.

         Veamos a algunos que fueron llamados por el Señor. No importa tanto de dónde nos llama, sino a dónde nos manda, para que su voluntad y propósitos sean cumplidos:

1.    Simón Pedro. El Señor le dijo: “desde ahora serás pescador de hombres” (Lucas 5:10). Podríamos decir, a individuos. En Hechos 2:38, hallamos las palabras “cada uno”.

2.    El endemoniado gadareno (Marcos 5:1-20). Una vez sanado, el Señor le manda predicar a los suyos, es decir, a su casa.

3.    La mujer samaritana (Juan 4). Convencida de que había hallado al Mesías deja todo y, cual verdadera misionera, lleva el mensaje a su ciudad.

4.    El apóstol Pablo (Hechos 9:15; Romanos 15:23-33). Ganado para Cristo, su espera no conoce límites: Europa, Asia… todo lo llena del Evangelio de Cristo.

        Es que el Señor había dicho: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Que Él nos enseñe cómo y dónde debemos servirle para bendición de otros, para gozo nuestro y para la gloria de Dios.

 

Arcángel Faienza
Revista “Campo Misionero”. Diciembre 1944

El autor y consumador de la fe por G. M. J. Lear

        Varias veces en Las Escrituras vemos a nuestro Señor presentado como el todo inclusive, el que principia y el que termina. En Apocalipsis 22:13, leemos: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último». Se ve aquí que todo el alfabeto, toda la creación y toda enumeración tiene en él su cumplimiento. Y es así en el texto que tenemos que considerar ahora: es «El autor y consumador de la fe» Hebreos 12:2 el perfecto ejemplar de lo que significa una vida de fe, desde su nacimiento Salmos 22:9 hasta la muerte Lucas 22:46.

        En el capítulo anterior Heb. 11 , leemos de muchos héroes de la fe, pero cada uno de ellos tenía algún fracaso; pero en nuestro Señor no hay ninguna deficiencia: en todo detalle de su vida hay plena perfección. Desde el comienzo de su carrera pública hasta el fin, se ve una dependencia completa del Padre, una sumisión absoluta a la guía del Espíritu Santo. En la tentación satánica,  que leemos en Lucas 4, el gran objeto del diablo es hacerle obrar sin la voluntad de su Padre, supliendo sus legítimas necesidades, asumiendo la gloria de los reinos del mundo. o poniendo a prueba caprichosamente el cuidado de Dios: pero no cede una pulgada de terreno al enemigo. Su vida de fe resplandeciente no se empaña en lo más mínimo.

        En mitad de su ministerio, le vemos cruzando el Mar de Galilea, y había caído dormido por puro cansancio en su verdadera humanidad Marcos 4:38 . ¡La única vez que leemos del sueño del Salvador es cuando se halla en medio de una furiosa tempestad! Los discípulos le despiertan con su grito miedoso: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?». Pero, después de calmar la tempestad, Jesús tiene que reprender esta falta de fe de parte de ellos: él había quedado con una confianza imperturbable en medio del viento y las olas.

        Y así se caracteriza su vida entera: dependencia de Dios; confianza en Dios. Todas sus acciones realizadas y todas sus palabras habladas son lo que el Padre le dio que hiciese y hablase Juan 8:19 y Juan 14:10 . Allí tenemos la definición de lo que es una vida de fe. «Todo lo que no proviene de fe, es pecado» Romanos 14:23 , porque no se efectúa con la conciencia de la presencia del Señor, en sujeción a su santa voluntad Juan 8:29.

        Ahora, pensemos por un momento en la última semana de la carrera terrenal de nuestro Salvador. En Juan 11:7-9, vemos la calma majestuosa que manifiesta al subir a Jerusalén, volviendo allí seis días antes de la Pascua, en pleno conocimiento de todo lo que le esperaba Juan 13:1  Juan 18:4. Después de la oración intensa, tres veces repetida Mateo 26:44, se levanta para encontrarse con sus enemigos, diciendo con una serenidad asombrosa: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” Juan 18:11. ¡Qué grande es el coraje y la tranquilidad de la fe!  ¡Cómo se la ve consumada en este duro trance de la vida!

