Anímale por Carlos E. Ibarbalz

Deuteronomio 1:38
 
        La palabra que nos sirve de título es pronunciada por el Señor más grande, es palabra dicha por Dios. La encontramos mencionada en el relato que el gran siervo Moisés hace al pueblo de Israel de su historia en el desierto.  Cuando había que reconocer la Tierra Prometida, fueron enviados doce hombres para cumplir este trabajo, diez de ellos trajeron noticias inquietantes de grandes dificultades y de gigantes imposibles de vencer y sólo dos, Josué y Caleb, vieron que era tierra “que fluye leche y miel” y que podrían pasar a poseerla. La falta de fe de este pueblo trajo como consecuencia que el Señor decretó que ninguno de ellos entraría, salvo Josué y Caleb.
 
        A este último joven que va andando sus días cerca de Moisés, es el que Dios elige como sucesor del gran caudillo y también para hacer entrar al pueblo en la Tierra de promisión. Para este trabajo, es necesario prepararlo, pues vendrán días de muchas dificultades, el pueblo es ingrato y muchas veces se olvida de los beneficios, y ya Josué ha sufrido las piedras de la incomprensión al dar su informe y pedir que siguiesen adelante. Faltan muchos años para que, por muerte de Moisés, Josué tome su lugar; sin embargo, se oye la voz de Dios a Moisés, acerca de este joven y la palabra, sabia, oportuna, que no debe olvidar nunca Moisés y que debe tener presente en sus relaciones con el futuro guía, es: Anímale.
 
         Dios conoce el corazón humano, sabe que los más grandes entusiasmos se van esfumando ante las dificultades  y la incomprensión y hasta la hostilidad de propios y extraños, y que la lucha constante cansa y desanima al más fuerte y al más valiente y, por eso, instruye a Moisés que no debe descuidar en ningún momento el animar a su sucesor. Y podemos asegurar que cumple su cometido a pie cabal.
        Cuando los últimos días de Moisés se acercan, habla al pueblo, le instruye, le exhorta, pero habla también con Josué y repetidamente encontramos estas palabras: “Esfuérzate y sé valiente”…;  y mientras los ojos de Moisés se cierran y el pueblo guarda el luto y sube el lloro, Josué siente resonar en su corazón las palabras de Moisés: Anímate, anímate…, y Josué se anima, y entra y vence. ¡Bendito sea el Dios de Moisés y de Josué!
        Escribimos estas líneas porque sentimos en nuestro medio la gran necesidad de animarnos unos a otros. Es indudable la influencia que tiene en una persona la voz de aliento, la palabra de animación, el ¡adelante!, pronunciado por una voz amiga en sus trabajos, sus luchas, sus principios. Imposible decir todo el valor que tiene una palabra de aliento en el tiempo oportuno.
 
 
 
 
Carlos E. Ibarbalz.
Revista “Campo Misionero” Marzo 1945

Algunas miradas por Pedro Mulki

        Dijo Dios por medio del profeta Isaías en Isaías 45:22 “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. Podemos darle gracias que nos ayudó a mirarle para obtener perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Por tanto, hemos muerto al mundo y a las cosas pasadas y de hecho resucitamos con Cristo. Si esto se ha realizado en la gracia de Dios, nos corresponde mirar hacia arriba,  según Colosenses 3:1-3 “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.

        Ninguna cosa terrena debe distraer nuestra mirada antes “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,  puestos los ojos (mirando) en Jesús, el autor y consumador de la fe, …” Hebreos 12:1-2. Sólo así tendremos una vida triunfante y victoriosa.

        Pero también es necesario mirar a nuestro alrededor. No hemos sido salvos para sentarnos cómodos y deleitarnos con nuestra salvación. El Señor nos mandó diciendo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a tada criatura”. Marcos 16:15.
        Si queremos obedecerle y le servimos, encontraremos que hay mucho que hacer en la Viña del Señor y muchas almas para salvar. Leemos en el evangelio de Juan 4:35-38: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega?
        He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para la vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores”.

