La Roca por F. Jorge Otón

 Deuteronomio 32:1-4 Deuteronomio 32:15-18 Deuteronomio 32:30-31 1 Corintios 10:4 Éxodo 17:1-6

          Uno de los títulos más notables dados a Dios en el A. Testamento es «La Roca». Especialmente Moisés, David e Isaías  hablan de él utilizando esta figura, porque describe en una forma admirable lo que es Dios para su pueblo, en virtud de sus atributos, y mayormente en referencia a su gran fortaleza, y la inmutabilidad de sus propósitos. Así Moisés, en su canción de despedida, recordando la fidelidad del Señor, dice: «El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y ninguna iniquidad en él; es justo y recto». Deuteronomio 32:4

          Que la roca, con sus diferentes características, era figura del Señor Jesús, las mismas Escrituras lo declaran: «Y la roca era Cristo» 1 Corintios 10:4.

          Moisés había tenido muchas experiencias en su larga vida, conocía bien a los hombres en todas las esferas, su carácter en general tan inestable, sus palabras tan poco dignas de confianza; pero había tenido un conocimiento excepcional de Dios, en su carácter y sus obras, de modo que no encuentra mejor palabra para expresar su fidelidad, su constancia y su inmutabilidad que «Jehová es mi Roca». David, más tarde, pregunta, «¿Quién es Dios, sino sólo Jehová? ¿Y qué Roca hay fuera de nuestro Dios» y luego declara, «Viva Jehová, y bendita sea mi Roca» 2 Samuel 22:2, 2 Samuel 22:32, 2 Samuel 22:47

        La palabra hebrea “tsur» es traducida en nuestras biblias algunas veces «roca», y otras veces “peña», pero preferiremos aquí la palabra «roca».

         Es muy interesante y significativa la primera referencia a la roca. La tenemos en Éxodo 17:6, donde Moisés conforme a la palabra de Dios hirió la roca, y las aguas fluyeron para saciar la sed del pueblo. Ya hemos notado que la roca habla de Cristo, y es porque «herido fue por nuestras rebeliones»  y «Jehová quiso quebrantarlo» Isaías 53:5, Isaías 53:10, que así se hacía provisión para las necesidades de nuestras almas sedientas.

        En Salmos 78:15-16, Salmos 78:20 , leemos: «Hendió las peñas en el desierto; y les dio a beber como de grandes abismos, pues sacó de la peña corrientes, e hizo descender oguas como ríos… y torrentes inundaron la tierra». Otra vez, en Salmos 105:41, “Abrió la peña, y fluyeron aguas; corrieron por los sequedales como un río».

         El Señor Jesús, anticipando su muerte y las bendiciones que resultarían de ella, pudo decir a la mujer samaritana, «el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» Juan 4:14 . Y en el último día de la fiesta de Cabañas Juan 7:37-39 , Jesús clamaba, diciendo: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva». Y eso, anticipando su muerte, y la venida del Espíritu Santo. En esta forma, el Señor Jesús, «la Roca de la eternidad» Isaías 26:4, se presenta como el que sacia la sed del alma, abundante, continua y permanentemente. «El que cree en mí”, y «el que bebiere del agua», participa de la plenitud de su Salvador, y de su salvación Juan 1:16.

        La roca presenta figurativamente algunas de las bendiciones que el alma recibe del Señor Jesús.

        Leemos de «la Roca que te creó» Deuteronomio 32:18 , que recuerda que nuestra vida depende de él. «Creados en Cristo Jesús» Efesios 2:10 .

        Agua de la roca, como hemos visto, es tipo del Espíritu Santo en su plenitud.

        Aceite (Dt. 32:13), del pedernal, es figura del refrigerio y consolación del Espíritu Santo.

        Miel. En el mismo versículo anterior tenemos, «e hizo que chupase miel de la peña” La misma figura tenemos en Sal. 81:16. Un alimento dulce y nutritivo, como Jonatán 1 Samuel 14:29 y Sansón Jueces 14:9 tuvieron oportunidad de comprobar. Sus palabras «son dulces más que la miel» Salmos 19:10 a nuestros corazones.

        Sombra (Is. 32:2) «Y será aquel varón… como sombra de gran peñasco en tierra calurosa». Aquí tenemos un cuadro del descanso que halla el alma que anda en comunión con él (Sal. 91:1).

        Fundamento Salmos 40:2 “Puso mis pies sobre peña” (sobre roca). Este es el testimonio del alma salvada que ha confiado en el Señor. El mismo Señor usó esta figura en Mateo 7:25. El que oye su palabra y la hace, edifica sobre roca sólida. En Mateo 16:l8, Cristo dijo que su iglesia iba a edificarse sobre piedra inconmovible. Pablo dice en 1 Corintios 3:11  «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. Este fundamento está firme 2 Timoteo 2:19 .Tan seguro es que Isaias 28:16 dice que es “cimiento estable”.

        Protección. En Exodo 33:22, Moisés, para poder contemplar algo de la gloria de Jehová, fue colocado en una hendidura de la roca, y allí cubierto con la mano de Dios. Los que se han refugiado en el que fue herido por ellos, pueden ahora mirar a cara descubierta la gloria del Señor 2 Corintios 3:18. Es su privilegio y necesidad.

        Salvación. En 2 Samuel 22:47, David dice: «Viva Jehová, y bendita sea mi roca, y engrandecido sea el Dios de mi salvación», y en Salmos 62:2, «Él solamente es mi roca y mi salvación». Había sido conducido, como él había deseado, «a la roca que es más alta que yo» Salmos 61:2, porque sólo allí podía estar seguro.

 

        Sabiduría. Entre las cosas «más sabias que los sabios» Proverbios 30:24-26, encontramos el conejo, y su sabiduría consiste en poner su casa en la roca. Sólo allí halla refugio seguro, y está a salvo de sus enemigos y perseguidores.

         Canción. Isaías 42:11 exhorta a alabanzas, diciendo: «Canten los moradores de Sela, y desde la cumbre de los montes den voces de júbilo». Los que hemos confiado en Cristo tenemos mayores motivos aún para cantar. Él lo espera, porque puso en nuestra boca, al colocar nuestros píes sobre la roca, una nueva canción, alabanza a nuestro Dios Salmos 40:2. “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre” Hechos. 13:15

¿Han sido colocados tus pies sobre la Roca, Cristo Jesús?
¿Estás edificando tu casa, (tu vida y tu carácter) sobre esta Roca?
¿Has hallado en Cristo todas las bendiciones de las cuales habla la Roca en las Escrituras?

 

F. Jorge Otón.
Publicado en la Revista Mentor nº 40.  Julio—Septiembre 1956

La Gracia de nuestro Señor Jesucristo por Edmundo Woodford

2 Corintios 8:9
 
 “¿Qué es tu amado más que otro amado?” (Cantares. 5:9). Es del todo admirable. No es fácil describir la Persona de nuestro Salvador en términos corrientes:
 
“No hay lengua humana que podrá
Cual es debido proclamar
Tus glorias, ¡oh Señor!”
 
 
        Sólo el Padre le conoce, y desde el cielo ha dicho dos veces: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Conocerle es vida eterna, y si, igual que Pablo, estamos dispuestos a estimar todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, el Santo Espíritu tomará de lo suyo y nos lo hará saber. Contemplando en su rostro divino la gloria excelsa, seremos transformados en la misma imagen de gloria en gloria y llegaremos a manifestar las virtudes de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Este es el objeto de nuestras meditaciones. Se necesita pluma de escribiente muy ligero para delinear sus virtudes: quiera el Señor ayudarnos, pues, a contemplar con reverencia algunas facetas de su vida ejemplar, a fin de reflejarla en nuestro cuerpo mortal para que todos se den cuenta que hemos estado con Jesús.
        Es difícil definir esta cualidad inefable del Salvador, pero la conocemos por su descenso del Trono celestial al pesebre de Belén.
        El Hijo Eterno de Dios, heredero de todo, se anonadó, tomando forma de siervo: siendo rico, se hizo pobre por amor de nosotros. Gustosamente, se ofreció a salvar a los hombres, alejados de Dios por el pecado, y se hizo Hombre envuelto en pañales entre pajas en la cuadra del mesón; trabajando de carpintero en Nazaret, y  caminando por Galilea, Samaria y Judea, sin tener donde reclinar la cabeza; y, extraño entre sus hermanos, fue desechado y despreciado de los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos. En su agonía, desamparado de Dios, abrazaba a los extraviados, padeciendo el Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Esta es la gracia del amor supremo que se desprende de todo en beneficio del objeto de su afecto, y se sacrifica hasta lo sumo por el amado, enriqueciéndole a expensas de sus bienes y su propia vida. “Me amó a mí y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20), exclama Pablo. ¿Qué viste en el hombre?, pregunta el creyente, y el Señor contesta: “No hubo ojo que se compadeciese de ti… Y Yo pasé junto a ti… Te dije: ¡Vive!” (Ezequiel 16:5-6).
        La gracia de nuestro Señor Jesucristo es su amor puesto en movimiento a favor del pecador, su favor inmerecido por el cual somos salvos y enriquecidos. “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:11). Pablo citó el ejemplo del Señor a los Corintios con el fin de estimularnos en la gracia de dar, aplicando la palabra muchas veces a sus ofrendas a favor de los necesitados.
        “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó (tendió su pabellón) entre nosotros,… lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Desde sus primeros días, la gracia de Dios era sobre Él, y en el hogar humilde de la ciudad despreciada, “Jesús crecía… en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). ¡Cuán hermosos serían todos sus pasos y gestos de niño y joven! Perfectamente ajustado a su edad y ambiente familiar, su gracia se mostraba en su sujeción a sus padres. Su simpatía con los pobres, su propósito de no ser servido sino de servir a otros. No tenía necesidad de aureola para distinguirle de los demás hombres, porque irradiaba siempre la gloria del divino Bienhechor. Nos ha dejado ejemplo para que sigamos sus pisadas.
        “Eres el  más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios” (Salmos 45:2). Cuando volvió a Nazaret, donde había sido criado, y con suma sencillez y candor, indicó que el Espíritu de Dios era sobre Él, los concurrentes a la sinagoga estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. Aún en los hombres más santos hay, a veces, asperezas en sus dichos y hechos, pero nunca se halló en Él ni jamás tuvo que modificar ni retirar palabra alguna. Sus discursos, aún cuando traducidos a otros idiomas, retienen su dulzura, y llevan paz y consuelo al corazón. Su Padre le había dado “lengua de sabios para saber hablar palabras al cansado” porque tenía oído de discípulo (Isaias 50:4). Sus palabras sólo hirieron a los hipócritas: a los contritos y sinceros, habló con gracia y perdón. Dos veces se halló frente a mujeres conocidas como pecadoras; a una a quien la Ley condenaba a muerte, dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11); y a la otra, señalada por el fariseo como indigna de tocarle, mandó en paz a su casa, con la dulce sentencia: “Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7:48). A la viuda de Naín, con suma gracia y ternura, dijo: “No llores” (Lucas 7:13), pero con las hermanas de Betania lloró, profundamente conmovido, a pesar de saber que dentro de unos momentos cambiaría su tristeza en gozo. Su gracia se manifestó en todo su trato con los hombres, en casa de los fariseos, su conducta era intachable, aunque les habló con claridad de sus faltas: a la vez, era “amigo de publicanos y pecadores” (Mateo 11:19). Sanó a todos los enfermos que le fueron presentados; recogió en sus brazos y bendijo a los niños, a cuyas madres los discípulos querían despachar agriamente. “Al que a mí viene no le echo fuera” (Juan 6:37): así anunció el alcance de su bondad. En camino para la casa de un principal de la sinagoga, se detuvo para que la mujer enferma no sólo recibiese la salud anhelada, sino también su bendición (Lucas 8:40-48).
        Procuremos, pues, imitarle en sus palabras y hechos, en nuestros trato con otros. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29). “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” (Colosenses 4:6).
        “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros”: Pablo comienza y termina sus epístolas con frases parecidas, reconociendo que el Señor Jesús es la fuente de cuya plenitud todos tomamos, “gracia sobre gracia”. Su gracia basta en las pruebas más duras, porque el poder de Cristo extiende su pabellón sobre nosotros (2 Co. 12:9). “Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que… abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8). Sea, pues, la hermosura de Jehová nuestro Dios sobre nosotros… “Las virtudes de Cristo se vean en mí”.