Y ¿qué diremos de la cruz misma? Allí nuestro Señor pronuncia siete palabras, todas las cuales dan evidencia de su fe sublime:

(1) Que hay perdón de pecados para los peores, a base de sus padecimientos a favor de los pecadores Lucas 23:34.

(2) En vez de estar ocupado con sus terribles dolencias, piensa en el bienestar de su madre, encomendándola al cuidado del amado discípulo Juan. El desprendimiento de la fe.

(3) Da la promesa al ladrón arrepentido de entrar en el paraíso, sabiendo que su fe en el Salvador le procura una limpieza completa de una vida de pecado. La certidumbre de la fe.

(4) Y aún en el grito de agonía: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», vemos que es Dios MÍO, todavía: su confianza se mantiene como se ve en el salmos 22:1, salmos 22:9, salmos 22:20-21.

(5) En la palabra “Tengo sed” Juan 19:28, nos damos cuenta de su fe inquebrantable en las Sagradas Escrituras, que se han de cumplir hasta el último detalle.

(6) Cuando dice «Consumado es» Juan 19:30, se ve manifestada su confianza en los resultados de su obra ya terminada: la voluntad de Dios cabalmente cumplida, la redención efectuada.

(7) Y en medio de este triunfo declarado, entrega confiadamente el espíritu en las manos del Padre Lucas 23:46. Y así termina su vida terrenal el «AUTOR Y CONSUMADOR DE LA FE».

 

G. M. J. Lear
Publicado en la Revista Mentor nº 46. Enero-Marzo 1958

El ángel de Jehová

        A menudo, aparece sobre las páginas del Antiguo Testamento, un Personaje místico y maravilloso llamado «el Ángel de Jehová”, «el Ángel de Dios».., o, más sencillamente, «el ángel», «su ángel», «mi ángel». Según la opinión de los más sanos expositores de la Biblia, este Personaje misterioso era el mismo Hijo de Dios, de modo que tenemos en el Antiguo Testamento varias pre-manifestaciones de Cristo a los hombres, muy anteriores o su encarnación en Belén. Así como el Espíritu de Dios descendió provisoriamente sobre algunos hombres para lograr ciertos propósitos divinos, antes de descender en el Día de Pentecostés para morar permanentemente en la iglesia, el Hijo de Dios apareció brevemente de cuando en cuando a ciertas personas, antes de venir a morar entre los hombres como «Dios manifestado en carne», en la Persona de Jesús.

 

        La primera mención del Ángel de Jehová se halla en Génesis cap. 16 cuando apareció a la pobre fugitiva Agar. Luego, el mismo Ángel de Jehová apareció a Abraham sobre el monte de Moriah (Gén. 22:10-18); a Moisés, en la zarza ardiendo con fuego (Éx:3:2-14) ; a Gedeón, trabajando en el lagar de su padre Jueces 6:12-22); a David, en la era de Arauna (2 Sam. 24:16); a Elías, debajo del enebro (1 Reyes 19:5-7); y fue el Ángel de Jehová el que defendió a Jerusalén en tiempo del rey Ezequías, destruyendo ciento ochenta y cinco mil hombres en el campo de los asirios (Is. 37:36). A veces, apareció en forma de hombre, como a Abraham en el valle de Mamre (Gén. 18:1-33). Jacob luchó con un Varón en el vado de Jaboc (Gén.32:22-32). Y Josué, antes de la conquista de Jericó, vio a un Varón con una espada desnuda en la mano, que decía ser «el Príncipe del ejército de Jehová» (Josué 5:13-15; 6:1-2).

