A menudo, aparece sobre las páginas del Antiguo Testamento, un Personaje místico y maravilloso llamado «el Ángel de Jehová”, «el Ángel de Dios».., o, más sencillamente, «el ángel», «su ángel», «mi ángel». Según la opinión de los más sanos expositores de la Biblia, este Personaje misterioso era el mismo Hijo de Dios, de modo que tenemos en el Antiguo Testamento varias pre-manifestaciones de Cristo a los hombres, muy anteriores o su encarnación en Belén. Así como el Espíritu de Dios descendió provisoriamente sobre algunos hombres para lograr ciertos propósitos divinos, antes de descender en el Día de Pentecostés para morar permanentemente en la iglesia, el Hijo de Dios apareció brevemente de cuando en cuando a ciertas personas, antes de venir a morar entre los hombres como «Dios manifestado en carne», en la Persona de Jesús.
La primera mención del Ángel de Jehová se halla en Génesis cap. 16 cuando apareció a la pobre fugitiva Agar. Luego, el mismo Ángel de Jehová apareció a Abraham sobre el monte de Moriah (Gén. 22:10-18); a Moisés, en la zarza ardiendo con fuego (Éx:3:2-14) ; a Gedeón, trabajando en el lagar de su padre Jueces 6:12-22); a David, en la era de Arauna (2 Sam. 24:16); a Elías, debajo del enebro (1 Reyes 19:5-7); y fue el Ángel de Jehová el que defendió a Jerusalén en tiempo del rey Ezequías, destruyendo ciento ochenta y cinco mil hombres en el campo de los asirios (Is. 37:36). A veces, apareció en forma de hombre, como a Abraham en el valle de Mamre (Gén. 18:1-33). Jacob luchó con un Varón en el vado de Jaboc (Gén.32:22-32). Y Josué, antes de la conquista de Jericó, vio a un Varón con una espada desnuda en la mano, que decía ser «el Príncipe del ejército de Jehová» (Josué 5:13-15; 6:1-2).
COMENTARIO
En las apariciones del Ángel de Jehová, vemos una notable correspondencia entre sus actuaciones y características con las de Jesús, el Hijo de Dios. Iremos primero a Éxodo cap. 3, donde leemos que el Ángel de Jehová apareció a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza (v. 2). Cuando Moisés se acercó a la zarza, «lo llamó Dios de en medio de la zarza” (v. 4), de manera que aquel ángel era Dios. Luego, en contestación a la pregunta de Moisés tocante a su nombre, Dios (el ángel de Jehová) le respondió: «YO SOY EL QUE SOY» (v. 14). Pasando al Nuevo Testamento, vemos cómo Jesús afirmó que él era el gran «Yo Soy». En Juan cap. 8, leemos sus palabras: «Si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis» ( v. 24) ; «Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (v. 28); «Antes que Abraham fuese, Yo soy» (v. 58).
Los judíos incrédulos reconocieron muy bien que Jesús afirmaba ser el Jehová que había aparecido a sus padres, y, por consiguiente, alzaron piedras para darle muerte por blasfemo. Por el contrario, nosotros los creyentes en él conocemos el poder y bendición de su nombre inefable, y nos regocijamos al oír su voz decir : «Yo soy el pan de Vida», “Yo soy la Luz del mundo», «Yo soy la resurrección y la vida», «Yo soy el Buen Pastor» y «Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida». Tenemos en Cristo todos los recursos dcl gran Yo soy que apareció a Moisés.
Luego, leemos que «el Ángel de Jehová» dijo a Moisés: «He visto… y he descendido para librarlos… y sacarlos” (Ex. 3:7-8). ¿No es ésta la misma Persona que más tarde descendió para librar pecadores de la servidumbre bajo Satanás, sacar un pueblo para sí mismo, y llevarlo a la Patria Celestial? Jesús afirmó que él había descendido del cielo (Juan 3:13, 6:38) con el propósito de salvar a los que creyesen en él (Juan 6:38-40.) Entonces, en el Ángel de Jehová vemos a Jesús, cuyo nombre significa: «Jehová el Salvador».