 

 
 
 
Edmundo Woodford (Adaptado). Revista “El Camino”. Enero 1954

El Verbo por T. Lawrie

Juan 1:18; 1 Juan 1:1-3; Apocalipsis 19:11-21
 
        Muchos son los nombres y títulos que lleva nuestro Señor. Cada uno de ellos es una expresión que revela algo de su persona, de su carácter o de su obra. Cuanto más estudia el creyente los distintos nombres y títulos, más se maravilla de las excelencias del Señor reveladas en ellos. Pero, a pesar de que se descubran por los nombres y títulos tantas perfecciones, nunca podrán los salvos entender cabalmente la sublimidad perfecta del Señor. Pues, en las Escrituras, Dios hace notar que el Señor tiene un nombre reservado que nadie entiende: “Tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo» Apocalipsis 19:12. Quiere decir que, aún durante la eternidad, no podrán comprenderse todas las glorias del Señor expresadas en su «nombre».
 
        «EL VERBO» es uno de los numerosos nombres del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento, se halla únicamente en los escritos del apóstol Juan. Es la traducción del vocablo griego «LOGOS», que aparece en el Nuevo Testamento (según la Concordancia Greco-Española) trescientas treinta y una veces. Se traduce en muy diferentes maneras, pero en general, por la voz “palabra», que ocurre doscientas setenta y seis veces. Mientras, la traducción “Verbo» aparece únicamente seis veces, e invariablemente como un nombre del Señor Jesús.
 
        La «palabra» es aquella por la cual se expresan las ideas y pensamientos que se formulen en el intelecto. Dios utiliza no solamente la palabra escrita sino la «PALABRA», o el “VERBO» que fue hecho carne, para hacer a los hombres entender sus pensamientos acerca de ellos. Luego, se debe tener en memoria que en la gramática el verbo es la parte indispensable de la oración. Sin el verbo, lo dicho es incomprensible. Por consiguiente, por la «PALABRA» encarnada expresa Dios sus pensamientos, y por el «VERBO» los hace comprensibles. Más aún, los pensamientos de Dios son anunciados por el «VERBO». Pues se lee: «A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» Juan 1:18. En el Verbo hay el anuncio del Padre -aún la revelación de él- y por el Verbo el creyente traba parentesco con Dios: «Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” Gálatas 3:26.
        Son de suma importancia las porciones bíblicas que  hablan del “VERBO”. Su contenido incluye verdades profundas que la mente finita nunca sondeará. Pero son verdades que se creen, a pesar de que no se expliquen. Son declaraciones:
1.    De la Deidad del «VERBO».
2.    De su obra en la creación.
3.    De su obra en gracia.
4.    De su obra en juicio.
Bajo estos cuatro epígrafes consideremos al «VERBO».
1) La Deidad del VERBO.
«En el principio era el Verbo”. Así se lee en el primer versículo del  Evangelio según el Apóstol Juan. «Era» expresa la existencia del Verbo antes que hubiera «principio», en la misma manera que declara la preexistencia de Dios el dicho en Génesis 1:1 «En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. De este modo, se anuncia que el Verbo es eterno. Luego, el término «con Dios», en el dicho: «el Verbo era con Dios», indica mucho más que sólo una determinada posición; proclama una íntima comunión con el Ser eterno. Por fin, terminantemente, se declara: «el Verbo era Dios». Los dichos indican una pluralidad de personas, y a la vez una singularidad. Y esto se explica mediante otras porciones de las Escrituras que proclaman los nombres de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas en un solo Ser -Dios- y cada una de esos personas el mismo Dios.
2) Su Obra en la Creación.
Léanse juntamente con los primeros versículos del Evangelio según el Apóstol Juan y los versículos en la Epístola del Apóstol Pablo a los Colosenses 1:12-17. Tanto en una parte como en otra, se declara que el Verbo -el Hijo- creó todas las cosas. Pero bien es que se note que no solamente es una creación material, sino que «en él estaba la vida» Juan 1:4.  Él es el “Autor de la vida» Hechos 3:15; de Él mana la vida, y «Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida». 1 Juan 5:11-12.
“Y la vida era la luz de los hombres» Juan 1:4. Él, “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo» Juan 1:9. Los hombres están en las tinieblas, a pesar de que no lo creen; andan a tientas, y precisan quien les alumbre. Entre las grandes inteligencias del mundo, ¡cuántos han buscado, afanosamente, los fundamentos seguros de cómo vinieron en existencia todas las cosas! ¡Cuántas teorías han adelantado sobre la materia! Esas teorías satisfacen a muchísimos de la raza humana, pero las repudian otros, tantos. Pero en medio de las tinieblas, resplandece la luz, que “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» Juan 1:3. El Verbo es el Creador de todas las cosas.
3) Su Obra en la Gracia.
Los hombres son inmerecedores de lo más mínimo de los beneficios que de Dios proceden. Porque se han apartarlo de él, y de él se han constituido «extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras»  Colosenses 1:21. Sin embargo, él  se mantiene  inmutable, y ha manifestado la inmensidad de su gracia. Pues, “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» Juan 1:14. No es que se manifestara en forma atrayente, placentera y deleitable, sino que ha aparecido como “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto» Isaías 53:3. Así fue que manifestó:“la gracia de Dios se  ha manifestado para salvación a todos los hombres» Tito 2:11. De este modo, aquel Verbo introdujo en el mundo el beneficio más grande que jamás ha habido: la salvación fundamentada sobre el seguro cimiento de su sacrificio ofrecido una vez para siempre en la cruz en el Calvario. Y «a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” Juan 1:12. ¡Qué obra inconmensurable de gracia! 
 
 
T. Lawrie.  
Publicado en la Revista Mentor Nº 41. Octubre-Noviembre 1956.

El varón por Ernesto Parish

 Génesis 18:2-3  Génesis 32:24 Éxodo 23:23 Josué 5:13 Isaías. 53:3 Zacarías 1:8

          Cuando el Señor andaba de incógnito con los dos discípulos en el camino a Emaús, llegó el momento cuando Él, “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían”. Lucas 24:27.

        Nosotros registramos las mismas Escrituras y, guiados por el Espíritu Santo, nos gozamos al ver lo que en ellas hay para nuestra contemplación. En los versos citados arriba, tenemos diferentes títulos mencionados, tales como “ángel”, “ángel de Jehová”, “Príncipe del Ejército de Jehová”, “varón”, “varón de dolores”. Indudablemente, se refieren a la aparición del Señor en varias ocasiones antes de su encarnación.  

        Es de notar, por ejemplo, que en Génesis 18 hay mención de tres hombres que visitaron a Abraham, pero en el capítulo que sigue hay solamente dos que llegaron a Sodoma. Uno se había separado de los otros, quedándose con Abraham y se manifestó como Jehová a quien Abraham hace sus intercesiones.

        Tomando las seis citas, mencionadas al principio, para formar nuestro concepto del Señor, según su manifestación en el período del Antiguo Testamento, podemos vislumbrar ciertas características que más ampliamente se desarrollan después de la encarnación.

        Abraham conversó con Aquel que le apareció, dándole todo respeto y reverencia que corresponden a Dios.
Jacob es buscado, y “el varón” lucha para producir en él un nuevo espíritu, de manera que después merece ser llamado Israel.