 COMENTARIO

        En las apariciones del Ángel de Jehová, vemos una notable correspondencia entre sus actuaciones y características con las de Jesús, el Hijo de Dios. Iremos primero a Éxodo cap. 3, donde leemos que el Ángel de Jehová apareció a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza (v. 2).  Cuando Moisés se acercó a la zarza, «lo llamó Dios de en medio de la zarza” (v. 4), de manera que aquel ángel era Dios. Luego, en contestación a la pregunta de Moisés tocante a su nombre, Dios (el ángel de Jehová) le respondió: «YO SOY EL QUE SOY» (v. 14). Pasando al Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús afirmó que él era el gran «Yo Soy». En Juan cap. 8, leemos sus palabras: «Si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis» ( v. 24) ; «Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (v. 28); «Antes que Abraham fuese, Yo soy» (v. 58).

        Los judíos incrédulos reconocieron muy bien que Jesús afirmaba ser el Jehová que había aparecido a sus padres, y, por consiguiente, alzaron piedras para darle muerte por blasfemo. Por el contrario, nosotros los creyentes en él conocemos el poder y bendición de su nombre inefable, y nos regocijamos al oír su voz decir : «Yo soy el pan de Vida», “Yo soy la Luz del mundo», «Yo soy la resurrección y la vida», «Yo soy el Buen Pastor»  y «Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida». Tenemos en Cristo todos los recursos dcl gran Yo soy que apareció a Moisés.

        Luego, leemos que «el Ángel de Jehová» dijo a Moisés: «He visto… y he descendido para librarlos… y sacarlos” (Ex. 3:7-8). ¿No es ésta la misma Persona que más tarde descendió para librar pecadores de la servidumbre bajo Satanás, sacar un pueblo para sí mismo, y llevarlo a la Patria Celestial? Jesús afirmó que él había descendido del cielo (Juan 3:13, 6:38) con el propósito de salvar a los que creyesen en él (Juan 6:38-40.) Entonces, en el Ángel de Jehová vemos a Jesús, cuyo nombre significa: «Jehová el Salvador».

        En Génesis cap. 22, tenemos la conmovedora historia de cómo Abraham estuvo por sacrificar a Dios a su bienamado hijo Isaac. Tremenda fue la demanda de Dios sobre la fe y el amor de Abraham, y maravillosa fue su obediencia al mandato divino. En el momento culminante, cuando Abraham ya había alzado el cuchillo para degollar a su hijo, entonces el Ángel de Jehová intervino y dijo: «No extiendas tu mano sobre el muchacho… porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único». «Y llamó el Ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado etc.» (Vs. 11-16). ¡Qué misterio insondable! El Ángel de Jehová (el Hijo de Dios) presenció el acto sacrificial de Abraham y proveyó un sustituto que muriera en lugar de Isaac (vs. 13-14), sabiendo de antemano que él mismo tendría que ser ofrecido en sacrificio, sin hallar ningún sustituto que tomara su lugar, cuando llegara la hora predeterminada para redimir a los pecadores y colmar de bendición a los salvados.

        Cuando el anciano Jacob dio su bendición a los hijos de José, él dijo: «El Dios que ha sido el Pastor mío desde que existo hasta el día de hoy; el Ángel que me rescató de todo mal, bendiga a estos muchachos» (Gén. 48:15-16. V. M.) Así, otra vez, Dios y el Ángel son identificados como Una misma Persona. El oficio del Pastor implicaba, además del deber de alimentar a sus ovejas, la obligación de defenderlas de los enemigos. ¿Y no es éste también el doble y glorioso oficio de Jesús, el Buen Pastor? (Juan 10:9-15).

         Antes de comenzar la conquista de la tierra de Canaán, el Ángel de Jehová apareció en forma humana a Josué. Notemos lo que se dice acerca de él. (1) Era un Varón, pero aceptó la adoración que a Dios sólo corresponde. (Josué 5:13-15, comp. Éx. 3:5). (2) Era el Príncipe del ejército de Jehová; su oficio era el mismo que las profecías atribuyen a Cristo el Mesías, a saber, ser el Guiador del pueblo y Ganador de la victoria (cap. 6:1-2). El Señor Jesucristo es el Dios-Hombre (Mt. 1: 21-23); Guiador y Príncipe de Israel y de la Iglesia (Mt. 2:6; Jn. 10:4, 27; Hch. 5:31); y sólo mediante él podremos triunfar contra el mal y disfrutar luego de las bendiciones de su reino glorioso. (Ap. 19:11-14).