       ¿Quién puede medir el gozo que tendremos si traemos muchas almas a los pies del Señor…?
        Pero además nos toca mirar a nosotros mismos. Tal vez es la mirada más importante después de la mirada de fe, para nuestra salvación. Significa una mirada de examen diario de nuestras vidas para no ser tropiezo a los hijos de Dios. ¡Cuánta responsabilidad! No basta ser salvos, no basta mirar al Señor, no basta buscar almas para Él; necesitamos cuidarnos para no arruinar todo nuestro servicio y testimonio y así deshonrar el Nombre de nuestro Salvador.
        Dice el apóstol Pablo en el Hechos 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.
        Que nuestras vidas sean tales que puedan atraer a muchos al conocimiento de nuestro Salvador y que también seamos de mucha bendición a nuestros hermanos para que así nos sea abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor. A Él sea la gloria.
 
 
 
Pedro Mulki. Revista “Mentor”. Agosto 1944

Abriré las ventanas del cielo por Gilberto M. J. Lear

        Esta promesa ocurre en Malaquías 3:10. ¡Qué hermosa perspectiva! ¿Quién no quisiera tener una verdadera lluvia de bendiciones celestiales? ¿Quién no quisiera disfrutar de una manera especial del favor divino? No hay duda de que sería una anticipación muy agradable para todos. Pero, ¿cómo podemos conseguir semejante bienestar espiritual?

         Leamos todas las promesas en el versículo citado: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Podemos entender las circunstancias en las que fueron pronunciadas estas palabras, si leemos en Nehemías 13:10-13. Los intereses de Dios se encontraban descuidados y la casa de Dios medio abandonada. Los levitas habían dejado sus sagradas tareas y estaban cultivando sus tierras para tener el sostén necesario. Y el resultado de todo esto se ve en el estado del pueblo: hay una grave declinación espiritual, una condición de descontento y de cavilación fútil entre muchos. Bajo la ley, estaban en la obligación de dar la décima parte al Señor, pero no habían cumplido con sus obligaciones materiales, y el resultado se ve en una pobreza espiritual desconcertante de veras.

         Es de temer que existe un estado de cosas muy parecido en el día de hoy. Vivimos en días de grandes oportunidades para la extensión del evangelio, y hay puertas abiertas a todos lados; pero semejante impulso hacia adelante necesita de recursos materiales y parece que escasean éstos. El espíritu general se expresa así: ¿Cuánto (o ¡cuán poco!) de mi dinero tengo que dar al Señor? Mientras que la pregunta que corresponde debiera ser: ¿Cuánto de este dinero, que todo pertenece al Señor, debería gastar en mis propios deseos? Si es cierto que “no sois vuestros; comprados sois por precio”, sigue como consecuencia lógica que todo lo que tenemos también pertenece a nuestro Señor.
         Si somos verdaderamente del Señor, tendremos un gran anhelo consumidor: quisiéramos agradar a Dios; quisiéramos ser causa de complacencia a Aquel que nos ha hecho tanto bien y nos ha salvado de los horrores de la condenación eterna. Bueno, es fácil llegar a saber cuáles son las cosas que le son agradables, porque las tenemos mencionadas en las Escrituras. Vemos, por ejemplo, la aprobación del Señor dada a la viuda que echó en el tesoro del templo todo lo que tenía. Tenía solamente dos blancas, pero ni una de ellas guardó para sí misma; y así manifestó un espíritu de tanta devoción a Dios que el Señor lo elogia en forma especial.
         Entonces, en  2 Coríntios 9:7 , ocurren estas palabras: “Dios ama al dador alegre”. Bien sabemos  que Dios ama al mundo entero (Juan 3:16) y que tiene un amor distinto para los suyos (Juan 16:27), pero aquí vemos que reserva un amor de carácter especial para los que saben dar de sus bienes alegremente para el adelantamiento del reino de Dios.
 
 
 
Gilberto M. J. Lear.
Revista “Campo Misionero”. Sep. 1944