        Jacob reconoció que aquel “varón” era Dios, y llamó el nombre de aquel lugar, Peniel, porque dijo, “vi a Dios cara a cara”. Génesis 32:30.El pueblo de Israel recibió la promesa de la presencia del Ángel para guiar y proteger. Habiendo gozado de la divina intervención de Dios para su liberación de la esclavitud en Egipto, después tuvieron la divina promesa de la presencia del Ángel para el camino peligroso y desconocido que les esperaba.

        Josué había cruzado el Jordán y estaba en víspera de llevar al pueblo de Israel adelante. Súbitamente, le apareció un varón en calidad de guerrero. Josué aprendió que fue el “Príncipe del ejército de Jehová, varón, varón de su capitanía, y, así, halló resuelto el problema de la conquista de la tierra de promisión.

        Isaías se refiere a uno que, cual sustituto de su pueblo, es “varón de dolores”. El capítulo 53 de su profecía está lleno de referencias al Señor Jesucristo, anticipando siglos antes de su encarnación, sus sufrimientos y su triunfo y gloria.
Zacarías vio y habló con “un varón… el cual estaba entre los mirtos” y es encargado de proclamar la restauración planeada por Dios para su pueblo faltante, y así anticipar una gloria que Dios introduciría.

        Conclusión. El lector de este estudio fácilmente podrá aplicar los pensamientos sugestivos de estas apariciones anteriores a la encarnación divina, y hallar una reafirmación de la obra del Señor en sus maravillosas variedades como están señaladas en el Nuevo Testamento.

        Recordemos con gratitud que el Señor desea guiar y proteger a los suyos, y en Él habita la plenitud de la divinidad corporalmente Colosenses 2:9 . Él llama a los salvados a la santificación, y también Él es el que dijo “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”, Mateo 28:18

        Si es cierto que Él ofrece restauración al caído, y una gloria eterna a los que son de Él, también lo es que Él era él varón de dolores, y que en la cruz sufrió por su iglesia.

 

Ernesto Parish.
Publicado en la Revista Mentor n.º 40. Julio – Septiembre 1956

El testimonio que Cristo da de las escrituras por A.M. Hodgkin

        “Abraham … se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó”. “Moisés escribió de mí”. “David (me) llamó Señor”. (Juan. 8:56; 5:46; Mateo. 22:45). Estas palabras de nuestro Salvador nos dan un fundamento amplio para buscarle a Él en el Antiguo Testamento, a la par que confirman la verdad de las Escrituras mismas, para nosotros que creemos en Cristo como Dios verdadero, así como Hombre verdadero. Su palabra con respecto a estos asuntos tiene plena fuerza de autoridad. Él no hubiera dicho “Abraham … se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó”, si Abraham hubiese sido un personaje mitológico; Él no hubiera dicho “Moisés escribió de mí”, si los libros de Moisés hubiesen sido escritos cientos de años después; no hubiera citado del Salmo 110 para probar que David le llamó Señor, si ese Salmo hubiese sido escrito en el muy posterior tiempo de los Macabeos.

       En la referencia hecha por nuestro Señor a los libros de Moisés, el testimonio es singularmente enfático. No fue una referencia hecha a ellos simplemente al pasar.  La fuerza entera del argumento estriba, una y otra vez, en el hecho de que Él estimaba a Moisés, no como un mero título por el cual se conocían ciertos libros, sino como la persona real que actuó en la historia que esos libros registran y como el autor de la legislación que ellos contienen. “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?”, (Juan 7:19). “Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí; porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Juan 5:46-47). El condenó las tradiciones que los fariseos agregaron a las leyes y a las enseñanzas de Moisés porque “invalidaban la palabra de Dios” (Marcos 7:13). Al leproso le dijo: “Ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés” (Mt. 8:4). Ese mandamiento de Moisés se encuentra en el mismo corazón del código sacerdotal que algunos quisieran hacernos creer que fue compuesto siglos después de los días de Moisés.

      Estudiando con detenimiento los Evangelios, no dejaremos de ver que las Escrituras del Antiguo Testamento estaban continuamente sobre los labios de Cristo, porque estaban siempre escondidas en su corazón. En la tentación en el desierto, Él venció al diablo, no con alguna manifestación de su divina gloria, no mediante un poder que estuviera fuera del alcance nuestro, ni siquiera por sus propias palabras; sino que recurrió a palabras escritas que habían fortalecido a los santos de muchas épocas. Demostrándonos así cómo nosotros también podremos hacer frente a nuestro gran adversario, y anular sus ataques. Es especialmente útil notar que es de Deuteronomio que nuestro Señor elige, como piedrecitas sacadas del cristalino arroyo, sus tres respuestas terminantes al tentador (Deutoronio. 8:3; 6:13, 16). Pues se nos ha dicho que este libro de Deuteronomio es una piadosa falsificación del tiempo de Josías, en forma tal que daba a entender que fue escrita por Moisés a fin de dar al documento mayor peso en el intento de promover las muy necesarias reformas en la época del citado rey. ¿Hubiera nuestro Señor –Él mismo “La Verdad”- apoyado así un libro lleno de falsedades, usándole en el momento crítico de su conflicto con el diablo? Y si el libro hubiese sido una falsificación, ¿no lo hubiera sabido perfectamente el “padre de la mentira”?

         Cuando Cristo comenzó su ministerio público en la sinagoga de Nazaret con las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido  para dar buenas nuevas a los pobres”, Él dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas. 4:17-21). En el Sermón del Monte, nuestro Señor dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo. 5:17-19).

         En estos días, tenemos muchos libros acerca de la Biblia, pero hay muy poco escudriñamiento de las mismas Escrituras. Un estudio detenido de lo que Jesús mismo dice acerca de las Escrituras del Antiguo Testamento, con el ruego de que la luz del Espíritu Santo sea arrojada sobre las páginas, recompensaría bien al estudiante de la Biblia. Muy pocos tienen idea de cuán numerosas son las citas del Antiguo Testamento hechas por nuestro Señor. Él hace referencia a veinte personajes del Antiguo Testamento. Cita de diecinueve libros diferentes. Se refiere a la creación del hombre, a la institución del matrimonio, a la historia de Noé, de Abraham,  de Lot, y a la destrucción de Sodoma y Gomorra, tal como se describe en Génesis; a la aparición de Dios a Moisés en la zarza, al maná, a los diez mandamientos, al tributo en dinero, como se menciona en Éxodo; se refiere a la ley ceremonial sobre la purificación de los leprosos, y a la gran ley moral “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ambas registradas en Levítico; a la serpiente de bronce, y a la ley sobre los votos, en Números; y  ya nos hemos ocupado de su triple cita de Deuteronomio.

         También se refiere a la huída de David al  sumo sacerdote en Nob, a la gloria de Salomón y la visita de la reina de Saba, a la morada temporaria de Elías con la viuda de Sarepta, a la curación de Naamán, y al asesinato de Zacarías, en varios libros históricos. Y en cuanto a los Salmos y escritos proféticos, si fuera posible, la autoridad divina de nuestro Señor ha quedado impresa en ellos en forma aún más profunda que sobre el resto del Antiguo Testamento. “¿No habéis leído?” o “Escrito está”, es el fundamento del constante llamado de Cristo a la razón: “La Escritura no puede ser quebrantada”, “Las Escrituras dan testimonio de mí”, “Es menester que se cumpla la Escritura”, su constante afirmación. Preguntado acerca de la resurrección, Jesús contestó: “Erráis, ignorando las Escrituras … ¿No habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Nuestro Señor atribuye aquí el escepticismo de los Saduceos, en parte, a su falta de entendimiento de las Escrituras. Él prueba con la Biblia la realidad de la resurrección, y afirma que en ella están contenidas las propias palabras dichas por Dios (Mateo. 22:29-32).

        Al acercarse nuestro Salvador a la cruz, su testimonio a favor de las Escrituras toma un sentido más sagrado aún. “He aquí subimos a Jerusalén, y serán cumplidas todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre” (Lucas. 18:31). “Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento” (Lc. 22:37). En la noche en que fue traicionado, en las sombras del Oliveto, tres veces señala nuestro Salvador el cumplimiento de estas Escrituras en sí mismo (véase Mateo. 26:31, 54, 56; Marcos. 14:21, 49). Tres, de siete dichos emitidos desde la cruz, lo fueron en palabras de la Escritura, y murió con uno de ellos sobre sus labios.

         Pero de los testimonios que Cristo dio en apoyo del Antiguo Testamento, quizás el más fuerte sea el que dio después de su resurrección. El mismo día en que resucitó, Él dijo a los dos discípulos que iban a Emaús: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (Lucas. 24:25-27). No se limitó a dar autoridad a las Escrituras, sino que también sancionó el método de interpretación que encuentra en todo el Antiguo Testamento en testimonio del Mesías del Nuevo. Es así que vemos cómo nuestro Señor, apenas llegado el primer día de su regreso, reanuda su anterior método de instrucción en forma aún más acentuada que antes, probando sus derechos, no tanto por su propia victoria personal sobre la muerte, como por el testimonio de las Escrituras. Después de esto, Jesús apareció a los once y les dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, y en los profetas, y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lc. 24:44-46). Aún aquellos que quisieran poner límites a la sabiduría y al saber de Cristo durante su vida sobre la tierra, no se atreverán, seguramente, a aplicar ese mismo criterio al período de la vida de Cristo posterior a su resurrección. Y es durante ese período que Él pone su sello sobre la Ley, los Profetas y los Salmos, la triple división de las Escrituras completas del Antiguo Testamento, según los judíos, las mismas Escrituras que nosotros poseemos hoy.