        En días de vergonzosa derrota para el pueblo israelita (Jueces 6:1-6), el Ángel de Jehová apareció a Gedeón que se hallaba zarandeando trigo en la casa de su padre. Al leer los versículos 11 a 23, se ve cómo se emplean en forma intercambiable los nombres Jehová y Ángel de Jehová. Gedeón recibió una comisión importante: «Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel… ¿No te envío Yo?… Yo estaré contigo». Parécenos oír la voz de nuestro Señor Jesucristo hablando a sus discípulos: «Toda potestad me es dada… por tanto, id,…  y he aquí yo estoy con vosotros… (Mat. 28:18-20).

         Transcurrieron unos 85 años más y, luego, el Ángel de Jehová se reveló a una mujer y a su marido, Manoa, para anunciarles que iba a tener un hijo que salvaría a Israel de sus enemigos. Este hijo era Sansón. (Ver Jueces cap. 13). Nueve veces en este capítulo se habla del Ángel de Jehová, pero notamos: (1) Que apareció como un hombre, semejante a otros hombres, pues Manoa no se dio cuenta que era un ángel, (v. 10-11). Así también, cuando el Señor vivió entre los hombres en semejanza de hombre, no le reconocieron como un ser celestial, (Juan 1:26). (2) Que era celoso por la gloria de Dios, pues no quiso aceptar un holocausto, como hombre. (v. 16.) “La gloria» del Padre era siempre el anhelo primordial de Cristo, (Mt. 4:10; Jn. 8:50; 12:28,17,4). (3) Que su nombre era «admirable».  La misma palabra de Is. 9:6, donde el profeta habla del Mesías venidero. (4) Que subió en la llama del altar (v. 20). Sí, en todo esto podemos vislumbrar de antemano la encarnación, manifestación, y ascensión triunfante del Hijo de Dios.
G.M. Airth. 

 

Publicado en la Revista “Mentor”, nº 40. Julio – Septiembre 1956

El amor de Cristo por Edmundo Woodford

“Dios es amor”, y desde el principio se ha manifestado no tan sólo su cariño hacia las obras de sus manos, sino también su afán de conseguir del hombre un amor recíproco, voluntario. Lo exige en la Ley, y lo despierta por el Evangelio. El Hijo de su amor vino para revelarlo a los pecadores: «en esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él” (1 Juan 4:9).

         Tres veces en sus escritos, el apóstol Pablo emplea la frase: “el amor de Cristo”,  móvil e inspiración de su vida tan abnegada y a la vez tan sumamente feliz.

         Es un amor invencible. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Romanos 8:35). En cuanto a nuestros pecados, su muerte y su intercesión a la diestra de Dios nos asegura la justificación irrevocable y nos tranquiliza la conciencia y el corazón. Contra todas las potestades infernales es una defensa invulnerable. ¿Y las vicisitudes de la vida? Pablo pasa revista a todas ¬»tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez,  peligro, espada”…. (Romanos 8:35), y declara con confianza que el amor que sufrió la cruz y triunfó en ella no le dejará jamás. “Fuerte es como la muerte el amor … las muchas aguas, no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8:6-7). “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta lo sumo” (“Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella”. Nunca la abandonará, ni descansará hasta que la tenga a su lado glorificada y libre de todo mal. Su amor es individual –“El Hijo de Dios me amó a mí, y se entregó a Sí mismo por mí». El creyente, por muy débil que sea, puede vivir confiadamente escudado por un amor tan grande, sabiendo (como Rut) que Él no parará hasta que concluya su propósito”.

