Deuteronomio 1:38
La palabra que nos sirve de título es pronunciada por el Señor más grande, es palabra dicha por Dios. La encontramos mencionada en el relato que el gran siervo Moisés hace al pueblo de Israel de su historia en el desierto. Cuando había que reconocer la Tierra Prometida, fueron enviados doce hombres para cumplir este trabajo, diez de ellos trajeron noticias inquietantes de grandes dificultades y de gigantes imposibles de vencer y sólo dos, Josué y Caleb, vieron que era tierra “que fluye leche y miel” y que podrían pasar a poseerla. La falta de fe de este pueblo trajo como consecuencia que el Señor decretó que ninguno de ellos entraría, salvo Josué y Caleb.
A este último joven que va andando sus días cerca de Moisés, es el que Dios elige como sucesor del gran caudillo y también para hacer entrar al pueblo en la Tierra de promisión. Para este trabajo, es necesario prepararlo, pues vendrán días de muchas dificultades, el pueblo es ingrato y muchas veces se olvida de los beneficios, y ya Josué ha sufrido las piedras de la incomprensión al dar su informe y pedir que siguiesen adelante. Faltan muchos años para que, por muerte de Moisés, Josué tome su lugar; sin embargo, se oye la voz de Dios a Moisés, acerca de este joven y la palabra, sabia, oportuna, que no debe olvidar nunca Moisés y que debe tener presente en sus relaciones con el futuro guía, es: Anímale.
Dios conoce el corazón humano, sabe que los más grandes entusiasmos se van esfumando ante las dificultades y la incomprensión y hasta la hostilidad de propios y extraños, y que la lucha constante cansa y desanima al más fuerte y al más valiente y, por eso, instruye a Moisés que no debe descuidar en ningún momento el animar a su sucesor. Y podemos asegurar que cumple su cometido a pie cabal.
Cuando los últimos días de Moisés se acercan, habla al pueblo, le instruye, le exhorta, pero habla también con Josué y repetidamente encontramos estas palabras: “Esfuérzate y sé valiente”…; y mientras los ojos de Moisés se cierran y el pueblo guarda el luto y sube el lloro, Josué siente resonar en su corazón las palabras de Moisés: Anímate, anímate…, y Josué se anima, y entra y vence. ¡Bendito sea el Dios de Moisés y de Josué!
Escribimos estas líneas porque sentimos en nuestro medio la gran necesidad de animarnos unos a otros. Es indudable la influencia que tiene en una persona la voz de aliento, la palabra de animación, el ¡adelante!, pronunciado por una voz amiga en sus trabajos, sus luchas, sus principios. Imposible decir todo el valor que tiene una palabra de aliento en el tiempo oportuno.
Carlos E. Ibarbalz.
Revista “Campo Misionero” Marzo 1945
Revista “Campo Misionero” Marzo 1945