        Pero si esto, con ser mucho, no fuera suficiente para corroborar nuestra fe, se nos descorre el velo en el libro de Apocalipsis y se nos permite ver allí, por un instante, a nuestro Salvador glorificado, siempre “este mismo Jesús”, todavía citando de las Escrituras y todavía aplicándolas a sí mismo. Dice Él: “No temas; Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:17-18). Y otra vez: “El que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (Apocalisis. 3:7). Él cita aquí de los textos del libro de Isaías, del capítulo 44:6,8, que dice: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y Yo soy el postrero, y fuera de Mí no hay Dios… No temáis”, y del capítulo 22:22; “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá”.

          En verdad, la llave –no sólo de la vida y de la muerte, sino la llave de las Escrituras- está puesta sobre su hombro, y Él todavía abre el significado a los que son humildes, lo suficiente para que Él abra el entendimiento de sus corazones.

– Parte2 –

 

       Mirando al futuro, desde las edades más remotas, los siervos de Dios vieron a Uno que había de venir, y a medida que se acercaba el tiempo, esta visión se hacía tan clara que ahora casi nos sería posible describir la via de Cristo sobre la tierra, valiéndonos de las Escrituras del Antiguo Testamento, de las cuales Él mismo dijo: “Ellas son las que dan testimonio de mí”.
Había una figura central en la esperanza de Israel. La obra de la redención del mundo debía de ser realizada por un Hombre, el Mesías prometido. Era Él quien debía herir la cabeza de la serpiente (Genesis. 3:15); debía descender de Abraham (Genesis. 22:18), y de la tribu de Judá (Genesis. 49:10).

          Isaías miraba hacia delante, y vio, primero, una gran luz que resplandeció sobre el pueblo que andaba en tinieblas (Is. 9:2). Y mientras seguía contemplando, vio que un niño debía nacer, un Hijo debía ser dado (v. 69, y, con creciente asombro, vio cómo se le presentaban estos nombres correspondientes a la naturaleza del niño:

“Admirable”. Admirable, de veras, en su nacimiento, pues nunca hubo niño cuyo advenimiento fuera anunciado por los ejércitos celestiales como el suyo. Su nacimiento de una virgen (Is. 7:14), y la aparición de la estrella (Nm. 21:17), fueron hechos igualmente admirables. Cada vez más admirable fue Él en su condición de hombre, y, admirable, más que en todo lo demás, en su perfecta impecabilidad. 

“Consejero”. Cristo, en el cual “están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento” (Colosenses 2:3)

“Dios fuerte, Padre Eterno”. Se hizo manifiesto en el conocimiento íntimo de Isaías que este ser prometido no era otro que Dios manifestado en carne.

Enmanuel”, Dios con nosotros” (Isaias. 7:14). Como dijo Jesús mismo: “Yo y el Padre una cosa somos” (Juan 10:30).

El nombre que sigue, “Príncipe de paz”, pertenece especialmente a Jesús, pues “Él es nuestra paz” (Efesios. 2:14). Su nacimiento trajo paz en la tierra, y al dejar la tierra Él legó la paz a sus discípulos, “habiendo hecho la paz por la sangre de su cruz” (Colosenses. 1:20).

        Luego ve el profeta al niño que había de nacer, sentado sobre el trono de su padre David, y ve también la gloriosa dilatación de su reino. Aunque de linaje real, debía nacer en el tiempo de la humillación de éste. “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” (Isaias. 11:1). Tenemos en esto una alusión a su humildad y pobreza.
Y ahora los profetas, uno por uno, llenan el cuadro agregándole cada uno una nueva y brillante pincelada.
El profeta Miqueas ve la aldea donde había de nacer Jesús, y nos dice que es Belén (Miqueas. 5:2; Mt. 2:6).
Isaías ve la adoración de los magos (Isaias. 60:3; Mateo. 2:11).
Jeremías habla de la muerte de los inocentes (Jr. 31:15; Mateo. 2:17-18).
Oseas predice la huída a Egipto (Oseas. 11:1; Mateo. 2:15).

        Isaías describe su mansedumbre y dulzura (Isaias. 42:2; Mateo. 11:29), y la sabiduría y conocimiento que Jesús puso de manifiesto en toda su vida desde el momento de su plática con los doctores en el templo.

         Asimismo, cuando Él limpia el templo, las palabras del salmista vienen al instante a la memoria de los discípulos: “Me consumió el celo de tu casa” (Salmos. 69:9; Juan. 2:17).

         Isaías lo presenta predicando buenas nuevas a los abatidos, vendando a los quebrantados de corazón, publicando libertad a los cautivos, y dando óleo de gozo en lugar de luto, alegría en lugar del espíritu angustiado (Isaias. 61:1-3; Lc. 4:16-21).

         Isaías lo presenta predicando buenas nuevas a los abatidos, vendando a los quebrantados de corazón, publicando libertad a los cautivos, y dando óleo de gozo en lugar de luto, alegría en lugar del espíritu angustiado (Isaias. 61:1-3; Lc. 4:16-21).

        El luto fue transformado en gozo cuando Jesús se puso delante de la muerte. La pobre mujer a la cual, he aquí, Satanás había ligado dieciocho años, fue desatada por la palabra de Él. Su evangelio fue, de veras, mensaje de buenas nuevas.

        Isaías tuvo la visión, la más tierna de las escenas, la del Buen Pastor que bendice a los niños, pues Él “en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará” (Isaias. 40:11; Marcos. 10:16).
Luego, canta Zacarías: “Alégrate mucho, hija de Sion”, porque ve a su humilde Rey entrando en Jerusalén, cabalgando sobre un pollino hijo de asna; otro Salmo agrega las hosannas de los niños: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo” (Zac. 9:9; Sal. 8:2; Mt. 21:4-5).
Los profetas vislumbraron algo del carácter y de la extensión de la obra del Salvador. La luz que debía irradiar de Sion debía ser para todo el mundo; judíos y gentiles debían ser bendecidos por igual. El Espíritu de Dios debía ser derramado sobre toda carne (Joel 2:28).

        Los judíos del tiempo de nuestro Salvador estaban acostumbrados a la imagen de un Mesías victorioso y triunfante. Tan cautivados estaban con este lado del cuadro que no le reconocieron cuando vino, tanto que Juan el Bautista tuvo que decirles: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”…”Sabiduría de Dios…si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (Juan. 1:26; 1 Corintios. 2:7-8).

         Pero debieron haberle conocido, pues los profetas que predijeron la gloria del Mesías habían hablado en términos claros de su humildad, de cómo fue rechazado, y de sus sufrimientos.

        “He aquí”, dice Isaías, “mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (52:13) –cuando, de repente, ¿qué ve en el versículo siguiente? “Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres”. ¿Y cómo nos imaginaremos el asombro del profeta a medida que se agranda en él la visión del capítulo cincuenta y tres, con toda la majestad del sufriente Mesías? De la raíz de Isaí debía brotar un Renuevo al cual había de rechazar Israel. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3).

        Con su mirada fija en el futuro, el profeta ve a esta Santo “como cordero llevado al matadero”. Y que “como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció, y no abrió su boca” (Isaias. 53:7; véase Mateo. 27:12, 14). Le ve morir una muerte violenta, “porque fue cortado de la tierra de los vivientes” (Isaias. 53:8).

        Daniel expresa el mismo pensamiento y nos dice: “Se quitará la vida al Mesías, mas no por sí ” (Dn. 9:26).
Y ahora vuelve un coro de profetas a unir sus voces para decirnos cómo fue su muerte.

       El salmista ve que Él ha de ser traicionado por uno de sus propios discípulos: “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmos. 41:9).

         Zacarías nos habla de las treinta piezas de plata que fueron pesadas por precio de Aquel, y añade que el dinero fue echado al alfarero (Zacarias 11:12-13; Jeremias 19:1; Mateo. 27:3-10). También ve derramadas las ovejas al ser herido el Pastor (cap. 13:7; Mateo. 26:31,56).

Isaías lo ve llevado de un tribunal a otro (cap. 53:8; Juan. 18:24, 28).

El salmista profetiza de los testigos falsos llamados a declarar contra Él (Sal. 27:12; Mateo. 26:59).

Isaías lo ve azotado y escupido (cap. 50:6; Mt. 27:26-30).

        El salmista ve la forma precisa de su muerte, que fue por crucifixión: “Horadaron mis manos y mis pies” (Salmos. 22:16).
También fue predicho que Él había de ser contado con los criminales y que Él intercedería por sus asesinos (Is. 53:12; Mc. 15:27; Lc. 23:34).

        Tan clara se hace la visión del salmista, que éste le ve escarnecido por los que pasan (Salmos. 22:6-8; Mateo. 27:39-44).
Ve a los soldados repartiendo entre sí sus vestidos, y echando suertes sobre su ropa (Sal. 22:18; Jn. 19:23-24), y dándole a beber vinagre en su sed (Sal. 69:21; Jn. 19:28-29).
Con oído hecho sensible, oye el clamor de Él en la hora de su angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal. 22:1; Mt. 27:46), y sus palabras de moribundo: “En tu mano encomiendo mi espíritu” (Sal. 31:5; Lc. 23:46).

        Y, enseñado por el Espíritu Santo, el salmista escribe las palabras: “El escarnio ha quebrantado mi corazón” (Sal. 69:20).

         Juan nos dice que, aunque los soldados quebraron las piernas de los ladrones a fin de acelerar su muerte, “mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua… Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (Jn. 19:32-37; Éx. 12:46; Sal. 34:20; Zac. 12:10), Isaías nos dice que, aunque “se dispuso con los impíos su sepultura”, (vale decir, que se propusieron sepultarlo en el lugar donde sepultaban a los malhechores), estaba dispuesto de otro modo, pues “con los ricos fue en su muerte”. Porque “vino un hombre rico de Arimatea, llamado José… y pidió el cuerpo de Jesús… y lo puso en su sepulcro nuevo” (Is. 53:9; Mt. 27:57-60).