        2. Es un amor infinito.  Efesios 3:19. Divino en su naturaleza, excede a todo conocimiento humano… y, sin embargo, el apóstol desea que sus lectores lo conozcan. En la analogía del amor humano, se explica fácilmente la aparente contradicción. En la intimidad del amor, hay un terreno inescrutable para toda persona ajena: asimismo, en las relaciones entre el alma y el Señor hay profundidades insondables. “Soy de mi Amado, y mi Amado es mío”. Leyendo con reverencia el Cantar de los cantares, el creyente discierne los dulces acentos del Salvador y responde de todo corazón.

        ¿Es posible comprender las dimensiones del amor de Cristo? Sí: con tal que Él habite en el corazón. La palabra, que se usa de la unión entre el Padre y el Hijo en Colosenses 1: 19 y Colosenses 2:9, se ha expresado por la frase “tener su hogar”. Sólo podemos conocer a una persona cuando tenemos comunión íntima y constante con ella. En este caso, es el Espíritu Santo que Le glorifica, tomando de lo suyo y revelándolo al creyente, para que éste, “con todos los santos” (cada uno de los cuales contribuye algo según su propia percepción) pueda contemplar la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del misterio de la voluntad de Dios y sus propósitos de gracia, descubierto a la iglesia (Colosenses 1:9) y notificado por ella a los principados y potestades en los cielos (Colosenses 3:10). Es como un templo majestuoso, diseñado por la multiforme sabiduría de Dios y adornado por las inescrutables riquezas de Cristo, en la cual tenemos entrada con confianza por la fe de Él. Sus medidas se pierden en lo infinito. Eterno en su largura, universal (potencialmente) en su anchura, sus cimientos llegan hasta los profundos en la Cruz, y sus almenas constituyen el fondo del Trono de Dios. Igual que en las figuras terrestres del tabernáculo y el templo, se llena de “toda la plenitud de Dios” – y Dios es amor.

        3. Es un amor irresistible. 2 Corintios 5:14. Nos domina y posee completamente. Cristo fue constreñido por Su amor hacia nosotros (Lucas 12:50, donde se traduce “me angustio”). Dos veces el médico Lucas emplea la palabra para describir los efectos de una fiebre (Lucas 4:38 y Hechos 28:8). Así, el amor de Cristo enciende todo nuestro ser, y no podemos (ni queremos) escaparnos de su aprieto. La palabra se usa de una multitud (Lucas 8:45) y los guardias (Lucas 22:63). Este amor nos hace juzgar que somos muertos con Cristo, y que la nueva vida que nos dio es suya enteramente y ha de vivirse para aquel que murió y resucitó por nosotros. Su amor reclama todo nuestro afecto: “Le amamos porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Pero la nuestra no ha de ser una vida contemplativa. El amor del Señor, que le constriñó a dejar el cielo para buscar y salvarnos, nos impele a cumplir el mismo ministerio de la reconciliación en la búsqueda de otros. Si el amor de Cristo no produce amor hacia las almas que nos rodean en peligro de perderse eternamente, nuestra consideración es más mística que práctica, y necesitamos pedirle que inflame el fuego en cada corazón hasta que su llama se propague y encienda a otros. Fue precisamente en Corinto que Pablo fue «constreñido» a testificar a todos con resultados tan felices (Hechos 18:5). Escribiendo a los Filipenses desde la cárcel en Roma, les dijo que sentía una doble presión espiritual – estaba “en estrecho” (constreñido), deseando «partir y estar con Cristo” a quien tanto amaba, y, a la vez, volver para ayudar a sus hermanos en la fe (Filipenses 1:23). Son tres aspectos, pues, de este amor conmovedor – hacia los perdidos, hacia los creyentes, y hacia su Autor y Fuente con el cual desearíamos estar.

        “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).

 
 
Edmundo Woodford (Adaptado).Revista “El Camino”. Febrero 1954