En Génesis cap. 22, tenemos la conmovedora historia de cómo Abraham estuvo por sacrificar a Dios a su bienamado hijo Isaac. Tremenda fue la demanda de Dios sobre la fe y el amor de Abraham, y maravillosa fue su obediencia al mandato divino. En el momento culminante, cuando Abraham ya había alzado el cuchillo para degollar a su hijo, entonces el Ángel de Jehová intervino y dijo: «No extiendas tu mano sobre el muchacho… porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único». «Y llamó el Ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado etc.» (Vs. 11-16). ¡Qué misterio insondable! El Ángel de Jehová (el Hijo de Dios) presenció el acto sacrificial de Abraham y proveyó un sustituto que muriera en lugar de Isaac (vs. 13-14), sabiendo de antemano que él mismo tendría que ser ofrecido en sacrificio, sin hallar ningún sustituto que tomara su lugar, cuando llegara la hora predeterminada para redimir a los pecadores y colmar de bendición a los salvados.
Cuando el anciano Jacob dio su bendición a los hijos de José, él dijo: «El Dios que ha sido el Pastor mío desde que existo hasta el día de hoy; el Ángel que me rescató de todo mal, bendiga a estos muchachos» (Gén. 48:15-16. V. M.) Así, otra vez, Dios y el Ángel son identificados como Una misma Persona. El oficio del Pastor implicaba, además del deber de alimentar a sus ovejas, la obligación de defenderlas de los enemigos. ¿Y no es éste también el doble y glorioso oficio de Jesús, el Buen Pastor? (Juan 10:9-15).
Antes de comenzar la conquista de la tierra de Canaán, el Ángel de Jehová apareció en forma humana a Josué. Notemos lo que se dice acerca de él. (1) Era un Varón, pero aceptó la adoración que a Dios sólo corresponde. (Josué 5:13-15, comp. Éx. 3:5). (2) Era el Príncipe del ejército de Jehová; su oficio era el mismo que las profecías atribuyen a Cristo el Mesías, a saber, ser el Guiador del pueblo y Ganador de la victoria (cap. 6:1-2). El Señor Jesucristo es el Dios-Hombre (Mt. 1: 21-23); Guiador y Príncipe de Israel y de la Iglesia (Mt. 2:6; Jn. 10:4, 27; Hch. 5:31); y sólo mediante él podremos triunfar contra el mal y disfrutar luego de las bendiciones de su reino glorioso. (Ap. 19:11-14).
En días de vergonzosa derrota para el pueblo israelita (Jueces 6:1-6), el Ángel de Jehová apareció a Gedeón que se hallaba zarandeando trigo en la casa de su padre. Al leer los versículos 11 a 23, se ve cómo se emplean en forma intercambiable los nombres Jehová y Ángel de Jehová. Gedeón recibió una comisión importante: «Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel… ¿No te envío Yo?… Yo estaré contigo». Parécenos oír la voz de nuestro Señor Jesucristo hablando a sus discípulos: «Toda potestad me es dada… por tanto, id,… y he aquí yo estoy con vosotros… (Mat. 28:18-20).
Transcurrieron unos 85 años más y, luego, el Ángel de Jehová se reveló a una mujer y a su marido, Manoa, para anunciarles que iba a tener un hijo que salvaría a Israel de sus enemigos. Este hijo era Sansón. (Ver Jueces cap. 13). Nueve veces en este capítulo se habla del Ángel de Jehová, pero notamos: (1) Que apareció como un hombre, semejante a otros hombres, pues Manoa no se dio cuenta que era un ángel, (v. 10-11). Así también, cuando el Señor vivió entre los hombres en semejanza de hombre, no le reconocieron como un ser celestial, (Juan 1:26). (2) Que era celoso por la gloria de Dios, pues no quiso aceptar un holocausto, como hombre. (v. 16.) “La gloria» del Padre era siempre el anhelo primordial de Cristo, (Mt. 4:10; Jn. 8:50; 12:28,17,4). (3) Que su nombre era «admirable». La misma palabra de Is. 9:6, donde el profeta habla del Mesías venidero. (4) Que subió en la llama del altar (v. 20). Sí, en todo esto podemos vislumbrar de antemano la encarnación, manifestación, y ascensión triunfante del Hijo de Dios.
G.M. Airth.
Publicado en la Revista “Mentor”, nº 40. Julio – Septiembre 1956