         Pero la visión de los profetas se extendió más allá de la cruz y la tumba, para abarcar la resurrección y ascensión y el triunfo final del Salvador. David canta: “No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias en tu diestra para siempre” (Sal. 16:10-11). E Isaías, después de haber profetizado la humillación y muerte del Mesías, concluye la misma profecía con estas palabras notables: “Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is. 53:10-11).

         Desde el pasado más remoto, los santos proyectaron su mirada hacia acontecimientos que yacen todavía delante de nosotros en el futuro. “También profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos” (Judas 14:15). El patriarca Job dijo: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo… al cual veré por mí mismo” (Job 19:25-27). Zacarías tuvo una visión del Monte de los Olivos y el Señor de pie allí, Rey sobre toda la tierra, y con Él todos los santos (Zac. 14:4-9).

         Y como se han cumplido las profecías del pasado, así, ciertamente, se cumplirán también las profecías del futuro. “Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos… a Jesús, coronado de gloria y honra” (Heb. 2:8,0). Y Él dice: “Ciertamente, vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
A.M. Hodgkin. (Ligeramente adaptado).

 

 

A.M. Hodgkin. (Ligeramente adaptado).

Contendor por la fe. Nº. 66-67. Nov.-Diciembre. 1954

El siervo de Jehová por Walter T. Bevan

        En cierto sentido, podemos llamar a Cristo “El Siervo de Jehová», aunque, por naturaleza, es EL HIJO DE DIOS, co-igual con Dios en todo, pero, para ciertos propósitos, se hizo siervo; para nuestra salvación y a fin de ser el agente por el cual se cumpliría la voluntad y los propósitos de Dios, El Hijo de Dios se hizo el Siervo-Esclavo. Ha habido mucha controversia acerca de este título, algunos tomándolo como refiriéndose a la nación de Israel, otros como una representación espiritual del Israel ideal; hay veces, ciertamente, que  se refiere a Ciro y a Israel Isaías 44:1-2 Isaías 44:28; Isaías 45:1 , pero, cualquiera interpretación que no da tal título al Mesías, es completamente inadecuada. En el sentido absoluto solamente se refiere al Cristo; se trata, pues, de un Siervo de Jehová personal, y esta Persona es Cristo. Pudiera haber habido cumplimientos parciales en la historia por medio de otros libramientos, pues el Señor ha buscado en todas las épocas siervos que cumplirían sus propósitos de amor entre las naciones.

         Hay tres lugares en la Biblia donde la verdad acerca del Siervo de Jehová está destacada en forma sobresaliente. En la profecía de Isaías; en Filipenses 2 (el anonadamieto por el cual el Hijo de Dios se hizo el Siervo-esclavo), y en el evangelio según Marcos, en el cual, en una manera especial, tenemos el retrato del siervo fielmente presentado; pero tenemos que ocuparnos solamente con la profecía de Isaías, el profeta del Siervo de Jehová.

        Hay cuatro pasajes que tratan del tema en una manera especial:   Isaías 42:1-9; Isaías 49:1-9; Isaías 50:4-9; Isaías 52:13 Isaías 53:12, y, en una manera general, en ellos tenemos: su Oficio, su Obra, su Obediencia y confianza y su Oprobio, ofrenda y victoria.

1. El Siervo de Jehová y su oficio. Isaías 42:1-9 . He aquí, el perfecto siervo que cumplirá el propósito por el cual ha sido llamado. Notemos tres relaciones o características, a) para con Dios. Es el Escogido y bien amado de Jehová Mateo 12:17 , sostenido por el Padre y el objeto de su constante gozo Juan 6:57; Mateo 3:17; Mateo 17:5, y quien, en su capacidad de siervo, obra en toda la plenitud del Santo Espíritu. b) Para consigo mismo. No buscará prominencia, es tierno y no hace propaganda ruidosa de sí mismo. El ministerio de Cristo fue caracterizado por la quietud y la ausencia de todo lo que el hombre considera esencial para establecer un reino. c) Para con la humanidad. Trata con los arrepentidos con amor, y, por débil que sea su fe, aunque a punto de apagarse, soplará sobre ella para animarla. Pero él no es débil en Sí (3-4), ya que no tiene parte alguna en la maldad que vino a sanar, pues su humanidad está libre de todo pecado; él nunca podrá ser más bueno de lo que siempre ha sido, ya que es eternamente perfecto, y, aunque en el día de su gracia, él es paciente, en el día de su juicio destruirá. En versículos 5-9, Jehová mismo se dirige al Siervo, porque el ministerio del Siervo es apoyado por toda la majestad y omnipotencia de Dios. Por un lado, las promesas: «te tendré por la mano», «te guardaré», «te pondré por alianza del pueblo, por luz de las naciones». Por otro, los propósitos: para abrir ojos de ciegos, librar a los presos, sacar de las tinieblas. En fin, los judíos y los gentiles son bendecidos en él (v. 6)-.

2. El Siervo de ]ehová y su obra. Oímos la voz del Siervo testificando de cómo ha sido llamado a su obra. Hay una maravillosa asociación de Israel como el Siervo, con Cristo en la misma relación. Él es el representante de la nación. Las palabras del v. 1, solamente podrán aplicarse al Hijo de Dios, quien vino del Padre para ser el Salvador del mundo: es a Cristo, pues, y no a Israel, que se refieren (véanse, vv. 5-6; Hechos 13:47). La evangelización de los gentiles está por delante y las naciones son llamadas a escuchar. Vemos, luego, que el Siervo está entristecido por el aparente fracaso de su obra; se ha sacrificado sin ver fruto. Sin embargo, su confianza en Jehová es firme y por medio de Él, Israel, a pesar de fracasos pasados, ha de realizar su alto destino. El Siervo se da cuenta de lo difícil de su tarea, que él sería rechazado por su propia nación, pero su obra se ha de extender lejos, aún hasta lo postrero de la tierra. Su nación le aborrece y sus príncipes le rechazan; sin embargo, reyes se levantarán de sus tronos y le darán homenaje y adoración.

3. El Siervo de Jehová y su obediencia y confianza. Tenemos aquí en las palabras del mismo Siervo una descripción de su testimonio y obediencia como el Enviado, y de sus sufrimientos y vindicación. El mensaje que el Siervo entrega es recibido de Dios mismo; vemos al perfecto siervo leyendo, ponderando y meditando en la Palabra de Dios, pues  se levanta de mañana a fin de escuchar la voz viva que habla desde sus sagradas páginas. Se trata del Verbo eterno, hecho carne y, sin embargo, como niño Lucas 2:52 y como hombre perfecto, es la santa Palabra que dirige sus pasos; hay perfecta consagración a la voluntad de Dios (v. 7). En  49:1-6, vimos que él supo que su camino tendría dolor y sufrimiento; aquí vemos algunas de las formas de la pena, cuya intensidad llega a su colmo en el capítulo 53. Tenemos algunos de los aspectos físicos de su dolor (v. 6). Puso su rostro como pedernal y culminó en la senda solitaria que le llevó a la cruz, donde nuestros pecados le hirieron más terriblemente aún que los crueles latigazos que hicieron surcos en su sagrada espalda. Pero entre el Siervo de Jehová y su «Señor Jehová» hay perfecto acuerdo (v. 7-9), y aquel que murió, resucitó, por lo que no sólo su vindicación fue completa Romanos. 8:31-39, sino que, aquellos que pelean contra él, son comparados a vestidos viejos, comidos por la polilla, una figura de la lenta pero segura destrucción.

4. El Siervo de Jehová, el oprobio que sufrió, la ofrenda de sí mismo por el pecado y su triunfo. En esta porción, tenemos un cuadro completo y perfecto de la vida, servicio, sufrimientos y triunfo del Siervo de Jehová.

        En el cap. 52:13-15, hay un sumario de lo que tenemos en el cap. 53; se trata del triunfo, los sufrimientos y la exaltación del Siervo, mirado desde el punto de vista divino. Tenemos al Siervo singular y sin par, el Siervo sufridor y el Siervo soberano; hay como dos altas cimas, y, entre ellas, el valle de la profunda humillación de la cruz. El desfiguramiento del Siervo pasmó a muchos, pero la manifestación futura de su gloria ha de pasmar a naciones enteras. Luego, el cap. 53 nos hace ver su ministerio rechazado, su muerte expiatoria y su triunfo y exaltación. El capítulo se une a los versículos anteriores y es bien posible que el día no esté lejano cuando los reyes de la tierra cerrarán sus bocas, mudos ya de espanto ante la epifanía de Cristo. Entonces entenderán  los judíos que rechazaron a Cristo, y harán la confesión de arrepentimiento sincero de que todo el tiempo, y sin darse cuenta, habían rechazado a Aquel que subió como un renuevo delante de Jehová, el Mesías, el Hijo de David, aunque fuera como raíz de tierra seca; ellos le despreciaron, pero todo el tiempo él fue su Mesías y fue herido por sus rebeliones y llevó sobre Sí la carga de su pecado.

        Sus sufrimientos eran voluntarios y vicarios, había un juicio ficticio y luego fue cortado de la tierra de los vivientes. Aquel que murió entre dos ladrones, fue sepultado con los ricos; a aquel santo cuerpo no le fue permitido ver la corrupción.
Los últimos tres versículos nos hacen ver la experiencia íntima del alma de Cristo; son palabras que espantan y que demandan suma reverencia al mirarlas. Nos referimos a los versículos 10 y 12, que hablan del trato de Jehová con su Siervo; judicialmente en su muerte, y, luego, compensador. El versículo 11, habla de la satisfacción de Cristo mismo por los resultados de su sacrificio y sus efectos, visto por su gracia justificadora. «Verá linaje y vivirá por largos días»; (v. 10): un israelita estimaba como los más grandes favores de Dios, dos cosas: tener una posteridad numerosa y vivir él mismo para verla.

