EL Hijo Unigénito y Primogénito
¡Cuántos títulos maravillosos posee nuestro Señor Jesucristo! Y Él es digno de cada uno de ellos. De todos los que lleva no hay más sublimes que los dos que nos ocupan en esta meditación.
En nuestra consideración, tengamos presente que su título de Unigénito Hijo habla de su igualdad con el Padre; no tiene la idea de generación sino de semejanza. Y en el de Primogénito, tenemos la idea de superioridad. Como Unigénito, el Señor Jesús es único en su parentesco con el Padre, como Primogénito es superior en su relación a toda la creación.
Cristo es el Unigénito Hijo porque posee la misma vida, la misma naturaleza, es igual en todo sentido al Padre -el Cristo es Dios Mismo.
Es el Primogénito Hijo porque ha vencido la muerte y ha establecido su superioridad en esa esfera por su resurrección de entre los muertos.
En su título de Unigénito, no existe ni el factor ni el pensamiento del “tiempo”, pues pertenece a la Eternidad: era, es, y será siempre el Unigénito Hijo que “está en el seno del Padre” (Juan 1:18). Este título nada tiene que ver con su venida al mundo; aunque éste nunca hubiese sido creado, Él sería lo que siempre ha sido: el Unigénito Hijo de Dios.
El título de Primogénito le es dado como resultado o fruto de sus experiencias y conquistas en el tiempo, y estas últimas serán conservadas en la Eternidad, porque es suyo por la Obra hecha: la Victoria ganada, y la Posición ocupada.
Hay cinco referencias en el Nuevo Testamento que traen delante de nosotros este glorioso título del Unigénito Hijo del Padre y de Dios; todas ellas se encuentran en los escritos de Juan el Apóstol, y son las siguientes: Juan 1:14; Juan 1:18; Juan 3:16; Juan 3:18; 1 Juan 4:9. Vamos a meditarlas en este mismo orden.
1. Como el Hijo Unigénito, Cristo es la Perfecta Expresión del Padre (Juan 1:14). El es el único y solo representante de la Personalidad y Carácter del Padre. Dios había hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos por los profetas, pero “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, … el cual, siendo el resplandor de su gloria» … (Heb. 1:1-3). Dice Juan, “Vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”. Esta gloria era personal, sin duda, gloria propia de la Deidad. “Vimos su gloria”, gloria oficial que emanaba de su persona como en el monte de la Transfiguración (Mateo 17:5), y a la cual Pedro hoce referencia en su segunda carta (2 Pedro 1:16-17), «pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria”. Pero, sin duda, la gloria a la cual hace referencia Juan en su declaración sería su gloria moral revelada en aquella frase, “lleno de gracia y de verdad”. Moisés había orado, “Te ruego que me muestres tu gloria” (Ex. 33:18), pero Dios le escondió en la hendidura de la peña, cubriéndole con su mano mientras pasara su gloria, una visión imperfecta y en parte, pero aquí Juan declara, “Vimos su gloria” como el sol en su fulgor. “Vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre”, gloria que es igual a la del Padre, gloria que es la del Padre.
2. Ahora contemplamos al Hijo Unigénito en el seno del Padre (Jn. 1:18), y nos trae delante la intimidad, es decir, el amor que existe entre el Padre y el Hijo. El Hijo está en el mismo seno, cerca del corazón del Padre, escuchando sus latidos, compartiendo sus afectos. Esto sí es algo maravilloso: el Hijo en el seno del Padre. Aún cuando yacía en el seno de la virgen María seguía ocupando su lugar cerca del corazón del Padre, y sigue ocupando el mismo lugar, aún hoy. El Hijo nunca abandonó ese lugar aún cuando vino a este mundo a morir. Desde ese lugar de intimidad, el Hijo revela al Padre a nuestros corazones. Aquel Dios a quien nadie vio jamás es visto y revelado ampliamente en el Unigénito Hijo que mora en el seno del Padre. Desde ese lugar, el Hijo declara no la sabiduría, no la omnipotencia, sino el amor de aquel Padre, y esto nos lleva a la tercera referencia.
3. El Unigénito Hijo es el don del amor de Dios (Juan 3:16). El amor es medido por el valor del sacrificio, y Dios dio nada menos que el Unigénito Hijo por el mundo perdido. ¿Necesitamos mayor prueba de la grandeza y extensión de aquel amor? Solamente el sacrificio del Unigénito podía valer para la redención del mundo entero. La obra fue hecha por Dios, y el precio fue pagado por el Unigénito Hijo, y ahora,
4. A fin de que los pecadores se salven, es necesario que depositen su fe en aquel que está en el seno del Padre, en el nombre del Unigénito Hijo de Dios (Jn. 3:18). La fe le vincula con el Hijo, el Hijo está en el seno del Padre, y le une con Él eternamente.
5. (1 Jn. 4:9). En su epístola, el anciano apóstol Juan continúa su ocupación con el Unigénito Hijo, y nos declara que Él es la fuente de vida.
El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn. 5:12), y nosotros vivimos por Él.
Hay también cinco referencias a Cristo como el Primogénito Hijo. Notemos en primer lugar:
1. El Hijo. Primogénito en su eterna relación al Padre y su precedencia de la creación (Colosenses 1:15). Esta porción revela lo que Cristo es a Dios, su imagen; y lo que llegó a ser a la creación, el primogénito. Este último no en el sentido de ser el primero en nacer, el Hijo no es un ser creado, sino que es el Creador y Sustentador de todo (v. 16-17). Él está por encima de toda la creación. Él es el Creador.
2. Cristo es el Primogénito también en relación a su iglesia (Col. 1:18). Él es la “cabeza del cuerpo que es la iglesia”, habiendo Él conquistado este lugar por su resurrección, venciendo aquel enemigo suyo y de su iglesia. La iglesia, pues, está vinculada al Primogénito como el cuerpo a la cabeza. Su primogenitura en relación a la iglesia está establecida por la victoria de su resurrección.
3. El gran enemigo ha sido vencido, el Hijo Primogénito resucitó y su victoria es la garantía de la resurrección de los demás hijos: por este motivo, los redimidos adoran a Él y dicen «gloria e imperio” (Apocalipsis 1:5-6 ).
4. Romanos 8:29 contempla a la familia del Padre. El Primogénito está a su diestra, y el Padre está amoldando las vidas y caracteres de sus otros hijos a la semejanza del Primogénito Hijo, allí, a su diestra.
5. El Cristo será manifestado en su segunda venida a la tierra con el derecho de su primogenitura: «Cuando introduce al Primogénito en el mundo» (Heb. 1:6). Cristo ha asegurado para sí mismo la Primogenitura en la creación, la iglesia, la familia y el reino, fruto todo ello de su victoria sobre la muerte y el pecado, por su resurrección.