        Aquí vemos el gozo del Señor en ambas de estas cosas. Su vida de resurrección y su gozo al ver las multitudes innumerables de sus redimidos de entre los judíos y los gentiles. Las porciones que hablan del Siervo de Jehová terminan con entregar los frutos de la victoria al Siervo que nunca se agradó a sí mismo, sino que en todo hizo la voluntad de Aquel que le envió. Nosotros terminaremos este pequeño estudio, viéndole aún intercediendo por aquellos cuyos pecados llevó sobre sí en la cruz (v. 12). Vino del Padre y volvió al Padre habiendo hecho posible, por su obra como el Siervo de Jehová, el cumplimiento de los propósitos divinos para con la humanidad y para con el mundo.

 

Walter T. Bevan.
Publicado en la Revista Mentor nº 40. Julio-Septiembre 1956.

El Señorío de Cristo por Miguel Estrada

Su Señorío es sempiterno, y su reino por todas las edades. Daniel 4:34

         Contrasta con la mansedumbre y humildad de la persona del Señor Jesucristo, su condición de Señor de Señores y Rey de Reyes, en que el mundo entero le tendrá que contemplar un día y rendirle acatamiento, delante del cual, los grandes y los fuertes que le rechazaron, tendrán que lamentarse y rendirse bajo sus pies. Apocalipsis 1:7; 1 Corintios 15:25

Su Señorío Sobre el Universo.

        Él es el creador del Universo, a quien Dios constituyó heredero de todo. Hebreos 1:2

Su Señorío sobre las Cosas del Cielo y de la Tierra.

        Por él y para él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Colosenses 1:16-17; Efesios 1:20-21

Su Señorío en el Reino Terrenal.

        Le dará el Señor el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob para siempre; y de su reino no habrá fin. Lucas 1:32-33. El señorío de su reino será hasta el cabo de la tierra; y las naciones traerán su adoración a Jerusalén. Apocalipsis 15:4

Su Señorío Sobre la Iglesia.

        Él es la cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo. Efesios 1:22; Efesios 4:15 y Efesios 5:23. Cristo amó a la Iglesia, y dio su sangre en la cruz para lavarla y limpiarla, purificándola y santificándola. Él ejerce su señorío sobre la Iglesia. Los creyentes ligados a Él y ligados entre sí por medio del Espíritu Santo, dependemos directamente de Él sin ningún intermediario. Nadie puede ejercer ninguna autoridad en la iglesia de Cristo sino Él mismo, ni nadie puede agregar ni excomulgar a ninguno de la iglesia de Cristo, porque Él nunca transfirió su poder o señorío a ninguno, por lo que ningún hombre, ni ninguna comisión o entidad se puede atribuir la representación exclusiva de Cristo en la tierra.

         Dios se agrada de todos los que le temen y le aman; y se vale de ellos para cumplir sus propósitos, en la medida de fe y sujeción a Dios de cada uno, dispensándonos los defectos que tenemos cada uno de nosotros. Los creyentes hemos sido llamados a colaborar con el Señor. A Pedro le dio las llaves del reino de los cielos, para que ligara o desatara en la tierra o en el cielo. Las llaves del cielo son el mensaje del evangelio. Todos los creyentes hemos sido comisionados por el Señor para dar dicho mensaje; y, por medio de este mensaje, desligamos de las ligaduras del pecado y de la condenación a los perdidos que aceptan el mensaje. Podemos anunciar con toda certeza a los hombres que el que cree es salvo, desligándolo de la condenación en la tierra y en el cielo; y el que rechaza el mensaje queda ligado a la condenación, lo mismo en la tierra que en el cielo. Sin embargo, Dios encarece su amor a los hombres extendiéndoles la oferta de salvación hasta la muerte.

         Nosotros damos el mensaje, pero la operación de unión del pecador arrepentido, la hace el Señor por medio del Espíritu Santo.

         A veces, se tiene que aplicar disciplina en la iglesia local, para lo cual Dios ha levantado hombres fieles que le sirvan en sus ministerios, los cuales son responsables ante la iglesia local y ante Dios de su actuación. Sin embargo, nadie puede, ni agregar, ni separar de la Iglesia de Cristo a ninguno. Nosotros hemos sido llamados a ser coadjutores de Dios, pero no señores, ni autoridades de la Iglesia de Dios y de Cristo. Los ancianos de la iglesia local, son autoridad de la iglesia local, pero esta autoridad no pasa más allá de la esfera de dicha iglesia local. Sólo Cristo ejerce el señorío sobre su Iglesia.

Su Señorío Sobre el Creyente.

         En los aspectos anteriores, hemos tratado la magnificencia del poder y de la gloria divina del señorío de Cristo, pero el aspecto más importante de dicho señorío es el que trata de las relaciones individuales del creyente con Cristo.

A) En el testimonio público. En Antioquía, los discípulos del Señor se conocían por su conducta justa, recta y apartada de los vicios y pecados en que vivían los mundanos, y, por esto, los apodaron con el nombre de “cristianos”, nombre que los creyentes llevamos sobre nosotros como signo noble de la gracia de Dios. El cristiano muestra públicamente el señorío de Cristo cuando rechaza toda insinuación al pecado y a la injusticia, diciendo: “No puedo hacer esto porque soy cristiano, y esto es contrario a Cristo».

B) En el testimonio ante la iglesia local. En la iglesia local, no debe haber egoísmos personales ni locales. Todo cristiano debe amar la obra del Señor en cualquier lugar, como en la iglesia local propia -la obra es del Señor-; por lo cual sólo debe reconocerse el señorío de Cristo en su obra: los ministros del Señor somos mayordomos que tenemos que dar cuenta a nuestro amo o Señor. Cristo no tendrá por inocente al que quiere adueñarse de su Iglesia o de sus cosas de aquí, por lo cual todo lo que hagamos debemos hacerlo como al Señor. Colosenses 3:23

C) En la oración. Dios es Dios de todos los creyentes. Algunos, a veces, oran como si Dios fuese solamente Dios de ellos; y se permiten pedir al Señor cosas que puedan perjudicar a los demás. Dios no atenderá estas peticiones porque él es Dios de todos. La oración no será contestada si no se siente el señorío de Cristo, y, por consiguiente, si no nos sentimos bien hermanados los unos con los otros, practicando la comunión y buscando el bien y la armonía entre todos.

D) En la relación personal con Dios. Aquí enfrentamos el punto principal del señorío de Cristo. Si él no domina y si él no rige en nuestros corazones, en las relaciones personales con él, tampoco nos someteremos a su señorío en los otros aspectos expuestos. Es menester que sea de verdad nuestro Señor y dueño, pero esto no significa un doblegamiento nuestro por imperio de la fuerza. Aunque Cristo quiere ser nuestro Señor y dueño, él es nuestro protector y guardador, es nuestro amigo y consejero; él quiere hombres y mujeres que se rindan a sus pies por amor, para poderlos utilizar según su propósito aquí, y para ser para su gloria en el futuro venturoso. Debemos colocarnos confiadamente en sus manos y pedir que él nos guíe, convencidos que cuando él señoree en todas nuestras cosas, todo será mejor. 

 

 

Miguel Estrada
Revista Mentor nº 42. Enero – Marzo 1957

El Señor, visión de Isaías por W.T. Bevan

Isaías 6
 
        Este capítulo tiene que ver con el llamamiento de Isaías. Fue llamado al oficio de profeta en medio de los presentimientos que la muerte del rey Uzías creó. Había sido un rey capaz, un gran estadista, había reinado por unos cincuenta y dos años y por fin murió; no fue una muerte común, sino algo muy trágico, el resultado del juicio divino sobre su orgullo y presunción. El tiempo que recibió la visión, pues, es algo más que una mera fecha; sin duda, tiene también un contraste espiritual. No ha habido rey como él, desde Salomón, pero murió, y murió leproso, y en esto es también figura de la gloria nacional de Israel, teniendo que transcurrir muchos siglos antes de poder desaparecer todas las consecuencias de sus hechos, es decir, el “ICABOD» de las páginas de su historia. Pero cuando el trono terrenal quedó vacío, Isaías vio al ETERNO, cuyo trono nunca queda vacío, de cuyas manos nunca caerá el cetro; el verdadero REY de Israel, cuya gloria nunca menguará, y así el profeta podía afrontar. todo con confianza, esperanza y un sentir de la presencia y poder permanente del Señor. «Han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (v. 5); (véanse otras visiones de la gloria:  Josué 5:13-14, Job. 42:5-6, Ezequiel 1:28,  Daniel. 10:5-11,  Apocalipsis. 1:12-19
 
         En este capítulo, vemos La Visión del Señor («vi yo al Señor») y oímos La Voz del Señor («oí la voz del Señor»). Es una visión de la gloria y de la gracia del Señor; y la voz es la que comisiona para el servicio. También, vemos la voz del siervo que contesta al llamado y, luego, clama «¿hasta cuándo?», y le es revelado que habrá unas reliquias según la elección de la divina gracia, pero solamente después de grandes asolamientos.
 
      Aquí entraremos en el santuario y lo haremos a fin de contemplar la gloria del Señor Jesucristo, porque es una visión que confirma las verdades del Nuevo Testamento donde leemos de Dios exaltando a Cristo, coronándole de gloria y honra y dándole todo poder en el cielo y en la tierra.
 
      Contemplamos su Majestad. Juan, en su evangelio, nos dice que lo que vio Isaías fue la gloria del Mesías. Isaías dijo que fue Jehová, y Juan dijo que Jehová a quien Isaías vio, era Jesús; esto en sí es una prueba conclusiva de que Cristo es co-igual con el eterno Padre (Juan 12:36-41). El Hijo es el REY ADONAI, y el Espíritu es el ministro del Hijo, quien revela el Hijo al corazón del creyente y quien habló por Isaías de la gloria de Cristo (Juan 12:41). La divina revelación al hombre siempre es por la persona del Señor Jesucristo, el Hijo del Padre (Juan 1:18). Podemos ver aquí, pues, aquella gloria que el Hijo tenía con el Padre, antes de su encarnación, “siendo en forma de Dios» (Filipenses. 2:6). Isaías vio al Señor, el Supremo Señor de todo y, a la vez, Cristo “el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos» (Romanos. 9:5), sentado sobre su trono con toda gloria y esplendor majestuoso. La presencia real henchió todo el templo; no hay descripción alguna de un rostro ; aun en revelarse así, el Señor se cubre; la falda de su vestido llena todo; sin embargo, no es aun el momento de verle a él, pero no debemos olvidarlo jamás, él es EL ETERNO, y tenemos una visión aquí de ÉL sobre el trono del universo, rodeado de sus siervos, ministros de él que cantan sus alabanzas.
 
      Contemplemos su Santidad. Hay potestades y poderes en los lugares celestiales acerca de los cuales es poco lo que conocemos; aquí leemos de serafines (su derivación es del verbo “saraph», arder, consumir; compárese con Hebreos. 12:29. “Nuestro Dios es fuego consumidor»). Vemos reverencia y actividad: tenían seis alas, pero con cuatro de ellas se cubrían en la divina presencia y con dos se apresuraban a cumplir la divina voluntad. ¿Servimos nosotros con el mismo reverencial temor? Luego, el mensaje de su himno es de la santidad y de la gloria del Señor; daba voces, el uno al otro; un corazón respondía a otro; no hay desacuerdo, ni discusión, todos en el cielo son de un solo pensar, nadie se ocupa de su propia hermosura, sino con la hermosura de la Santidad; con su adorable Señor. Creemos que la repetición no es meramente para dar énfasis, sino es un reconocimiento de la divina Trinidad; cada una de las divinas Personas, es SANTO, Dios es tres veces santo, porque en la Deidad hay tres personas. Las vibraciones del canto hicieron estremecerse hasta los fundamentos de las puertas; todo se estremece y responde a la gloria del Señor cuya alabanza se extiende hasta llenar la tierra, y ¡pensar que ésta también es la gloria y honra que se atribuye a nuestro amado Salvador! «Oí a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están diciendo: al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás» (Apocalipsis. 5:13).
 
      Lo que sigue en el capítulo trata del efecto de la visión sobre el profeta. Una visión del Señor de la gloria humilla al hombre y le hace clamar: «Ay de mí» (Job. 39:37. Apocalipsis. 1:17); nadie que está lleno de sus propias justicias podrá servir al Señor y es porque nuestra visión del Señor, no es como debe ser, que no tenemos el tremendo sentir de pecado y de la santidad de Dios. Gracias a Dios porque el valor de la muerte de Cristo, apropiado por el alma, quita la culpa, y es necesario apreciar el valor de la ofrenda que fue consumida sobre el altar; la evidencia de tal cosa fue llevada por el serafín, y tocó los labios de aquel que tendría que hablar en el nombre de Dios. El gozo de saber que los pecados son perdonados, lleva a un sincero deseo de llevar las noticias a otros. Después de una visión de la gloria, y otra de la gracia, viene otra del ministerio. Los serafines no son enviados a predicar a los hombres el mensaje de Dios, sino a hombres de «labios inmundos», pero que ya conocen lo que es ser limpios por la obra de Cristo. El verdadero siervo de Dios tiene que ser enviado por Dios mismo; sin embargo, su propio corazón tiene que responder, «Heme aquí, envíame a mí». La tarea no ha de ser fácil; nunca será. Cristo, la manifestación de la gloria del Padre, aún es rechazado y su luz aún ciega y endurece a muchos (Juan 9:39).
 
      ¿Hasta cuándo ? Tenía que seguir con fe, porque Dios tenía sus reliquias entre la nación, y después de los asolamientos, vendrá la gloria; y nosotros también tenemos la promesa del Señor, que vendrá otra vez y hasta entonces hay que seguir en su nombre, y vendrá el día cuando toda la tierra será llena de su gloria, sí, la gloria que Isaías vio, y que Juan vio; la gloria de Dios y de su Cristo.
 
     
 
 
W.T. Bevan
– Publicado en la Revista Mentor nº 41. Octubre-Diciembre 1956 –

Rey de reyes por Arture W. Hotton

1 Timoteo 6:15-Apocalipsis 17:14-Apocalipsis 19:16
 
Las múltiples facetas de la personalidad de nuestro Señor Jesucristo se ponen de manifiesto en los nombres y títulos que le confieren las Sagradas Escrituras. Entre estos se destaca el de REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Tres veces aparece este título en el Nuevo Testamento con referencia al Señor, en los pasajes señalados en el epígrafe. 

 

     Claro está que hay otros títulos que se aplican al Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que se refieren a su carácter real. Señalaremos algunos de ellos:

    -Rey de gloria. Salmos 24:7.
    -Rey para siempre. Salmos 29:10.
    -Rey desde tiempo antiguo. Salmos 74:12.
    -Rey de Israel. Juan 1:49.
    -Rey de los Judíos. Juan 19:19.
    -Rey de los siglos, inmortal, invisible. 1 Timoteo 1:17.
    -Rey de los santos. Apocalipsis 15:3.

        A estos pasajes, podemos agregar las palabras de Deuteronomio 10:17: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande y poderoso…», y las de Daniel 2:47: «Ciertamente que el Dios vuestro es Dios de dioses y el Señor de los Reyes…”.

Hay otras expresiones que nos dan a entender algunas de las características de su glorioso reinado. Registremos algunas de ellas:

    -«Su reino domina sobre todos…» Salmos 103:19.
    -«Tu reino es reino de todos los siglos». Salmos 145:13.
    -«La gloria de la magnificencia de su reino”. Salmos 145:12.
    -«Un reino que no será jamás destruido». Daniel 2:44.
    -“Su reino, reino sempiterno”. Daniel 4:3.
    -«El reino de los cielos». Mateo 3:2.
    -«El reino de Dios». Mateo 12:28.
    -«El reino de su Padre». Mateo 13:43.
    -«Su reino por todas las edades». Daniel 4:34.
    -“Mi reino no es de este mundo», Juan 18:36.
    -«Su reino celestial». 2 Timoteo 4:18.
    -“El reino de su amado Hijo».  Colosenses 1:13.

         De estos y de otros pasajes que podrían traerse a colación, llegamos a la maravillosa conclusión de que «hay otro Rey, Jesús”, para usar las palabras de Hechos 17:7. Su reinado es por ahora espiritual e invisible, pero real y verdadero. Pero llegará el día en que todo el universo le reconocerá como el único y divino Soberano, Rey de reyes y Señor de señores.
Es interesante notar que en el advenimiento del Señor Jesús, los magos del oriente que llegaron a Jerusalén guiados, no sólo por la estrella sino por revelación divina, lo hacen en busca del “REY  …que ha nacido». Su posterior adoración y el ofrecimiento de los hermosos y valiosos regalos, son los que corresponden en verdad a un soberano. De allí, la conturbación de Herodes. Pasan los años y el Señor está prácticamente a la sombra de la cruz. Se encuentra frente a Pilato, el Juez, acusado de decir que era: «Cristo, el Rey». “¿Eres tú el Rey de los judíos?», es la pregunta, y ante la explicación del Señor sobre el alcance y sentido espiritual de su reinado, surge nuevamente la pregunta: «¿Luego, eres tú rey?», Es evidente por las manifestaciones de Pilato, que él se daba cuenta que estaba frente a un personaje real, y lo corrobora al colocar sobre la cabecera de la cruz el conocido título: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”.

Durante su estancia aquí en la tierra, el Señor fue un Rey de incógnito. En su nacimiento, en muchos de los hechos de su ministerio, en la misma cruz del Calvario, se pone en evidencia este hecho.

        Ocupándonos ahora específicamente de los tres pasajes del encabezamiento, diremos que se refieren a una época aún no llegada, a hechos aún por cumplirse. Se trata de la manifestación del Señor en toda la magnificencia de su carácter Real.
Es interesante notar la diferencia entre las dos escenas en el Apocalipsis. En Apocalipsis 17, la figura principal es el CORDERO. No entraremos a hacer conjeturas sobre la exacta ubicación escatológica de lo que allí sucede. Pero, en esencia, son dos fuerzas que se enfrentan: las del mal, reunidas por la «bestia», y las del bien, conducidas por el Cordero. Esta culminación profética es, sin duda alguna, un símbolo de la gran lucha moral de todos los tiempos:

Es el Cordero que sale a luchar, y, sin embargo, es el Rey de Reyes… ¿Cómo es esto? Por varias razones:

Por derecho propio. El Señor aunque es “Hijo del Hombre», nunca deja de ser “Hijo de Dios».

En virtud de su sacrificio. La importancia y el valor de su sacrificio se exaltan en toda la visión. Es el “cordero que fue inmolado” lo que se destaca. Es el cumplimiento de Filipenses 2:6-11.

En virtud de su humillación. Cuando los pastores buscaron a “Cristo el Señor», encontraron a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. La humildad es poder, el sacrificio es soberanía, perder la vida es ganarla, la cruz origina la corona. La más grande soberanía es la del Cordero y no la del león.

Y así “el Cordero los vencerá». Jesucristo es el Rey de Reyes, pero, ligado  íntimamente a su excelsa majestad y deslumbrante gloria, está la Cruz. La corona de espinas estará para siempre entretejida con la corona de gloria..

         En el capítulo 19, si bien comienza la visión con “las bodas del Cordero» y «la cena del Cordero», el Señor se presenta como “EL VERBO DE DIOS”. Sus ropas están tintas, pues es el que ha salido a pisar el lagar y a hollar con su furor. Sobre sus vestiduras y sobre su muslo lleva el título: “Rey de Reyes y Señor de Señores”.

         La bestia con los reyes de la tierra luchan contra el Señor, quien los derrota completa y definitivamente. Y es entonces cuando se cumple en todo su significado aquello de «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” Apocalipsis 11:15.

        ¿Cuándo llegará ese venturoso día? No lo sabemos. El apóstol Pablo acota: “A su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Poderoso, Rey de Reyes y Señor de Señores…» 1 Timoteo 6:15.

        En un mundo en donde la mayoría dice “no queremos que ÉSTE reine sobre nosotros», procuremos “hacer firme nuestra vocación y elección…” porque de esta manera nos será abundantemente administrada la “entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo». 2 Pedro 1:10-11.

         ¡Que Aquel que reinará de mar a mar y bajo cuya autoridad estarán todos los reinos del Universo, reine efectiva y permanentemente en nuestras vidas! Que sea Él, en realidad, el REY de los Santos. Cristo Rey fue el slogan interesado de cierta política religiosa. Que sea una gloriosa realidad en nuestras vidas. Que nuestra ferviente oración sea: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. VENGA TU REINO… Amén”.

 

Arture W. Hotton
Publicado en la Revista Mentor nº 41. Oct.-Dic. 1956

El renuevo por Jorge Mereshian

– Isaías 4:2; Isaías 11:1; Isaías 53:2; Jeremías 23:5; Jeremías 33:15; Zacarías 3:8; Zacarías 6:12 –
 
        Dios se vale de cualquier figura con significado sugestivo y valioso para traer ante nuestra consideración las hermosuras de Su Hijo, con el propósito de que Él sea más y más precioso para nuestros corazones, y nuestra alma sea enriquecida con un conocimiento más amplio de Su persona gloriosa.
        Estas figuras abundan en el Antiguo Testamento y cada una de ellas nos da un vistazo de un aspecto diferente de las glorias del Amado. Una sola figura sería insuficiente para ayudarnos a contemplar las inagotables riquezas y perfecciones de Su persona, cuyo nombre es Admirable y Maravilloso.

        El Renuevo es una de esas figuras escogidas por Dios para engrandecer ante nuestra contemplación la imagen de su bien amado Hijo. Contemplemos este cuadro desde sus cuatro ángulos para apreciar algo de su incomparable hermosura:

1. Vástago de David: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces» Isaías 11:1. Aquí se contempla el surgimiento inesperado de un brote desde un tronco cortado y aparentemente ya seco y raído. Tal era el nacimiento del Señor Jesús. La familia de David era, humanamente hablando, como un árbol derribado y cortado de su tronco, sin ninguna esperanza de que volviera a reverdecer. En Lucas 2, vemos a José y a María, en extrema  pobreza, a pesar de que ambos descendían de la familia real de David. Humanamente, nadie podía ver en ellos ninguna dignidad real, pues no había para ellos lugar en el mesón y el Niño que naciera fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

         La pareja era tan pobre que, para presentarse luego en el Templo para ofrecer la ofrenda de alabanza de 1a madre, sólo pudieron llevar la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas. La venida de aquel Niño era inesperada y contra toda expectativa humana, pues aún José estuvo un tiempo turbado y confuso al respecto. Pero, aquel brote, desde el tronco de Isaí (nombre del padre de David), que surgía no de José sino de María (quien descendía de Natán, hijo de David) por virtud del Espíritu Santo, era nada menos que el Hijo del Altísimo en su encarnación, con derecho al trono de David su padre Lucas 1:32 y fue anunciado por el ángel desde el cielo: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” Lucas 2:11. Pero el texto en Isaías. 11:1 sigue diciendo: «y un vástago retoñará…». El vástago es un brote más robusto y 1a palabra «retoñará” significa un resurgimiento más poderoso. Este ángulo del cuadro demuestra primeramente el surgimiento de una vara delicada que luego es quebrada en su crucifixión, pero desde las raíces vuelve a surgir, con poderoso empuje en la resurrección de los muertos, el vástago potente, inquebrantable, que llega a su desarrollo pleno y glorioso, sobre quien reposa el Espíritu de Jehová, desplegando un carácter y hermosura perfectos en los frutos mencionados en el v. 2. Este Vástago alcanza gran fama, a pesar de que fue despreciado y desconocido antes, pues “estará puesta –la raíz de Isaí- por pendón a los pueblos, será buscada de las gentes; y su habitación será  gloriosa» Isaías. 11:10.

        Los soberbios cedros del bosque serán derribados y humillados Isaías 10:33-34, pero el Vástago de la raíz de Isaí, el Varón de la diestra de Jehová, será de fama y hermosura perpetua en el paraíso de Dios.

2. Renuevo de tierra seca Isaías. 53:2 : «Subirá cual renuevo delante de Él, y como raíz de tierra seca». Ahora el cuadro se contempla desde arriba y nos dice lo que Dios vio en aquel Renuevo que subió delante de Él, y ante sus ojos. Llegará el día cuando el pueblo rebelde confesará con arrepentimiento y dirá: «No hay parecer en Él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos». Sí, Él fue «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores…» Isaías 2-3. Pero los ojos de Dios vieron con delicia surgir aquel Renuevo delicado  como un brote tierno desde la tierra seca. Su juventud tierna y su humanidad pura y de incomparable hermosura moral, eran, a los ojos complacidos de Dios, como una planta verde y lozana, en contraste al estado ruin y seco de la nación en su condición de esclavitud política y espiritual.

3. El Renuevo de Jehová  Isaías 4:2 «En aquel tiempo”, señala un futuro brillante en los planes de Dios. Aquella planta tierna en los días de su humillación, en aquel tiempo será «El Renuevo de Jehová» y «El fruto de la tierra», una doble descripción que habla de la deidad y humanidad del Mesías en su majestad y gloria. Él será revelado con “hermosura y gloria». Literalmente, las mismas dos palabras describen las vestimentas sacerdotales en {bible}Éxodo 28:2{/bible}. Así vestirá Dios a su Renuevo, coronado de gloria y honra, el Rey de reyes que, a la vez, será contemplado en dignidad sacerdotal. Rey y Sacerdote según el orden de Melquisedec. Pero también Él es llamado «el Fruto de la tierra» y, como tal, será “para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel».  El “grano de trigo” que cayó en tierra, ya nacido desde allí cual espiga, se manifestará en su desarrollo pleno, cargado de «mucho fruto» como resultado de su muerte, y se revelará ante el universo en su reino milenial, con majestad y esplendor.

4. Varón Renuevo Zacarías 6:12 El Vástago contemplado antes sugiere ahora un desarrollo cabal que se manifiesta como una planta, ya en flor, exquisita y primorosa, de imponderable hermosura. El título del Mesías como Renuevo se revela en tiempos humillantes del pueblo, su cautiverio en Babilonia, y la reconstrucción del templo en Jerusalén en tiempos difíciles. En Zacarías 3:8, Él es llamado «mi siervo, el Renuevo», y en Jeremías 23:5 y Jeremías 33:15, «Renuevo de justicia», quien hará «juicio y justicia» sobre la tierra. Juicio, como Rey sobre el trono de David, y Justicia, como Pontífice en el templo. En Zacarías 6:12, este título figurativo del Mesías, despliega un valor excelente. La visión fue entregada en una ocasión significativa. Tres peregrinos vienen desde Babilonia, Heldai, Tobías y Jedaías, trayendo donaciones de oro y plata, de parte del pueblo en Babilonia, para el templo en reconstrucción. Dios manifiesta su agrado por la ofrenda traída, aunque hace notar que, en vez de enviar regalos para el templo, el pueblo mismo debería de venir saliendo de Babilonia.

        Con el mandato de Dios, se hacen dos coronas con el oro y plata, y simbólicamente, Josías el gran Sacerdote, es coronado con ellas. Una de las coronas simbolizaba la soberanía, y, la segunda, el sacerdocio, las dos divinidades revelados en una sola Persona Salmos 110:4. Luego, Dios hace notar que Josías, así coronado con dos coronas, sólo simbolizaba al “Varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces (desde la familia real de David) y edificará el templo». Más allá de la reconstrucción del templo por Josías y Zorobabel, sería edificado un templo más glorioso por el Mesías, Rey y Sacerdote. “Él llevará la gloria» de ambas dignidades: “dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado», y agrega: “y consejo de paz habrá entre ambos». En la maravillosa Persona del Renuevo, se combinarán con perfecta armonía los dos oficios, que jamás hombre alguno pudo  ostentar, salvo el caso de Melquisedec. Cuando Ezequías rey pretendió tener facultad sacerdotal, fue herido con lepra, pero, en la Persona del Mesías, los dos oficios serán desplegados con armonía y habrá consejo de paz entre los dos.

        Luego se ve, por el v. 14, que las dos coronas eran depositadas «como memoria en el templo de Jehová», en señal del cumplimiento seguro de la visión, y, en el v. 15, se nos dice «los que están lejos vendrán». Ya el pueblo de Dios no permanecerá más en Babilonia y acudirá presto a Jerusalén para plegarse al Mesías, pues oirán obedientes su voz y sabrán que Él es «Jehová nuestro Dios». Ahora Israel no oye su voz. El pueblo que en aquel entonces quedó en Babilonia, representa a Israel en desobediencia e incredulidad en esta dispensación. Pero pronto vendrá el día, cuando TODO Israel será salvo, redimido por su Mesías y reunido a Su Persona.

        Todo lo que Israel espera en el futuro es la porción presente de la Iglesia en esta dispensación, pues El Varón, cuyo nombre es Renuevo, es ya reconocido como nuestro Sacerdote y Rey, gozándose la Iglesia de toda la plenitud de Su Persona admirable. En Zacarías 6:15, para su pueblo Israel, concluye: «Si oyereis obedientes la voz de Jehová vuestro Dios» , por lo que, saliendo de los sistemas babilónicos, se congregarán, con sencilla obediencia, a su Nombre.

 

Jorge Mereshian. Adaptado 

Publicado en la Revista Mentor Nº. 41. Octubre-Diciembre 1956